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domingo, 4 de diciembre de 2016

Qué libros compré y por qué en la FILG 2017



Me gustaría tener tiempo para comentar la lectura de cada uno de los libros que adquirí en mi reciente visita a la FIL de Guadalajara este año, pero es imposible. Así que para tener el placer de compartir el gusto por esos libros me contentaré con decir cuáles compré y dar un comentario, más o menos rápido, de la razón que me hizo llevarme la mano a la cartera para adquirirlos.
Seguiré en la descripción el orden en que aparecen al irlos sacando de las bolsas de las compras:
Cuentos Negros de Cuba. La autora, recomendada en la portada del libro por nadie menos que Alejo Carpentier, es Lydia Cabrera que me era totalmente desconocida. Me explica el vendedor que se trata de historias que su nodriza negra le contaba y que habían llegado hasta la nodriza por tradición oral. Me doy el tiempo de leer un poco el libro y veo que son fábulas en las que aparecen personificados animales, al estilo de La Fontaine, y partes del cuerpo como la Oreja. El primer texto que leo se llama: “El mosquito zumba en la oreja” y tiene como moraleja saldar las deudas.
De la misma autora me interesó otro libro que se llama El Monte, según lo que dice la portada se trata de “notas sobre las religiones, la magia, las supersticiones y el folklore de los negros criollos y del pueblo de Cuba”. Mi interés en el tema viene en parte de la lectura de la Dignidad Encarnada de  Silvia Gurrola, que habla de estas creencias en Mozambique, sitio donde se desarrolla su novela.
En ese mismo stand compré otras dos novelas históricas. Una de ellas Martí, el apóstol es una biografía novelada de José Martí, de quien no sé más que lo elemental: su participación en la lucha de independencia cubana y sus versos como el de la rosa blanca que cultiva para el amigo sincero. La otra novela fue la vida de Felipe II, llamada Felipe, el prudente. Esta me llamó la atención por su obvia vinculación a la historia de México y por los relatos que sobre él oí, cuando visité el Escorial, como por ejemplo que había muerto agusanado, en una agonía de varios meses en cama.  Veré que dice la novela.
En otro stand compré cuatro biografías de matemáticos de la serie “La matemática en sus personajes.”  Todas vienen en la misma bolsa. Las compré básicamente porque están baratas (100 pesos cada una, en una edición muy cuidada). Son obras de referencia que complementan otras que tengo como la enciclopedia de “Sigma, el mundo de las matemáticas”, pero que no están por demás. Los títulos que adquirí son Fermat. El mago de los números. La razón es que justo en estos días, acabo de escribir un mini relato sobre este personaje que ha llamado mi atención desde que, como preparatoriano, me enteré de su existencia. Otra de las biografías que adquirí por semejantes razones (haber escrito recientemente un mini relato donde lo menciono) es la de Fibonacci. El primer matemático medieval. La parte de la historia de las matemáticas en la edad media la conozco menos que la de la matemática griega o la reciente, así que es un buen motivo para hincarle el diente a esta biografía de Leonardo de Pisa. Dudé un poco para comprar la de Cauchy. Hijo rebelde de la revolución, pero finalmente me decidí porque también el año pasado escribí para “Derrotar a la Ignorancia”,  un texto donde menciono sus aportaciones para formalizar las ideas del análisis matemático. El último de los libros de esta serie que compré fue el de Nobert Wiener. Un matemático entre ingenieros. Sobre él no recuerdo haber escrito nada, quizás después de leer su biografía, redacte un texto. De él sabía lo que todo  mundo; que es el padre de la cibernética y que escribió su autobiografía “Ex Prodigio.” Por cierto que en esa serie hay un número dedicado a Euler, que me hubiera encantado comprar, pero que no habían traído.
En la siguiente bolsa vienen tres novelas y la adaptación de un poema clásico. La primera novela que aparece es El Golem de Meyrink. La compré por dos razones: una porque Borges habla muy bien de ella, siempre; la otra porque me llama mucho la atención el mito de la creatura que destruye al creador. La segunda novela es El lecho de Procusto de Camil Petrescu. Por lo que pude ver del libro y de su autor, al que desconocía, se trata de un gran escritor rumano de la talla de Cioran o de Ionesco, pero con la desventaja frente a ellos, de no haber escrito más que en Rumano y no en francés. La novela es una narración desde cuatro puntos de vista, el de los cuatro personajes del relato, que platica cada uno su parecer. Me pareció que sería algo así como “El Cuarteto de Alejandría”, en un solo volumen. Sigue un libro que me parece interesantísimo Homero, Ilíada de Alessandro Baricco. El libro surge de una idea de su autor de leer en público el poema homérico, lo que lo lleva a tener que preparar una adaptación que lo permitiese (la versión original hubiera necesitado de 40 horas de lectura). De Baricco había leído antes “Seda”, así que un autor que me gusta y esa idea de adaptar un texto clásico despertaron mi curiosidad. El último libro de este paquete es Número cero, la novela de Umberto Eco de la cual saqué hace unos días la cita que publiqué en mi Fb: “Si quieres ganar, tienes que concentrarte en un solo objetivo, y más te vale no perder tiempo en saber más: el placer de la erudición está reservado a los perdedores”. El hecho de que lo que he leído de Eco, antes, me ha gustado y el texto ya comentado me parecieron suficientes razones para adquirirlo.
En la última bolsa vienen: un libro de divulgación de la ciencia, dos de historia y uno de lógica. El de divulgación de la ciencia se llama El último alquimista en Paris y otras historias curiosas de la química. Lo compré porque  aunque la química me gusta, es una ciencia de la que desconozco muchas cosas. El de lógica, es un libro que leí hace años, como estudiante de la Facultad de Ciencias y que regalé o perdí. Como lo añoraba, al verlo reeditado lo compré. Total, qué son 35 pesos, que ese fue el precio que pagué por El juego de la lógica de Lewis Carroll.  Los dos libros de historia están escritos por mexicanos, el primero es de Enrique Krauze y se llama Redentores. Ideas y poder en América Latina. Trae biografías de personajes como Martí (nuevamente), Vasconcelos, Paz, Chávez, Eva Perón, el Che, García Márquez o Vargas Llosa. Un libro que se puede leer aleatoriamente y que además estaba en 85 pesos. El último en salir, de los libros de la compra de este año, es La imaginación y el Poder. Una historia intelectual de 1968. Lo compré por varias razones: su título alude a una de las pintas más famosas del movimiento estudiantil en Paris en 1968, “La imaginación al poder”. Su autor, Jorge Volpi,  es alguien a quien sigo regularmente los sábados en su columna del Reforma. Volpi es una persona con puntos de vista originales y bien documentados. De él había leído antes “En busca de Klingsor”, novela sobre la historia de la bomba atómica. Otra razón más para comprar el libro de Volpi sobre el 68 es que él no pertenece a la generación que lo vivió y eso puede darle una ventaja de objetividad frente a las fuentes que consulta.
Me gustaría haber comprado más libros para seguir hablando de las esperanzas que sus títulos, autores y temáticas nos despiertan, aún antes de leerlos, pero ya no hay. Continuaremos probablemente el año entrante.

jueves, 18 de marzo de 2010

Mañana, asamblea... ayer, un año.

Mañana tendremos la asamblea del colegio de profesores con la orden del día que se dió a conocer el día de ayer, ojala puedan asistir muchos de ustedes y ayudarnos a hacer publicidad a la reunión.

Ayer después de escribir la entrada que publiqué, me quedé pensando que por estos días de hace un año, había iniciado el blog, busqué la primera entrada escrita y tenía la fecha 17 de marzo de 2009. Así que un año ya de llevar el blog. Muchas cosas me pasaron por la cabeza, en primer lugar la aceptación de la comunidad de la FESC que lo ha hecho su vehículo para denunciar sus inconformidades, en segundo las noches en que a punto de dejarme vencer por la flojera y el cansancio del día, me ponía a escribir la entrada correspondiente. Un blog es continuidad y comunicación con los lectores, ni modo hay que mantenerla. Y al final cuando me empezaba a sentir contento, pensando en el número de visitas y de visitantes, me aterrizó el pensamiento: ¿Y es mejor la FESC hoy, después de un año? Si no lo es, entonces para qué ha servido el blog.

Cada quien tendrá su respuesta la mía es medio matemática y medio “jalada”. En cualquier punto de una curva (derivable) esta definido el valor de la curva y el de la pendiente. Dicho en otros términos se sabe cuanto vale y para donde va. Creo que la FESC está peor que hace un año, pero va mejor.

¿Por qué digo que estamos peor que hace un año? Por que hace un año faltaban 9 meses para que la directora terminara su periodo, hoy faltan 3 años 9 meses.

¿Por qué digo que el rumbo es mejor que el de hace un año? Por que hace un año, no hablabamos de asambleas de profesores, ni de hacer un colegio académico, hoy nos estamos organizando.

Veremos a donde nos pone dentro de un año, el trabajo que realicemos diariamente de aquí a entonces.

Para conmemorar el aniversario voy a crear una sección de divulgación de la ciencia, cada jueves.

Hoy inicio con un artículo mío sobre la destilación, pero espero que los profesores que leen el blog me hagan llegar sus textos, para publicarlos.

Cada Jueves, a partir de hoy, publicaré un texto de divulgación, espero los suyos.



Clapeyron, Calvados y Petroleo.

Hace varios años, en Francia, me invitaron a probar un licor; su gusto era suave, pero se sentía intensamente el contenido de alcohol. Cuando lo terminé de degustar me preguntaron ¿cuántos grados de alcohol crees que tiene? Pensando en el tequila, aventuré un 50. Sesenta y cinco, me corrigieron. Yo no sabía que existían licores de 65 grados, dije. Me aclararon que ese Alcohol, que acababa de descubrir y al que me aficioné inmediatamente, era Calvados y que efectivamente desde hacía un cierto tiempo estaba prohibido hacer Calvados de esa gradación, pero que el que acababa yo de probar había sido hecho en una granja de bretaña por uno de los pocos artesanos que aun tenían permiso de fabricarlo caseramente. La ley que regulaba la gradación máxima de los alcoholes preveía que los viejos maestros productores de Calvados, podían seguir produciéndolo, pero que a su muerte se acabaría, con ellos, la licencia para hacerlo.

Empiezo con esa anécdota porque muestra que los espíritus del vino se pueden exorcizar “caseramente”, pero que no cualquiera puede hacerlo. ¿Cómo se hace y por qué se regula esa actividad? Son dos preguntas a las que quisiera tratar de dar respuesta.

Indagar en estos temas es ir a la esencia de lo que somos como seres humanos; una especie llena de curiosidad, fantasía e inteligencia. Curiosidad para preguntarnos el porqué de las cosas, por qué una bebida o un queso dejados al aire se descomponen, fantasía para imaginar las razones y finalmente inteligencia para ponerlas a prueba y construir una explicación racional del mundo.

Es apasionante y conmovedor pensar en esos hombres que buscaban la piedra filosofal para cambiar una sustancia común y corriente en oro. Seres que trabajaban en el secreto, que usaban símbolos esotéricos y buscaban vincular las propiedades de los planetas con los atributos de los viejos dioses y las de los metales. Mercurio era las tres cosas: metal, dios y planeta. Personas que para medir el tiempo repetían frases sin ningún sentido y que parecían mágicas a los profanos, como abracadabra...

Los relatos de la época y las películas que hablan de los alquimistas nos los describen trabajando con recipientes puestos al fuego en los cuales hierve un líquido, cuyos vapores fluyen a través de un tubo que sale de la tapa y conecta con otro recipiente en el cual se va depositando el líquido que resulta de condensar el vapor. El líquido que hierve en el primer recipiente y el que se condensa en el segundo no son el mismo, no tienen las mismas propiedades, el fuego lo ha “purificado”, lo ha transmutado, lo ha exorcizado.

El arreglo de recipientes y tubos que acabo de describir es lo que se conoce como alambique y es de uso general incluso en nuestros días en los laboratorios de química de las universidades, pero antes de seguir con las sustancias, cedamos a la tentación de las palabras. Alambique, como alcohol y alquimista son palabras que vienen del árabe. Fue a través de esta cultura que llegaron a España, conocimientos de los pueblos griego y romano. En griego Ambix, quiere decir vaso. En árabe se corrompió a Ambic y Al Ambic, el vaso, es la palabra árabe que pasó al español como alambique.

Actualmente la usamos también en sentido figurado para hablar de un proceso complicado, cuando decimos por ejemplo que es un argumento “alambicado”.

Llama la atención que los líquidos en el recipiente inicial y final del proceso, no sean iguales. ¿porqué el líquido que se condensa no es el mismo que el que hierve?, ¿qué acaso el vapor que esta condensándose no es el del líquido que hierve? La respuesta, aunque parezca absurda es no, no lo es, cuando en el recipiente en ebullición se encuentra un líquido que esta formado por la mezcla de otros dos, por ejemplo alcohol y agua.

Los puntos de ebullición del alcohol y el agua son diferentes: el alcohol hierve a una temperatura inferior al agua. Así que si el primer recipiente se mantiene a una temperatura superior a la de ebullición del alcohol pero inferior a la del agua, el vapor que se formará será principalmente el del alcohol y por eso al condensarse obtenemos un líquido distinto del original.

La destilación, que es el nombre que se da este proceso de evaporar y condensar un líquido, es hoy un proceso estándar de separación en las ciencias químicas, que viene desde tiempos muy remotos; como nos indica la propia etimología de alambique y que fue usado de manera empírica por los alquimistas, con propósitos de investigación y por maestros artesanos fabricantes de aguardientes.

Se dice que en 1250, Arnaud de Villeneuve fue el primero en destilar vinos en Francia y que dio al destilado el nombre de eau-de-vie, agua de vida, literalmente. En español traducimos eau-de-vie por aguardiente.

La destilación para producir licores ha sido durante mucho tiempo un arte, como el practicado por los viejos artesanos de bretaña en la fabricación de su Calvados. Un arte en el proceso de destilación y en el de la fabricación de los instrumentos para llevarla a cabo.

Los alambiques se fabrican de cobre y de bronce. El cobre tiene propiedades químicas que lo hacen muy adecuado al proceso de destilación del vino: es maleable, es buen conductor del calor, resiste la corrosión, reacciona químicamente con los ácidos grasos y el azufre, lo que contribuye a la calidad de los brandies y coñacs y es un buen catalizador de otras reacciones químicas beneficiosas a la producción de licores.

Los fabricantes de alambiques más famosos se encuentran en la región de Coñac y de Burdeos, en Francia. Entre ellos Binaud, Chalvignac, Mareste, R. Prulho y Jean-Louis Stupfler.

Como decía hace unos instantes, el arte no está solamente en la fabricación de los materiales para llevar a cabo la destilación, sino sobre todo en la manera de llevarla a cabo.

Como sabemos, los vinos y en general los fermentados, a partir de los cuales se producen los licores, son sustancias químicamente complejas; es decir que no solo tienen uno o dos componentes, como idealmente mencioné para ejemplificar el proceso de separación.

Eso hace necesario un proceso más sofisticado, llamado de doble destilación. Se requiere la doble destilación por que en la destilación sencilla se separan del líquido original el alcohol y los ésteres. Los esteres son solventes, que pueden usarse como anestésicos y que se forman a partir de los alcoholes por deshidratación, tienen un gusto fuerte y desagradable.

En los primeros tiempos de la producción de licores, los ésteres no se eliminaban, simplemente su sabor desagradable se enmascaraba agregando sustancias de sabores fuertes como el jengibre o el anís, de donde han sobrevivido la ginebra y el anís como bebidas. En francés hacer una doble destilación se dice “cohober” y el alambique, más pequeño, que se usa para llevarla a cabo se llama “cohobateur”.

Los alcoholes se forman a partir de los compuestos orgánicos, metano, etano, etc y reciben los nombres correspondientes de metanol, etanol, etc. No todos estos alcoholes son propios para el consumo humano.

Conocer qué alcoholes se forman en una fermentación, sus puntos de ebullición, diseñar un dispositivo que permita separar los que son propios al consumo humano de los que no lo son, no es algo simple, pero los conocimientos actuales lo hacen posible.

Imaginemos, sin embargo, a los primeros maestros productores de licores de los siglos XV y XVI fabricando sus productos, sin siquiera una base científica incipiente. Recordemos que Lavoisier, reputado como padre de la química moderna murió a finales del siglo XVIII, durante la revolución francesa. Por eso los viejos fabricantes de bretaña tenían un permiso especial para fabricar sus aguardientes, porque no cualquier mortal podía producir un alcohol que no fuera dañino a la salud.

Queda también como parte anecdótica de esta historia de producción de licores la “leyenda negra” del ajenjo, que volvía locos a los poetas malditos y que hizo que se prohibiera esa bebida. Hoy se conoce como separar los compuestos dañinos de ese aguardiente y el ajenjo se ha vuelto a vender en las licorerías de Francia .

En parte el conocimiento de mejores técnicas de destilación se debió al interés de la industria petrolera en los procesos de separación; conocidas en el caso del petróleo como refinación. Las refinerías son en esencia destilerías, lo que ingresa es un líquido complejo, con azufre y varios otros componentes y lo que se obtiene al final del proceso son las gasolinas, que son a los motores lo que los licores a nuestras gargantas, valga la analogía química, no gastronómica. Por supuesto que la separación de los componentes del petróleo no se realiza con alambiques, se lleva a cabo en torres de destilación, que tienen muchos platos, a diferentes temperaturas y no es una doble destilación la que ocurre, sino una destilación en varias etapas.

Todo el conocimiento que se fue generando por esta industria fue el que terminó acabando con la vieja tradición de los artesanos del Calvados en Bretaña. Aunque se trate de una época ida, aun hoy los nostálgicos pueden adquirir a través de internet, alambiques y producir sus propios alcoholes. He tenido la fortuna degustar un Schnaps de fabricación casera, destilado por el papá de un amigo austriaco.

Quizás valdría la pena antes de terminar, mencionar rápidamente porqué el fuego tiene la propiedad de convertir unas sustancias en otras. Como sabemos, gracias a Demócrito, Dalton, Bohr y varios otros notables científicos, la materia, toda, esta hecha de los mismos elementos constitutivos llamados átomos.

Los átomos se combinan entre ellos para formar las moléculas, mediante fuerzas de origen electromagnético. La diferencia entre un sólido, un líquido y un gas, es el alcance de esas fuerzas. En un gas, las partículas no se atraen; deambulan libremente por todo el espacio y prácticamente interaccionan entre ellas exclusivamente mediante colisiones casuales, producto de su errático andar. Los sólidos tiene fuerzas de atracción más fuertes, entre sus átomos, que los obligan a tener posiciones fijas, por eso su forma es definida, los átomos de los líquidos están unidos por fuerzas menores que las de los sólidos pero superiores a las de los gases.

Estas fuerzas de origen electromagnético se manifiestan como energía de enlace, cuando calentamos una sustancia, le agregamos energía; en el momento en que esa energía es del mismo tamaño que la energía de enlace, se rompe el vínculo de los átomos, por ese mecanismo un líquido pasa a ser vapor.

Es toda una ciencia el estudio de las transiciones de fase, es decir el conocer bajo que condiciones una sustancia pasa del estado sólido al líquido o del líquido al gaseoso. También son posibles transiciones del sólido al gas, dependiendo de las condiciones de presión y temperatura. Todos sabemos que el agua en la Ciudad de México hierve a 92 grados, mientas que al nivel del mar lo hace a 100.

La ecuación que describe la variación de los puntos de ebullición con la presión se llama Ecuación de Clapeyron y permite trazar las curvas de coexistencia entre las diferentes fases y definir algunos términos como la presión de vapor, aquella en la cual las fases líquida y gaseosa coexisten. No voy a ahondar más en estos temas, pero quería mencionarlos aunque fuera rápidamente para mostrar como el secreto arte de los maestros licoreros se fue convirtiendo en una ciencia.

El desarrollo de la termodinámica como una ciencia y el interés en la industria petrolera desaparecieron prácticamente el arte de la destilación, los alquimistas se volvieron químicos, el Calvados se produce industrial y no artesanalmente y yo no puedo, al llegar a este punto, dejar de pensar en la frase de Demócrito: “Existen los átomos y el vacío, lo demás es opinión”.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

La pregunta de Loubet.

El Loubet al que se refiere el titulo de esta entrada es Enrique Loubet Jr. Periodista del viejo Excelsior de Scherer, de quien por cierto era compadre. Conocí a Enrique en un curso de periodismo de la ciencia ( Hoy le diríamos diplomado) que organizó el Conacyt en 1980, él era el director de comunicación social del Conacyt y el coordinador del módulo de periodismo, yo uno de los estudiantes. Nos volvimos muy amigos gracias a su tolerancia e inteligencia, pues no obstante dos o tres discusiones que tuvimos al principio, siempre tomó las cosas en buen plan. En la introducción del libro “Para Conversar de Ciencia” he platicado ya parte de esta historia: el momento en que tras haberle respondido en público, con cierta mofa y arrogancia juvenil, Loubet se acercó a mi en el descanso del Café y me dijo sonriente: “Es usted un pendejo……con posibilidades de dejar de serlo” A partir de ahí empezamos a llevarnos bien, tanto que al final me ofreció las páginas de Comunidad Conacyt, para colaborar. Ahí escribían gente como Miguel de la Colina, Noe Jitrick Nikito Nipongo y varios más, escritores todos ellos consagrados, por lo que estar en ese grupo de colaboradores era todo un honor. Más tarde, cuando fue director de Revista de revistas, también me dio la oportunidad de ser colaborador en ella.
La razón por la que Loubet y yo discutíamos frecuentemente frente al grupo era por su tendencia excesivamente histriónica que lo hacía todo el tiempo estar lanzando ataques a los jodidos, como el decía, o los mecapaleros, o a los sindicalistas. A mi esos ataques me ofendían y siempre levantaba la mano y lo rebatía. Un día que lo enfrenté, supongo que cansado de que siempre lo contradijera frente al grupo, me dijo algo como: “Oíga, usted porque siempre defiende a los que ataco, en vez de quedarse sentado y decir que friega les pararon”. Su pregunta se me quedó grabada porque me hizo pensar efectivamente en que siempre he tomado causas que me parecen justas y me enoja la injusticia y el abuso. A veces me pregunto como lo hizo Loubet ¿por qué? ¿por qué no me quedo sentado pensando ya se los fregaron?
¿Por qué me enoja por ejemplo, que se haga uso de recursos de la UNAM, para darles plaza de profesor, aunque se por artículo 51 a hijos de funcionarios de la FESC (no usaré la palabra mafia, conste) para luego buscar darles una beca o comisión para estudiar en el extranjero. A alguien que por cierto no estudió en la UNAM sino en el TEC de Monterrey. ¿Ustedes se pueden quedar sentados pensando, que friega les pararon a los profesores que no tienen plaza?
No me pregunten muchos más datos, quizás alguno de ustedes los conocen mejor, a mi simplemente me llegaron las ondas de radio pasillo. Tómenlo como tal, como un rumor, pero ese rumor no dejó de hacerme sentir que es una injusticia y entonces recordar la pregunta de Loubet. Valga el incidente para recordarlo con cariño.

jueves, 2 de abril de 2009

Recuerdo de Moshinsky en la FES C


Murió Marcos Moshinsky, es una noticia triste para todos los científicos mexicanos. Cuando le dieron el premio “Príncipe de Asturias”, escribí una nota en Revista de revistas sobre él. Esa nota la retomé en el libro “Para conversar de Ciencia que reproduce muchos de los artículos escritos en la revista de Excelsior. En ese texto recuerdo mi primer contacto con Moshinsky, cuando se asomó desde la ventana de su cubículo en el décimo piso de la torre de ciencias, para decirnos al grupo de estudiantes que jugábamos futbol americano abajo, que si no nos callábamos se iba a ver obligado a lanzarnos globos con agua.
Recuerdo en ese escrito de Revista de revistas también la vez que vino Gell-Mann a México. Murray Gell-Mann, aunque era premio Nobel, no gozaba de muchas simpatías entre algunas personas, por su participación en proyectos bélicos y no se le permitió dar la conferencia que tenía anunciada en la facultad de ciencias. Enterados de que a Gell-Mann no se le permitiría la entrada, los organizadores de la plática, decidieron hacer la conferencia en las instalaciones del Conacyt. En esa época se encontraba en Insurgentes sur, a la altura de Barranca del Muerto. El edificio tenía en el octavo piso un auditorio con anfiteatro, desde el que a través de sus ventanales se tenía una vista espectacular de la ciudad de México.
Moshinsky, escribía en esa época para Excelsior y en su columna del día siguiente comentó, que al terminar la plática de Gell.Mann, lanzó una mirada por las ventanas hacía la ciudad que se veía abajo y no pudo dejar de pensar -al ver las ecuaciones en el pizarrón y recordar los acontecimientos de esa tarde que habían evitado la conferencia en la Facultad de Ciencias- en que el comportamiento de las partículas físicas es más fácil de entender que el de las personas.
Tuve oportunidad, años después de escrito el texto, de platicar con Marcos Moshinsky sobre esos dos recuerdos que tenía yo de él. La conversación ocurrió cuando vino a la FES Cuautitlán, invitado por Ciencia, Conciencia y Café a hablar sobre la simetría en la naturaleza, un tema que lo apasionaba.