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lunes, 19 de septiembre de 2011

19 de septiembre, no se olvida

Hay fechas que no se olvidan, el 19 de septiembre es una de ellas. En esa fecha de 1985 el temblor que sacudió la Ciudad de México cambio la  fisonomía de la urbe y la forma como la sociedad mexicana se organizaba. En esa época colaboraba yo con Revista de revistas. Enrique Loubet, su director, me llamó y me pidió un artículo para el número que la revista dedicó a ese suceso. Lo que sigue es el artículo que escribí hace 26 años:

Las ideas se desplazan unas a otras ante la magnitud de la catástrofe y, como frente a todo aquello que no acabamos de comprender, son por momentos contradictorias. Porque sólo una inteligencia suprahumana puede ver una unidad al asomarse a algo que como éste siniestro nos pone de cara a la totalidad.
Primero, ¿por qué estoy vivo, yo que pude haber estado dentro de alguno de los edificios que se derrumbaron? Después, la tristeza y solidaridad por los más afectados. Luego, casi embelesamiento al ver por la televisión las maniobras del cuerpo de rescate y recobrar la escala de lo humano; en algún momento no pude evitar evocar la imagen de hombres luchando con rudimentarias herramientas contra la casi infinita ira de los dioses. 
Más tarde, la reflexión exonerando a estos dioses iracundos: las ondas sísmicas que igual hubiesen recorrido la superficie de la tierra si sobre ella no hubiese habido jamás vida. Las ondas sísmicas: energía, cantidades de energía tan majestuosas como dinosaurios.       .
Todo: la destrucción, la muerte, la tristeza, el pasmo, el embelesamiento, la humildad. Todo, producido por una onda mecánica recorriendo el planeta, porque en rigor un temblor no es otra cosa que una onda mecánica, aunque sea muchísimo más que eso. 
Cuando hacemos sonar un tambor, una onda se propaga sobre la superficie golpeada. Cuando hablamos o tosemos producimos en el aire circundante variaciones de presión que se propagan a través de él en forma de ondas. Cuando el viento agita el agua de la superficie del océano o de un lago, las ondas se propagan sobre el líquido.
Todos estos fenómenos nos son familiares, en todos ellos sucede lo mismo que durante un temblor: energía propagándose a través de un medio. En el caso de un sismo, el medio es un sólido: la tierra y las ondas se propagan tanto sobre su superficie, igual que en el caso del tambor, como dentro de ella.                                         
Pese a estar tan acostumbrados a ellos, los fenómenos ondulatorios no son temas cuyo estudio esté completamente terminado. En el caso particular de los terremotos, una de las grandes dificultades fue, durante mucho tiempo, la carencia de métodos e instrumentos de gran precisión para obtener datos confiables que permitiesen contribuir a la elaboración de una teoría completa del fenómeno.
Un ejemplo es la caracterización de los temblores. Durante largo tiempo, la única manera de hacerlo fue mediante la escala de Mercalli, que es una clasificación subjetiva que acomoda los temblores en 12 grupos, desde los de intensidad un grado a aquellos que no se sienten, los de intensidad 12 grados, que se distinguen por producir el desplazamiento de masas gigantescas de rocas, el vuelo de diferentes objetos por los aires y una destrucción casi total.
En esta escala, la sacudida del día 19 de septiembre de 1985 fue de grado ocho, es decir, de aquellas que «afectan la conducción de vehículos de motor; producen la caída de chimeneas, almacenes, monumentos, torres y tinacos; agrietan la tierra seca y las pendientes muy inclinadas».
El carácter poco científico de la escala de Mercalli ha sido señalado muchas veces, pero du­rante algún tiempo fue la única manera de clasificar los temblores.

Fue necesaria la invención de sismógrafos de gran precisión para que, en 1935, Charles E Richter pudiese elaborar una escala sobre bases científicas. El principio de la escala consiste en comparar los trazos dejados en el sismógrafo por un terremoto bajo estudio con los trazos de un terremoto patrón.

La comparación directa resulta, no obstante, poco práctica, pues es frecuente encontrar temblores cuyos trazos tienen una amplitud de diez mil o cien mil veces las del terremoto patrón.

Para evitar este problema, Richter utilizó como base para su escala, no el cociente de la amplitud de los trazos, sino el logaritmo de este cociente, a lo que llamó magnitud del sismo. Así, si la amplitud de los trazos de un sismo es diez mil veces más grande que la del sismo patrón, su magnitud será cuatro (logaritmo de 10 mil) en la escala de Richter.

Es fácil ahora darse cuenta de que la magnitud del terremoto patrón es cero (que es el logaritmo de uno) y de que la amplitud de los trazos de un sismo de magnitud dos no son dos veces mayores que los de otro temblor de magnitud uno, sino cien (102) veces más grandes.

Aunque es difícil establecer la cantidad de energía de un sismo, Richter ha propuesto una fórmula empírica que relaciona la energía medida en ergs[1] , a la magnitud:
Logaritmo de la energía = 1.5 magnitud + 11.8

En la escala de Richter la intensidad del sismo de 1985 fue 7.8, lo cual da una energía de ocho mil 780 millones de kilowatts hora. Una cantidad tal de energía requiere cifras de referencia: significa uno por ciento del consumo de energía primaria anual en Francia. Dicho de otra manera: con toda esa energía sería posible satisfacer las necesidades de energía de toda Francia durante casi cuatro días completos. Es 500 mil veces la energía liberada por cada una de las bombas de Hiroshima y Nagasaky y 5O veces la de las más potentes bombas de hidrogeno. Es también 30 veces menos importante que la energía de los sismos más grandes que se han registrado.

El mecanismo mediante el cual se libera toda esta energía es similar al de una liga que se estira y se suelta rápidamente. Cuando se ejerce una fuerza sobre un sólido, éste se deforma almacenando energía; si la fuerza desaparece, el sólido recupera su forma original liberando la energía que había acumulado. En el caso de los terremotos son las placas que conforman la corteza terrestre las que se deforman, igual que las ligas.

El conocimiento de la estructura y distribución de estas placas ha permitido saber que la República Mexicana se encuentra en una zona de gran actividad sísmica, debido al hundimiento de la cercana Placa de Cocos que se encuentra en el litoral del Pacífico. El estudio sistemático de gran número de sismos ha permitido trazar mapas de las regiones de mayor actividad sísmica y relacionarla con la distribución de las placas.

A este respecto, Richter, quien junto con Gutenberg, Press y Benioff fue uno de los grandes sismólogos del siglo XX, había dicho en 1981 a José Robles Martínez, en el transcurso de una entrevista: "su país, México, está en un área del planeta con gran actividad sísmica, pero aún así no existe la posibilidad de que un terremoto, por fuerte que sea, sumerja la capital mexicana.

Los daños que produce un temblor no están asociados solamente a la energía, otro factor importante es el tipo de suelo. Los suelos pueden caracterizarse, entre otros parámetros, por su densidad y su módulo de Young, que es una medida de cuanto se deforma un sólido al ser sometido a una presión. Por ejemplo, el níquel que requiere un esfuerzo tres veces mayor que el aluminio para sufrir la misma deformación,  tiene un módulo de Young tres veces más grande que el aluminio.

A partir de datos sobre la composición del suelo, Richter ha construido, para la región de California mapas de áreas de gran riesgo de daño en caso de movimientos telúricos.

No obstante estos conocimientos, los terremotos siguen planteando a los especialistas un gran problema: su predicción. No existen hasta hoy métodos totalmente seguros para ello. Hay, sí, algunos indicadores como la variación del valor del campo magnético de la tierra, la aparición de movimientos de tierra que anteceden al terremoto, etc. Pero ninguno de  ellos es determinante.

Al ver lo que sabemos y lo que ignoramos sobre sismología viene a mi memo­ria la anécdota de Newton, quien al referirse a sus conocimientos de física dijo, palabras más palabras menos: "soy como un niño jugando con las conchas en la playa, mientras que el conocimiento científico es todo el mar."



[1] El erg es la unidad de energía en el sistema CGS (el que usa el centímetro como unidad de distancia, el grano para la masa y el segundo para el tiempo). Es una relativamente pequeña: Un foco de 100 w., como los de nuestras casas, proporciona una energía de mil millones de ergs cada segundo.

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