Buscar este blog

martes, 13 de septiembre de 2016

Hombres sin mujeres.



Murakami vuelve a tomar prestado el título de un libro, para darle nombre al suyo. Así como a partir del libro “De qué hablamos cuando hablamos del amor” dio nombre a “De qué hablo cuándo hablo de correr”, ahora toma el nombre de una colección de cuentos de Hemingway “Men without women” -libro, cuya existencia ignoraba yo-  para dar nombre a una colección homónima de siete cuentos de él.
Si sólo tuviera que decir si el libro me gustó o no, diría que sí, pero vale la pena comentar un poco sobre las historias.
En la primera de ellas, “Drive my car” Murakami platica la historia de un hombre que contrata una mujer para que sea su chofer, la mujer es muy sería, pero termina haciendo amistad con quien la emplea. El hombre le cuenta que su mujer, muerta en el tiempo en que ocurre el relato, lo engañó en vida  con otro hombre. El marido engañado le platica a la conductora, que una vez muerta la mujer, él se hizo amigo del amante, para conversar con él sobre ella. Esa es en esencia la historia, pero al narrarla Murakami introduce una serie de reflexiones sobre la razón por la cual, la mujer engañó al marido. La chofer le dice que debe haberse acostado con el amante, posiblemente por qué no se sentía atraída por él: “Las mujeres tenemos esas cosas”. Al final, como casi todos los relatos de Murakami, la historia se desvanece: el duerme en el auto mientras ella maneja bajo la lluvia, después de la conversación.
En la segunda historia:  “Yesterday”, se habla de la breve amistad de dos amigos, uno de los cuales ha fracasado en sus exámenes para ingresar a la universidad, mientras que su novia de la preparatoria si lo ha logrado. Sintiéndose inferior a ella y con la certeza de ir a perderla, le pide al amigo que salga con ella. La cita ocurre, pero no se da ninguna relación más entre ambos, ella le confiesa que está ya saliendo con otra persona. Enseguida de esa reunión el ex novio deja de ir al trabajo, que era el sitio de encuentro de los dos amigos, y desaparece de la escena. La historia continúa 16 años después, cuando la ex novia y el ex amigo del ex novio se reencuentran, por casualidad, en Alaska en un evento social. Ambos se apartan un poco del resto de los asistentes y van a platicar a un lado, hablan de su cita años atrás y del amigo común. Ella dice que él le ha enviado una tarjeta desde Denver, donde se desempeña como Chef de Sushi. Como ella no se ha casado, ni el Chef tampoco queda abierta la posibilidad de un reencuentro. El título de la historia se debe a que el exnovio había inventado una letra en japonés para la música de Yesterday. A lo largo de todo el relato hay largas reflexiones de Murakami -a través de los personajes- acerca de la soledad de los jóvenes. Escribe: “Si pienso en mí cuando tenía veinte años, lo único que logró recordar es que me sentía tremendamente solo y aislado. No tenía novia que confortara mi cuerpo y mi espíritu, ni amigos con quienes sincerarme.”  Como en muchos de los cuentos de Murakami, la anécdota es un tanto banal, pero la manera de platicarla introduce reflexiones del autor acerca de mucho temas, en este relato por ejemplo acerca de la diversidad cultural y lingüística del Japón.
La tercera historia “Un órgano independiente” es un análisis acerca del amor y las relaciones sexuales. El protagonista, un médico cirujano, ha logrado disociar ambos y vive una vida plena, teniendo muchas amantes, sin enamorarse de ninguna.  Hasta que, obvio, un día, se enamora y como cabría esperar lo hace de la mujer “equivocada”, es decir de una que no se enamora de él. A partir de ahí el relato es la sucesión de las penas del hombre, que termina por dejarse morir de hambre. El cuento tiene muy claramente marcadas dos partes la primera donde Murakami filosofa sobre el amor y las relaciones sexuales y la segunda,  donde narra las desventuras finales del hombre. Por mucho, la primera parte es la mejor. Como en los otros relatos, la mejor parte no es la anécdota que platica, sino las acotaciones. Una interesante, es la que da título al relato, dice el personaje principal que todas las mujeres nacen con un órgano independiente, especialmente diseñado para mentir. En dónde, cómo, y qué mentiras cuentan varía un poco, dependiendo de cada una.

El cuarto relato, “Sherezade,” platica la historia de una mujer que -como cabría esperar- cuenta historias que se continúan indefinidamente. Lo hace al  terminar de hacer el amor con una persona, privada de su libertad, a la que provee de víveres y sexo.  Sherezade es el nombre con la que él, la nombra para sí. Una de las historias que ella le narra es la manía que desarrolló, siendo estudiante, de meterse subrepticiamente a la casa de un compañero de clases del que se enamoró.   Durante sus visitas toma algún objeto de él y deja alguno de ella, hasta que en una ocasión roba una camiseta de él. El hurto despierta sospechas y los dueños de la casa, cambian la cerradura y cambian de sitio del escondite de la llave, que ella conocía. Sherezade va a continuar su historia y adelanta que cuatro años después volvió a encontrar al muchacho del que estaba enamorada y que en esa ocasión aparecieron unos fantasmas, en ese momento debe interrumpir el relato y lo deja para la próxima ocasión, Lo que siguió, Murakami ya no lo platica. Como en los relatos anteriores, corren paralelo al relato opiniones y detalles adicionales, como los de la relación sexual de ambos protagonistas, o la certidumbre de ella de en otra vida haber sido una lamprea. Esa imagen de la lamprea en el fondo del agua, es la que cierra el relato.
Kino, la quinta historia, es un relato en el que se teje una complicada metáfora del desamor, a través del relato de las desventuras de un hombre, engañado por su mujer y que monta un bar en una casa que fue de su tía. En ese bar aparece y desaparece sin razón clara, una gata. Aparecen unas serpientes, unos parroquianos pelean entre ellos y cuando  enderezan su ira contra el dueño del local que trata de calmarlos, son contenidos por otro cliente. Ese cliente providencial, de nombre Kamita, parece saberlo todo y aconseja al dueño cerrar momentáneamente el bar e iniciar un vida errante, de la que sólo dará noticias a su tía enviándole una tarjeta en la que no pondrá su nombre, ni ningún otro dato. El  hombre obedece y una noche lo despiertan unos toquidos, tarda en entender que no llaman a la puerta de la habitación, sino “a las puertas de su corazón”. “Esa visita era lo que más había ansiado y más había temido”. Entonces piensa en  el dolor que (no) sintió en el momento que la mujer lo engañó. “En el momento  en el que debí haber sentido un dolor verdadero, reprimí sentimientos de vital importancia. Rehuí encontrarme frente a frente con la verdad porque no quería asumir algo tan intenso y, debido a ello, he cargado con un corazón hueco, vacío. Las serpientes han acaparado ese espacio, en el cual intentan ocultar el frío latido de sus corazones.” A lo complejo del reato que introduce en varias partes palabras en cursivas (de las que no entendí el por qué) se agrega lo que puede haberse perdido en la traducción; Kamita aclara varias veces al decir su nombre: “Se escribe con dios y arrozal, y se lee kamita, no Kanda”, en alusión a que en japonés el nombre lo forman dos ideogramas que pueden tener diferentes lecturas. ¿Tiene eso algo que ver con el relato? Me escapa.
Para mí el mejor relato de los sietes es que se llama. “Samsa enamorado”, un especie de homenaje humorístico  a Kafka. Se trata de un relato en el cual (sin decirlo explícitamente y sólo a partir del nombre del protagonista) se descubre que una cucaracha se ha convertido en un ser humano. Tampoco se dice claramente, pero el  lector intuye que la historia ocurre en Praga probablemente en 1968, cuando entraron los tanques rusos. La primera parte de la historia platica la adaptación del insecto al mundo de los humanos, su lento descubrimiento de su nuevo cuerpo, la conciencia de la desnudez y el hambre. En la segunda parte platica el enamoramiento del metamorfoseado insecto, de una cerrajera jorobada que llega a reparar la cerradura, descompuesta, del cuarto en el cual se ha despertado Samsa. El flechazo inicial, lo describe así, Murakami: “Con el cuerpo todavía doblado por la mitad, la muchacha cogió con la mano derecha el bolso negro de apariencia pesada y se arrastró escaleras arriba como un insecto. Samsa agarrado a la barandilla, la siguió despacio. Su manera de caminar despertó en él una nostálgica sensación de afinidad”  y más adelante escribe los deseos de Samsa, en un mundo que estaba resquebrajándose: “Lo único  que sabía es que deseaba ver una vez más a esa chica jorobada. Deseaba intensamente verla. Quería estar a solas con ella y poder charlar tranquilamente. Quería ir develando poco a poco con ella los misterios del mundo”.
El último de los cuentos es el que da nombre al libro: “Hombres sin mujeres”. En esa historia un hombre recibe, después de la media noche, una llamada indicándole que la esposa, de quien habla se ha suicidado.  Obviamente quien recibe la llamada había sido amante de la muerta. El ex amante entra entonces en una serie de reflexiones en las que reinventa la historia con la mujer suicidada. Crea una serie de metáforas y analogías en las cuales los hombres pierden a las mujeres, porque ellas son seducidas por taimados marineros que las embarcan a Europa o África. En un momento, el mismo narrador escribe: “Ni siquiera yo  sé qué pretendo al contar todo esto. Supongo que intento escribir sobre la esencia de algo irreal. Pero escribir sobre la esencia de algo irreal se asemeja a quedar con alguien en la cara oculta de la luna. Está oscuro y no hay señales. Encima, es vastísima.”
Enumera también el  narrador, lo que para él supone perder a una mujer. No se trata nada más de renunciar a la relación sexual, sino también a la música que escuchan y a las caricias en la espada de ella… para concluir que: “en eso consiste perder a una mujer. Y en ocasiones perder a una mujer supone perderlas a todas. Así es como nos convertimos en hombres sin mujeres”
Leídos los siete cuentos y releídos, para escribir estas notas me quedó en primer lugar con Samsa enamorado, en segundo con Un órgano independiente, tercero Sherezade, cuarto Drive my car, quinto Yesterday, sexto Hombres sin mujeres y séptimo Kino. Los dos últimos son menos de mi agrado porque suponen un ejercicio de fantasía en el que no alcanzo a seguir del todo al autor.

miércoles, 15 de junio de 2016

Alebrije de palabras



Hace unos meses -que pueden parecer años cuando se atraviesa un semestre lectivo- José Manuel Ortiz me regalo un ejemplar de Alebrije de palabras, lo leí más o menos rápido, porque se trata de una colección de relatos breves. Palomeé los relatos que me gustaban.

El libro se quedó sobre el escritorio todo el periodo escolar. Ahora, con un poco más de tiempo, “limpié” el escritorio y di nuevamente con la antología. Por curiosidad, revisé los relatos y autores que había marcado e hice unas muy breves acotaciones de por qué me habían gustado. 
Probablemente las acotaciones les dirán muy poco a quienes no han leído los textos, pero ojalá les den curiosidad y busquen leerlos redmini.net/pdf/Alebrijes.pdf  
Estos son los textos palomeados, sus autores y las notas:


Maleficio de Abelardo Hernández por su aroma a Soylent Green y el derecho de los viejos a decidir su muerte.

Antiguo oficio de Agustín Cadena por el doble discurso, cándido y sensual, que nos despista hasta el final.

Imperdonable de Amélie Olaiz por la curiosidad, para siempre insatisfecha.

En el cementerio de Armando Alanís, por el eterno juego de espejos entre la vida y la muerte.

Belcebú de Áurea Martínez Hernández por su “simpatía por el diablo”

Fraticidio de Daniel Zetina por el aire de minficción policiaca

Voyeur de David Baizabal por el pudor de los personajes

Efecto Dominó de David Rubio por el dominó último, que escribe el texto sin conocer del todo su destino

Celos de Elizabeth Pérez Por que nos hace ver que los celos son también envidia.

Iba caminando de Gerardo Oviedo por “la dicha inicua de perder el tiempo” de la que habla Leduc

Metamorfosis de Hernán Lara Zavala por lo Kafkiano de su relato.

El ilusionista de Hugo López Araiza por el aire irreverente del texto.

Un error de Apolonio, el perfeccionista silencioso de Isaí Moreno por lo tragicómico de su destino.

El típico malasuerte de Jaime Muñoz Vargas por aquello de “Ten cuidado con lo que deseas no vaya a ser que no se te cumpla”

Sherezada de Jesús Humberto Olague por su conformismo amatorio.

Nota roja de Joaquín Márquez por el juego de palabras.

La fácil y deliciosa pero no recomendable magia del olvido de José de la Colina por poner luz sobre la sombra de la sombra.

Condominio de José Manuel Ortiz Porque caras vemos…

Hora Pico de Laura Eliza Vizcaíno por la sinécdoque.

De mano en mano se perdió un elefante de Marco Tulio Aguilera por la hipérbole que muestra el tamaño de la burocracia.

El bibliotecario de Marcos Rodríguez porque el tema recuerda las obsesiones de Borges

¿? De Odilón Ortiz porque encontró el camino.

Aves de mal agüero de Peter Paul Ramírez Por la doble irreverencia materialista.

Nunca hubo milagro de Quique Ruíz por el milagro de la lógica

Las muchas metamorfosis de René Avilés por aquello de que cada loco con su tema.

Ana de Richard Densmore por la crueldad de las coincidencias que n o coinciden del todo.

Distribución de mi casa de Rogelio Guedea porque no habita una casa, la casa lo habita a él. 


Como siempre, este tipo de elección de los cuentos y los comentarios pueden variar de un día a otro, de un lector a otro, Estos fueron los que hice los días en que leí el libro, ojalá sirvan para motivar otras lecturas de la obra completa y generar más comentarios.

domingo, 5 de junio de 2016

A mí los vietnamitas, no me han hecho nada

Una noche de 1964, escuchaba el radio mientras encuadernaba mis cómics de Superman en un volumen de queratol rojo, para terminar la tarea del taller de encuadernación, en la secundaria. Lo que oía era la primera pelea del entonces Cassius Clay contra Sony Liston. ¿Por qué quedó en mi memoria ese instante? Probablemente porque unos días antes había leído que a Clay le gustaba pronosticar el resultado de sus peleas y que estaba invicto. Sin embargo la prensa (La Afición que era el periódico, que yo leía para seguir la temporada de los Diablos Rojos del Besibol) le daba muy pocas oportunidades de vencer al campeón Sony Liston. No tengo recuerdo de haber sabido de él antes. A partir de ahí, Clay se volvió una leyenda. Me enteré que había sido campeón Olímpico en Roma, en la división de peso semi completo. Supe luego, creo que por la película The greatest, que la medalla ganada, la había tirado después al río Ohio, decepcionado por ser discriminado en un restaurante. Una nueva medalla le sería entregada, como remplazo, en los juegos olímpicos de Atlanta, en los que encendió el pebetero. El ascenso de Clay ocurría en los años sesenta, años de cambio y rebeldía en el mundo y en Estados Unidos. Hacía el interior, los Estados Unidos vivían un movimiento de reivindicación de los derechos civiles, para terminar con la segregación racial. En 1955 una mujer afroamericana, Rose Parks, se negó a dejar su asiento del autobús a un hombre blanco y fue multada por ese desacato. Un joven abogado de Alabama, Martin Luther King, inició entonces un Boicot contra los autobuses, que finalmente terminaría por suprimir la segregación racial. También en los años sesenta es asesinado el líder religioso Malcolm X. Malcolm había dejado de usar el apellido Little, que era el de su padre, porque los apellidos de los esclavos, aún liberados, eran los de sus dueños. Malcolm X influyó en el joven Clay, quien también renunció a su nombre de esclavo y se llamó un tiempo Cassius X, nombre que después modificó para adoptar el de Mohamed Ali. Hacía afuera del país, los Estados Unidos vivían la guerra de Vietnam. Una guerra iniciada en 1955 y en la que los Estados Unidos se involucraron abiertamente a mediados de los años sesenta, más o menos por las fechas en que Clay derrotaba a Liston, por primera vez. La guerra imposible de ganar para los Estados Unidos, duró hasta 1973, cuando las últimas tropas norteamericanas abandonan Vietnam. Durante esos años, yo había pasado de la secundaria a prácticamente terminar la licenciatura. Ahora hacía tareas de física y de matemáticas con la televisión prendida. Hoy, mientras escribo, sigo el juego de los Yankis contra los Orioles. Como parte de los procesos de reclutamiento de la guerra de Vietnam, en 1967 el campeón mundial de peso completo, ahora llamado Mohamed Ali, fue llamado a combatir. Ali se declaró objetor de conciencia y no se enlistó. Por esa acción se le declaró “desertor” y se le retiró no sólo el campeonato del mundo, sino la licencia para boxear. Durante poco más de tres años Ali siguió un tortuoso camino legal, al final del cual se le permitió volver a pelear. Probablemente los mejores años, como boxeador de Ali, habían quedado atrás cuando volvió al ring, pero no los mejores como figura pública. Durante la suspensión de Ali, otros dos boxeadores, más jóvenes que él, habían hecho su aparición: Joe Frazier y George Foreman. Contra ambos tuvo Ali memorables combates, a ambos los venció, aunque con Frazier tuvo una derrota, la primera como profesional. No obstante la derrota con Frazier, Ali volvió a ser campeón del mundo de los pesos completos y siguió boxeando hasta finales de 1981, cuando casi tenía 40 años. Habían pasado más de veinte de su triunfo en los juegos olímpicos de Roma. Unos tres o cuatro años después se le diagnosticó el mal de Parkinsosn. La trayectoria como Boxeador de Ali, me acompañó desde la secundaria hasta el posgrado. Años en los cuales iba formando mi opinión del mundo. La postura de Ali de negarse a combatir en Vietnam, me pareció admirablemente valiente. Un extraordinario atleta que empequeñece frente al ser humano que argumentó para no ir a la guerra: “A mí los vietnamitas, no me han hecho nada”.

jueves, 24 de marzo de 2016

Swift, Orwell, la razón del poder y los epitafios.

 Poco tiempo encuentro para leer y escribir en periodos laborales, pero en vacaciones me dedico a una y otra actividad con mucho gusto. Visitar librerías estando en otro país es de las cosas que más disfruto. Así fue como, revisando los libros en la FNAC,  conocí el año pasado  el libro de Ensayos de George Orwell, seudónimo literario de Eric Arthur Blair. 
Como casi todo mundo, yo sabía que Orwell escribió 1984 y también Rebelión en la granja, sobre todo por la frase de esa novela que suele citarse: “Todos los animales son iguales, nada más que unos son más iguales que otros”. Tenía una vaga idea de que Orwell había sido periodista, pero nada más. Como se hace en las librerías, el libro con sus ensayos, lo hojee, lo leí, lo dejé en su lugar, lo volví a tomar al día siguiente, lo volví a hojear y lo volví a dejar y así hasta que… el día antes de partir decidí que libros me animaba a cargar. El de Orwell, se quedó. Semanas ¿meses? Después, ya en México, entré a Gandhi y vi uno de los libros que si habían viajado conmigo de regreso. Me dije que debería tratar de tener más tiempo para visitar librerías en México, para no cargar tantos libros cuando viajo de regreso.  Se me ocurrió preguntar por el libro de Orwell. 
La mala noticia era que no lo tenían, la buena que lo podían pedir y en unos pocos días lo tendría conmigo. Sin hacer cuentas que me disuadieran de la compra, lo encargué. Pocos días después me avisaron que había llegado. Con entusiasmo lo llevé a casa y empecé a leerlo. El empiezo no tuvo continuación, junto al libro de Orwell se fueron acomodando otras lecturas igualmente imposibles de realizar. El escritorio se llenaba de lecturas frustradas y un día las tomé todas y las puse en un paquete “Para leer en vacaciones”. A algunas de ellas les he metido diente en estos días, por ejemplo a El Juego del Gato y el alfil, novela editada por la UAEM. También la emprendí con el libro de Orwell y me fascinó. 
El libro reúne ensayos desde 1928, cuando Orwell tenía 25 años, hasta 1949, un año antes de su muerte. Obviamente una etapa importante en este lapso es la segunda guerra mundial y la posguerra. Es el temor a los totalitarismos, el que inspira 1984 y la frase que ya cité de Rebelión en la granja, da una idea de lo que Orwell pensaba del socialismo. Un libro como el de sus ensayos, de alrededor de mil páginas, se puede leer al azar buscando temas de interés, personajes, episodios, etc que llamen nuestra atención. Orwell es un gran admirador de Jonathan Swift, a quien realiza una entrevista imaginaria en un texto de 1942, reproducido en el libro de ensayos. En esa entrevista Orwell cita la famosa frase, que más tarde John Kennedy Toole usaría en su novela La conjura de los necios: “Cuando un verdadero genio aparece en el mundo puedes reconocerlo por esta señal infalible: Todos los borricos se confabulan contra él.” 
Se detiene Orwell, hablando imaginariamente con Swift, en el pasaje de los viajes de Gulliver, en el que Gulliver explica al rey de Brodingnag como es la vida en Inglaterra y como ahí se asciende socialmente sin necesidad alguna de tener virtudes o conocimientos. Una visión de la humanidad que el mismo rey de los gigantes sintetiza diciendo que se trata de “la raza de odiosas alimañas más perniciosa que la naturaleza haya permitido nunca que se arrastraran por la superficie de la tierra”. 
Al final de la entrevista imaginaria Orwell da su punto de vista sobre Swift: “Su perspectiva de la sociedad es muy penetrante, aunque es falsa si se analiza a fondo. No podía ver lo que ve una persona normal. Que vale la pena vivir la vida y que los seres humanos, aunque sean ridículos y sucios, son decentes, en su mayoría. Sin embargo, si hubiera podido ver esto no habría escrito Los Viajes de Gulliver”. Concluye el texto de la entrevista imaginaria con el epitafio de Swift : “La indignación salvaje ya no puede lacerar su corazón”. 
Orwell dedica varios más de sus ensayos al “Pueblo Inglés”, a la perspectiva moral del pueblo Inglés, a la perspectiva política del pueblo Inglés y al futuro del pueblo Inglés. Se refiere en el primero de estos textos a las “características principales del común de los ingleses”, las que dice son “la falta de sensibilidad artística, la cortesía, el respeto por la ley, el recelo hacía los extranjeros, el sentimentalismo con los animales, la hipocresía, unas diferencias de clase exageradas y la obsesión por el poder.” 
Todo lo anterior en textos de 1944, año en el que también se ocupa de Salvador Dali y de reflexionar sobre la industria editorial, en un texto titulado ¿Son demasiado caros los libros? escrito a propósito de la decisión de H.G Wells de publicar una edición limitada de su último libro a precios “exorbitantes.” 
Cuando empecé a escribir este texto quería referirme a uno de los ensayos de Orwell, del que aún no hablo y no a todo lo que ya escribí; pero bueno, son vacaciones y hay tiempo. 
El ensayo que quería comentar es el que se titula “Raffles y Miss Blandish”. Raffles es un personaje de las novelas de E.W. Hormung, es una especie de caballero que delinque con “honor”, al estilo de Arsenio Lupin. Miss Blandish es la protagonista femenina de la novela de James Hadley Chase “El secuestro de Miss Blandish”, una novela que en palabras de Orwell “no es pornográfico en el sentido normal del término. Al contrario que los libros que tratan del sadismo en materia sexual, (aquí) se hace hincapié en la crueldad, no en el placer.” 
Orwell habla de ambas novelas para señalar el trato equívoco que se da al delito en ambos libros, tanto en el de Raffles donde se hace de un ladrón, casi un héroe; como en el sórdido libro de Chase. Orwell comenta que El secuestro fue un éxito de librería en 1940 y que sólo fue retirado de la circulación cuando otro libro del mismo autor Las penas de Miss Callahan llamó la atención de las autoridades. 
Por cierto que el libro de Chase se tradujo al español con el título de “No hay Orquídeas para la Señorita Blandish” y todavía hace muy poco tiempo hubo una reimpresión de la novela en nuestra lengua. 
Para tratar de explicar la aceptación del libro, dice Orwell de Chase: “ha sabido ponerse al día de lo que hoy es moda llamar ‘realismo’ y que en realidad hace referencia a la doctrina de que es el poder el que tiene la razón”. 
En un estilo semejante al de su admirado Swift, Orwell critica a los intelectuales de Inglaterra: “Todos ellos son adoradores del poder y de la crueldad a la que sale a cuenta porque lleva al éxito”. 
Chase, sigue diciendo Orwell, “presenta una versión destilada de la moderna escena política, en la que asuntos como los bombardeos a gran escala contra civiles, el uso de rehenes, la tortura para obtener una confesión, las cárceles secretas, las ejecuciones sin juicio previo, el apaleamiento con porras de caucho, ahogar a alguien en una ciénega, falsificar sistemáticamente los registros y las estadísticas, la traición, el soborno o el colaboracionismo son normales y moralmente neutros, e incluso admirables cuando se hacen a lo grande, con osadía”. 
Este texto de Orwell leía yo -paradójicamente- cuando me enteré del atentado en Bruselas. Pensé en Swift y su visión de la humanidad, releí el texto de Orwell sobre Chase y me pregunté: ¿Qué dirá el epitafio de Orwell?