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domingo, 5 de junio de 2016

A mí los vietnamitas, no me han hecho nada

Una noche de 1964, escuchaba el radio mientras encuadernaba mis cómics de Superman en un volumen de queratol rojo, para terminar la tarea del taller de encuadernación, en la secundaria. Lo que oía era la primera pelea del entonces Cassius Clay contra Sony Liston. ¿Por qué quedó en mi memoria ese instante? Probablemente porque unos días antes había leído que a Clay le gustaba pronosticar el resultado de sus peleas y que estaba invicto. Sin embargo la prensa (La Afición que era el periódico, que yo leía para seguir la temporada de los Diablos Rojos del Besibol) le daba muy pocas oportunidades de vencer al campeón Sony Liston. No tengo recuerdo de haber sabido de él antes. A partir de ahí, Clay se volvió una leyenda. Me enteré que había sido campeón Olímpico en Roma, en la división de peso semi completo. Supe luego, creo que por la película The greatest, que la medalla ganada, la había tirado después al río Ohio, decepcionado por ser discriminado en un restaurante. Una nueva medalla le sería entregada, como remplazo, en los juegos olímpicos de Atlanta, en los que encendió el pebetero. El ascenso de Clay ocurría en los años sesenta, años de cambio y rebeldía en el mundo y en Estados Unidos. Hacía el interior, los Estados Unidos vivían un movimiento de reivindicación de los derechos civiles, para terminar con la segregación racial. En 1955 una mujer afroamericana, Rose Parks, se negó a dejar su asiento del autobús a un hombre blanco y fue multada por ese desacato. Un joven abogado de Alabama, Martin Luther King, inició entonces un Boicot contra los autobuses, que finalmente terminaría por suprimir la segregación racial. También en los años sesenta es asesinado el líder religioso Malcolm X. Malcolm había dejado de usar el apellido Little, que era el de su padre, porque los apellidos de los esclavos, aún liberados, eran los de sus dueños. Malcolm X influyó en el joven Clay, quien también renunció a su nombre de esclavo y se llamó un tiempo Cassius X, nombre que después modificó para adoptar el de Mohamed Ali. Hacía afuera del país, los Estados Unidos vivían la guerra de Vietnam. Una guerra iniciada en 1955 y en la que los Estados Unidos se involucraron abiertamente a mediados de los años sesenta, más o menos por las fechas en que Clay derrotaba a Liston, por primera vez. La guerra imposible de ganar para los Estados Unidos, duró hasta 1973, cuando las últimas tropas norteamericanas abandonan Vietnam. Durante esos años, yo había pasado de la secundaria a prácticamente terminar la licenciatura. Ahora hacía tareas de física y de matemáticas con la televisión prendida. Hoy, mientras escribo, sigo el juego de los Yankis contra los Orioles. Como parte de los procesos de reclutamiento de la guerra de Vietnam, en 1967 el campeón mundial de peso completo, ahora llamado Mohamed Ali, fue llamado a combatir. Ali se declaró objetor de conciencia y no se enlistó. Por esa acción se le declaró “desertor” y se le retiró no sólo el campeonato del mundo, sino la licencia para boxear. Durante poco más de tres años Ali siguió un tortuoso camino legal, al final del cual se le permitió volver a pelear. Probablemente los mejores años, como boxeador de Ali, habían quedado atrás cuando volvió al ring, pero no los mejores como figura pública. Durante la suspensión de Ali, otros dos boxeadores, más jóvenes que él, habían hecho su aparición: Joe Frazier y George Foreman. Contra ambos tuvo Ali memorables combates, a ambos los venció, aunque con Frazier tuvo una derrota, la primera como profesional. No obstante la derrota con Frazier, Ali volvió a ser campeón del mundo de los pesos completos y siguió boxeando hasta finales de 1981, cuando casi tenía 40 años. Habían pasado más de veinte de su triunfo en los juegos olímpicos de Roma. Unos tres o cuatro años después se le diagnosticó el mal de Parkinsosn. La trayectoria como Boxeador de Ali, me acompañó desde la secundaria hasta el posgrado. Años en los cuales iba formando mi opinión del mundo. La postura de Ali de negarse a combatir en Vietnam, me pareció admirablemente valiente. Un extraordinario atleta que empequeñece frente al ser humano que argumentó para no ir a la guerra: “A mí los vietnamitas, no me han hecho nada”.

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