Días
atrás,
en el
curso de una presentación a un grupo de maestros, use la expresión
"autenticar usuarios", levantó la mano una de las
asistentes para decirme, con todo comedimiento, que ella era maestra
de etimologías y que la palabra autenticar no existe. Su
intervención me recordó, un texto que había yo escrito -todavía
en el siglo pasado- acerca de la manera en que el uso globalizado de
Internet (y en general de las computadoras) están transformando el
español. Cuando respondí a la maestra, hice mención a ese
documento y quedé de envíarselo. Otra maestra que estaba a unos
pasos de donde yo exponía, me dijo: "a mi también mándemelo,
por favor". Busqué el escrito y cuando lo releí, lo encontré
un poco envejecido, lo retoqué un mínimo para que no oliera tanto a
naftalina, decidí publicarlo en este blog y compartirles la
dirección a ambas maestras. Espero que a otros lectores también les
interese el tema:
LA
TRANSFORMACIÓN
DEL ESPAÑOL
POR EL USO DEL INTERNET
EI
cómputo,
las telecomunicaciones y las redes de computadoras están
cambiando
nuestra forma de vida en muchos sentidos. Ya se acepta
que incluso lo hacen con
nuestra forma de divertirnos. Pero... ¿y
nuestra forma de hablar?, ¿cómo
se va
a ver afectada?, ¿qué
actitud
tomar frente a la "invasión"
de términos
extranjeros?, ¿cuáles
son las principales fuerzas que gobiernan la evolución
de los lenguajes y cómo
se ven afectadas por la explosión
de Internet?
Al
parecer no hay aún
consenso de cómo
responder a estas preguntas. Lo que sigue a continuación
son mis opiniones de usuario, tanto de Internet como de la lengua,
sobre
la transformación
del español
por el surgimiento de la red mundial de computadoras.
Empiezo
por hacer énfasis
en lo que me parece más
importante: el lenguaje es algo vivo.
Quiero
decir con esto, capaz de interactuar con el entorno, de transformarlo
y de
transformarse en esa interacción.
El lenguaje lo vamos haciendo, día
a día,
los usuarios. En
alguna época
los usuarios únicos
fueron los hablantes. En otra, quizás,
tuvo mayor prestigio la palabra escrita, reputada como culta y desde
principios de siglo veinte hay también
una
avalancha de palabras electrónicas
cruzando el espacio.
Hasta
tiempos relativamente recientes -finales de los años
ochenta del siglo anterior- aunque numerosas, estas palabras
electrónicas
eran emitidas sólo
por un pequeño
número
de personas: locutores y personal de radio y televisión
o tenían
impacto sólo
en uno o dos oyentes, como en el caso de las conversaciones
telefónicas.
Pero desde el inicio de los noventa, Internet puso al alcance de casi
cualquier persona, una audiencia enorme. Las listas de correo, los
grupos de noticias, las páginas
electrónicas,
los blogs y las redes sociales, son medios por los cuales la palabra
electrónica
alcanza a casi cualquier persona. ¿Qué
repercusiones
tiene esto en el uso de nuestro idioma?
Hay
que empezar
por aceptar,
que la mayor parte de los programas que se utilizan para
comunicarse
a través
de Internet son programas desarrollados originalmente en inglés.
Por
ejemplo, los programas para navegar la telaraña
mundial, los
de búsqueda de información
y los de lectura de correo electrónico.
Hay
que agregar, además,
que el mayor número
de máquinas
(servidores) con información
electrónica
al alcance de todo público
se encuentran en países
de habla inglesa. Esto ha
enfrentado a los hispanohablantes al
conflicto de estar usando de facto palabras "extranjeras"
para hablar en su idioma. Expresiones como "autenticar" un
usuario o "resetear" la máquina
son cada vez más
frecuentes, para
no hablar de whatsapear, que se oye horrible (y por eso no hará
huesos viejos).
La
interrogante que muchos se plantean es ¿qué
actitud
tomar?: ¿incorporar las palabras "extranjeras" sin más?,
¿castellanizarlas?, o alternativamente proponer palabras españolas,
ya sea creándolas
exprofeso o extendiendo el sentido semántico
de algunas ya existentes?
La
primera reflexión
que viene a la mente es el sentido que pueda tener calificar de
palabra
extranjera a los neologismos. ¿Es palabra extranjera
teléfono?
Esta palabra es la versión
castellana de la misma palabra en inglés,
francés,
alemán
y un buen número
de otras lenguas. Cuando los neologismos designan un objeto de uso
universal tienden por esa razón
a ser adoptados universalmente.
Tal
podría
ser el caso del vocablo hardware, cuya diferencia con teléfono
sería
que sólo
es
neologismo en cuanto a su aplicación
al cómputo.
Hardware es la palabra inglesa para designar también
la tienda que en español
llamamos tlapalería,
pero en el sentido de las partes de un equipo de cómputo
que no son programas de computadora sólo
existe recientemente, es decir es un neologismo.
Algo
semejante podría
también
decirse de otras voces como por ejemplo software, debug, Iaptop,
etcetera.
La
"corrección"
en el uso del idioma la va dando el uso. Al menos eso decía
mi profesor de
etimologías
en la escuela preparatoria, el maestro Alfonso Torres Lemus: "El
Uso es Ley". No entraré,
por no caer en digresiones, a hablar del hecho bien conocido de que
distintos grupos sociales tienen usos diversos y en consecuencia el
concepto de corrección
se vuelve esquivo, prefiero reflexionar sobre las fuerzas que guían
el uso, es decir de los factores que mediante el uso van dando la
normatividad.
Una
de las principales fuerzas que guía
el uso del idioma es la facilidad, no la normatividad
de los
académicos
y mucho me temo que en algunos casos la Academia ha tenido que
modificar la norma para aceptar lo que la facilidad había
ya consagrado de
facto. Quizá
haya
sido el caso del ratón
ciego o mur ciegalo, convertido en murciélago.
Probablemente sea también
el inevitable destino de algunos verbos irregulares por diptongación
como soldar o forzar, que casi siempre en primera persona del
presente de indicativo se conjugan como soldo y forzo en vez de
sueldo y fuerzo.
Según
esta fuerza guía,
de la facilidad, es mucho más
cómodo
tener una sola palabra en todos los idiomas para referirse a un mismo
objeto que tener tantas como idiomas. Son múltiples
las razones por las que un mismo objeto es designado con más
de una palabra, a veces incluso en la misma lengua. Una de ellas es
el regionalismo. En Uruguay se llamará
zapallos
a lo que en otras partes se llama calabazas y yapa a lo que otros le
dicen pilón,
adehala o propina. Los españoles
llaman ficheros a lo que en México,
le
decimos
archivos y que ambos entendemos como files (fails) cuando navegamos
la red.
Se
hubiera podido pensar que este fenómeno
de regionalización
del lenguaje bastaría
para terminar con el sueño
de un lenguaje universal como el esperanto, pues sería
suficiente que
pasara un
número
suficiente de años,
para que este idioma universal se convirtiera en el padre de varios
otros; del mismo modo que el latín
dio origen a las lenguas romances.
Sin
embargo, el regionalismo es algo que tiende a desaparecer con la
conexión
mundial a
través
de la red de cómputo.
Los sudamericanos, los norteamericanos, los europeos, los africanos y
los asiáticos
hispanohablantes estamos intercambiando mensajes entre nosotros
constantemente y un giro lingüístico
en una parte del globo, puede asimilarse rápidamente
en otra.
Una
fuerza más
que guía
la evolución
de las lenguas, es la de la estética.
El idioma se usa
también
para crear obras de arte como poemas y novelas. Para este uso es
común
forzar el
significado de las palabras al máximo
y valerse de figuras del pensamiento para hacerlas decir un poco más.
Cierto que el lenguaje científico
no es un uso particularmente estético
de la lengua, pero no por ello escapa a esta norma general de
estética.
Recuerdo que a propósito
de este tema de cómo
nombrar en español
ciertos objetos, alguien me
comentó que se había
propuesto que a los chips se les llamara escalopendra. Nunca
encontré verificación de esa propuesta, pero si
fuera
cierta, bastaría
apelar al criterio estético
para
preferir seguir usando el término
chip. Esta
fuerza de la estética es la que seguramente le cerrará el paso a
"neologismos" como Whatsapear.
Otra
de las fuerzas que van moldeando la evolución
del idioma es el nacionalismo.
Es
esta la principal fuerza que trata de acuñar
nuevos términos
en el idioma local para designar cosas que ya de suyo no son locales,
sino universales. Esta fuerza se irá
debilitando
cada vez más,
en la medida en que el concepto principal detrás
-el de nación-
se desvanezca. La idea de nación
-si las cosas siguen marchando en la misma dirección
en la que apuntan- se irá
perdiendo
dentro de la red mundial de cómputo.
No
soslayo la inquietud que esto despierta, y con justicia, entre muchas
personas. La razón
principal de la inquietud no es que desaparezca o se diluya la idea
de nación
(lo que dicho sea de paso recuerda aquella canción
del compositor francés
Georges Brassens acerca de "los felices
tontos que nacieron en algún
lado"
y que habla del absurdo que entraña
el que cada quien encuentre que lo de su lugar de origen es superior
a lo de los otros, quienes, por cierto, piensan lo mismo).
El
problema es ¿qué
surge
en lugar de ese concepto de nación?
Algunos
románticamente
hablan de una comunidad universal donde todos tendremos la
misma
nacionalidad. Otros piensan que no, que en realidad, de buena o mala
gana, nos iremos asimilando al modelo de nación
que tienen quienes hablan el lenguaje en el que nos
comunicamos
en esa gran comunidad internacional. Es decir, la red mundial de
cómputo
será
el
escaparate de un modo de vida, al que nos iremos integrando. A este
futuro piensan que se oponen quienes sugieren no adoptar los términos
anglosajones para designar los
objetos
que pueblan el ciberespacio.
En
realidad esto equivale a la oposición
que seguramente algunos mantuvieron para que
palabras como
alfiler, álgebra,
almohada y alfil ingresaran al español,
aduciendo que con ello
el imperio árabe
los
devoraba.
Quienes
así
piensan
ven en el lenguaje en general y en las palabras en particular, una
especie de Caballo de Troya en el que se emboscan propósitos
de dominación.
No sé
si
tales propósitos
son reales o no, pero sí
creo
que en caso de que lo fueran, no es oponiéndonos
a la incorporación
de neologismos provenientes del inglés
que defendemos el idioma. A final de cuentas todo neologismo
enriquece el idioma. Permite nombrar objetos o ideas nuevas con
precisión
e intercambiar opiniones sobre esos nuevos conceptos con colegas de
otros países
que también
los adoptaron.
Una
fuerza más
que guía
la evolución
de las lenguas es la del mercado, incluyendo la parte
que
corresponde al comercio de la ciencia y la tecnología.
Son los países
económicamente
más
desarrollados los
que
mejor aprovechan los avances tecnológicos.
Muchos hispanohablantes nos acercamos al inglés,
porque en este idioma se escribe casi todo lo importante de ciencia y
tecnología.
Nuestros idiomas van a sentir la influencia del inglés
sobre de ellos, por razón
de su importancia comercial.
El
fenómeno
sería
inverso, si el español
fuera el idioma de las comunicaciones científico-
tecnológicas.
Una manera menos obvia de defender el lenguaje, pero a la larga quizá
más
efectiva, es fortalecer nuestro desarrollo tecnológico.
Descubriendo nosotros las cosas y
bautizándolas,
lo haríamos
de manera natural, forzando a los demás,
a referirse a ellas en español.
Un
ejemplo es el descubrimiento casual, hecho por pescadores
sudamericanos, de una corriente marina a la que bautizaron como "El
niño",
por haberlo hecho el 25 de diciembre, fecha del nacimiento del niño
Jesús.
Los
anglófonos llaman a esa corriente el Ninio, que es su manera de
pronunciarlo.
En
suma, el propósito de usar siempre palabras españolas
para designar conceptos
y
objetos que
el desarrollo tecnológico
va poniendo con mayor frecuencia a nuestro alcance es comprensible,
pero puede no resultar en todos los casos la mejor estrategia porque:
Existen
otras fuerzas que guían
la evolución
del lenguaje, como la comodidad, el comercio y el desarrollo
científico-tecnológico.
La
red mundial de cómputo,
al tender
a crear
una sola comunidad mundial, tiende a diluir el nacionalismo,
concepto que frecuentemente está
en
la base de la
tendencia a
rechazar la incorporación de palabras extranjeras.
El
español
no ha sido, hasta hoy, un lenguaje de la ciencia y la tecnología.
A
escalas de tiempo mayor, las palabras que hoy decimos extranjeras se
asimilan al
idioma y lo enriquecen, como ocurrió
con
los vocablos que provenientes del árabe
o el náhuatl
que
se
incorporaron a nuestra lengua, e incluso a partir de ella
enriquecieron a otras. Es
el caso, por ejemplo, de chocolate
que pasó
al
inglés,
al francés
y a varias lenguas más.
El
efecto principal de la masificación
de las comunicaciones electrónicas
será
redefinir
la importancia relativa de las fuerzas que moldean la evolución
del lenguaje, favoreciéndose
-me parece- la tendencia a una denominación
universal de los nuevos desarrollos tecnológicos.