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domingo, 31 de octubre de 2021

La sorcière.

 

Es usual traducir el título del libro de Jules Michelet, La sorcière como La bruja, aunque después de leer el libro, pienso que quizás podría traducirse también como La hechicera. ¿Cuál es la diferencia? No lo sé muy bien. Para mí el término bruja tiene una carga peyorativa, que no encuentro en el personaje femenino del que habla con pasión el historiador francés.

Aunque Michelet se graduó en letras, su obra más importante son los XVII tomos de La Historia de Francia. Michelet es nombrado en 1830 jefe de la sección histórica de los archivos franceses. En su rol de historiador de Francia y sobretodo, al escribir la parte correspondiente a la edad media, el autor de La sorcière tiene acceso a una gran cantidad de documentos que más adelante va a emplear en la escritura de ese libro.

La redacción de La sorcière, de hecho, la emprende antes de concluir la de La Historia de Francia. El libro puede, en cierto sentido, verse como una historia de la brujería en Europa, desde la edad media hasta el siglo XIX, pero también como una reflexión profunda y personal de su autor acerca del papel de la mujer en la sociedad, en particular en el surgimiento de la ciencia.

No son pocos los pasajes del libro donde Michelet distingue lo poco que es capaz de hacer un hombre brujo, de lo mucho que es capaz de hacer una mujer bruja. Por ejemplo dice: “La iluminación de la locura lúcida que según sus distintos grados es poesía, segunda visión, penetración intensa, la palabra  inocente y astuta; la facultad; sobre todo de creer en sus mentiras. Este es un don que no conocen los brujos. Con ellos nada habría empezado”.

Paul Viallaneix, autor del prefacio del libro que tengo de La sorcière menciona la influencia que  sobre Michelet, ejercía su segunda esposa  Athénais, quien era veintiocho años más joven. Dice Viallaneix: “El piensa en el demonio, de sexo femenino, que hechiza su vejez. Ella lo ha salvado de la desesperanza tras la ruina la de Segunda República, después de su enfermedad en el invierno 1853-1854. Ella le enseñó a apreciar y a amar las aves, los insectos y todas la criaturas a las que está acostumbrada desde su infancia en el campo. Ella le revela las armonías de la naturaleza, los secretos del bosque y del mar”.

Este párrafo sirve para explicarnos el tono poético de todo el libro. En él va Michelet explicando  el surgimiento de las ciencias de la mano de la mujer, sin embargo el tono lírico no le resta rigor histórico a la hora de ir citando documentos. Incluso la lectura puede, por momentos, volverse pesada.

El libro es así mismo una denuncia y combate de la desigualdad social y de la manipulación y la hipocresía de la iglesia católica, responsable de crear el tribunal de la inquisición y de haber llevado a cabo tantos procesos por brujería.

El libro es pues un doble discurso histórico, que narra por una parte los espacios que la ciencia fue ganando a la iglesia y por otra el recuento de los casos de brujería más connotados en Europa.

Michelet hace nacer a la bruja de la desesperanza, se pregunta: ¿En qué fecha nace la bruja? y responde “lo digo sin ninguna duda: de los tiempos de la desesperanza. De la desesperanza profunda que construye el mundo de la iglesia”

La iglesia, argumenta Michelet, no ve en esta vida más que una prueba, por lo que el sufrimiento, el hambre y la enfermedad son un vasto campo donde el demonio puede consolar a quienes sufren. Esta idea de la bruja y del demonio como consuelo a quienes sufren está presente en todo el libro.

La bruja es para Michelet en alguna medida también  el remanente o la reminiscencia de los cultos paganos (Pan) a la naturaleza. Hay un sincretismo entre las creencias paganas y el cristianismo: Navidad coincide con las fiestas  de los espíritus del norte. La fiesta de la noche más larga del año.

Describe la noche y el consuelo de quien sufre: “Considerar que fuera de la ciudades, cerca de los bosques, en invierno a las seis de la noche está oscuro, sopla el viento, cualquier movimiento de una hoja de árbol, es atribuible a un espíritu. A alguien capaz de hacer cosas prodigiosas, un ente al que se puede pedir auxilio en la desesperanza”. 

Esta necesidad de consuelo se extiende a la edad media que el historiador describe como mil años de aburrimiento, de bostezo, de ruptura de los príncipes de la iglesia con el pueblo: Prohibido inventar, prohibido crear. No más leyendas, no más santos. Ya tenemos suficientes. Entonces hay que pedir a los dioses paganos, a los duendes y trolls,  lo que el dios del cristianismo no concede: El gozo de la vida. La bruja, en la visión de Michelet está asociada también a una vida gozosa, que la iglesia impide.  

Nuevamente en la época feudal hay desesperanza que viene de viene de la presión terrible de las vejaciones y de la miseria. Cita el diario de Eudes Rigault, confesor del Rey Luis XI y arzobispo de Rouen  donde aparece el desenfreno y el abuso de los monjes: “Dondequiera encuentra (Rigault) a esos monjes viviendo la gran vida feudal, armados, ebrios, duelistas, cazadores furiosos a través de toda cultura; las religiosas mezcladas con ellos de forma indistinguible, embarazadas en todas partes, como resultado de sus acciones.”

Aunque los demonios existían como parte de la cultura de la edad media, Satán nos dice el el autor de la Sorcière, no toma su forma definitiva antes del siglo XIII, como personaje con el que se pueden hacer pactos. Un diablo también que puede habitar el cuerpo de una mujer y poseerla.

Michelet no dice qué es, ni cómo ocurre la posesión. Deja entender que es la manera como los diablos castigan. La posesión solo ocurre en el libro de Michelet a las mujeres,  no a los hombres.

El pacto con el diablo es también una alegoría de lo que está dispuesto a perderse por la transgresión. La transgresión de las dos prohibiciones de la edad media: Ver el futuro y evocar el pasado. Es el precio por formar parte de sociedades secretas que conocen las propiedades medicinales y venenosas de las plantas, que ayudan a curar las enfermedades de la edad media.

El contacto con el mundo árabe trae el conocimiento de estimulantes para reavivar el declive amoroso. A ellas atribuye  Avicena la gran cantidad de erupciones en la piel.

A Paracelso,  que  quemó los libros de la medicina anterior, Michelet lo hace decir: “Todo lo  he aprendido de las buenas mujeres” (Las brujas).  Lo que sabemos de la medicina de las brujas es que usaban una gran familia de plantas equívocas y muy peligrosas, para distintos propósitos como calmar y estimular. Se les llama con razón consoladoras. En francés el término es solanées, en español se usa el nombre latín de la familia de plantas: Solanacea.

Esta familia enorme de plantas incluye la belladona, la mandrágora y el tabaco pero también  la papa, el tomate y la  berenjena. Para hablar, con autoridad de estas plantas Michelet consulta y cita el trabajo del botánico y médico francés Félix Arhimède Pouchet.

El uso de las plantas como medicina alternativa le corresponde a la mujer; es decir a la bruja, pues en la edad media, dice Michelet, la medicina oficial sólo se ocupaba del varón, nunca de la mujer: “Jamás en esos tiempos, una mujer habría aceptado a un médico varón, no le habría dicho sus secretos. Las brujas observaban solas y fueron para las mujeres, sobre todo, el único médico”.

La exposición sobre las propiedades medicinales de las plantas se extiende al tema de los filtros de amor, los encantamientos  y los estimulantes. No muy lejos de esos usos está el de la purificación después del amor, para evitar quedar encinta.

Este es el camino que Michelet hace recorrer a la mujer a través de la historia en la sociedad europea de la edad media. Una historia que la trae de la adivina pagana, al esplendor de la bruja de los sabats y la misa negra, para llevarla después a la mujer intrigosa y perversa que describe con este párrafo: “Para ella la brujería será, no sé qué especie de cocina o química. Muy pronto aprenderá a manipular las cosas repugnantes, las drogas primero, las intrigas, después”.

Al final del recorrido, la bruja habrá alcanzado a emanciparse, a través del conocimiento, de la rebeldía y a veces de la maldad. No sin dolor, como en los casos de las quemas de brujas o en los casos de abuso sexual de sacerdotes, presentados como casos de tratos con el demonio, en el que la poseída era juzgada y condenada.

El libro, en su segunda parte hace un recuento histórico de los casos de  brujas vascas, las posesiones de Loudun, de Louviers y de la Cadière.

Un libro histórico y poético. Muy interesante y bien documentado. Lectura recomendable a todos los interesados en la historia de la ciencia. Por cierto Michelet  cita como fuente La historia de las ciencias en la edad media, por Srengler, Pouchet. Cuvier, etc.

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