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martes, 5 de mayo de 2015

De qué hablamos cuando hablamos del amor.

El título de esta entrada es el de un cuento de Raymond Carver, del que tuve conocimiento primero por Haruki Murakami, quien lo parafraseo para dar nombre a su reflexión autobiográfica: De qué hablo cuando hablo de correr. Murakami menciona este hecho en su libro y eso me dio curiosidad, busqué el texto de Carver y leí el cuento. Más recientemente a través de la película premiada con el Oscar en 2015 me reencontré con ese relato.
La película platica la historia de un hombre que tras haber sido exitoso en el cine comercial incursiona como director de teatro en Broadway. La obra que decide montar es justamente la adaptación del cuento de Carver.
En el relato, dos parejas de amigos beben ginebra y se plantean la pregunta que da nombre al cuento. Lo que se habla del amor al principio es acerca del rencor que el ex-marido de la actual mujer de uno de ellos, le tiene a él. Mientras beben el anfitrión coquetea con la mujer del amigo y en un momento dado, junto con esas manifestaciones de lo que es el amor, uno de los personajes platica la historia de una pareja de ancianos, “en la setentena” que sufre un accidente y salvan la vida, apenas. En el hospital el hombre sufre terriblemente porque a causa de los vendajes, curaciones y heridas no puede ver a su mujer. Esa ausencia de la imagen amada lo hace sufrir enormemente. La pregunta que planea el escrito de Carver es: ¿Es el amor ese sentimiento, del viejo por su mujer, tan lejano ya de los impulsos sexuales que deben asegurar la preservación de la especie?
No sé que motivó a Carver a escribir ese texto pero lo he recordado a propósito de una conversación que tuve hace pocos días acerca de los mecanismos químicos del amor.
El amor, me decía un amigo químico, no es como lo pintan. No hay flechazo de cupido, hay sustancias químicas viajando por nuestro cuerpo al influjo de una mirada, una voz, una imagen...
Me llamó la atención y traté de averiguar ¿De qué sustancias se trata?, ¿cómo viajan?, ¿Qué se desencadena su producción?...
Esto es algo de lo que encontré: Las sustancias químicas del amor son las hormonas y los neurotransmisores que son generados en las glándulas endócrinas y en las células nerviosas respectivamente y que son transportados por los sistemas circulatorio, linfático y nervioso.
Las hormonas regulan las funciones del cuerpo humano, el crecimiento, el sueño, la angustia, el deseo sexual, los estados de ánimo… se producen en glándulas como la pituitaria, la glándula pineal, el timo, la tiroides, las glándulas suprarrenales, el páncreas, los testículos y los ovarios.
La adrenalina fue la primera hormona que se conoció, la obtuvó por primera vez, de manera pura, el japonés Jokichi Takamine en 1901. Es interesante notar que en francés los riñones se llaman reins, palabra que a su vez viene del latín renes. Ad renes, significa junto a los riñones. A la adrenalina también se le conoce como epinefrina, que es más o menos lo mismo, pero a partir de las raíces griegas: Epi: encima, Nephros: Riñón. ¿Cómo se llamaría esa hormona si hubiera sido descubierta o sintetizada por un hispano hablante? (¿suprarenalina? ¿sobreriñonina?)
Los neurotransmisores, por su parte, se producen en las células nerviosas y se encargan de la transmisión de las señales de una neurona a otra. La acetilcolina fue el primer neurotransmisor en ser identificado como tal, en 1921, por el biólogo alemán llamado Otto Loewi, quien ganó el premio Nobel en 1936, compartido con Henry Hallet Dale, que la había aislado siete años antes. La acetilcolina interviene en la estimulación de los músculos y en la programación del sueño REM.
Una emoción es una respuesta de nuestro cerebro ante situaciones a las que debe hacerse frente rápidamente (un asalto o un beso robado, por ejemplo). Las emociones desempeñan un rol importantísimo en nuestra comunicación general con las demás personas, no sólo la amatoria. El gesto de un interlocutor puede informarnos del efecto que nuestras palabras le producen, nos da pistas de su posible respuesta y nos prepara para poder responder.
En el amor, las hormonas y neurotransmoisores son los responsables de que expresemos nuestras emociones, con una sonrisa o un gesto de disgusto, con la aceleración del pulso cariaco, del ritmo de la respiración o el sudor de las manos.
Una mirada, una imagen, una voz pueden desencadenar la producción de dopamina y endorfina, dos neurotransmisores que van a producir inmediatamente sensación de bienestar y a iniciar probablemente el proceso del amor.
La dopamina está asociada a la motivación: prevé el placer que vendrá y nos lanza a la acción en busca de él. La motivación será tanto mayor cuanto más más grande sea el placer que se espera.
La dopamina está asociada también con el gusto por lo nuevo, podría ser la causa por la que nos embarcamos en nuevas aventuras (amorosas y no tanto) a pesar de los riesgos que implican. Pero la dopamina no sólo podría ser la responsable de lanzarnos a nuevas aventuras, sino también, paradoja aparente, de hacernos no tener ojos más que para la persona amada. La secreción de dopamina causa cambios en nuestra atención, focalizándola en la persona amada e incluso actuando sobre zonas del cerebro asociadas al pensamiento crítico, inhibiéndolo, lo que nos haría idealizarla.
En el organismo funcionan mecanismos de recompensa ante el cumplimiento de una necesidad básica. Así por ejemplo beber produce una agradable sensación de ya no tener sed, igualmente al cumplir con la tarea de comer obtenemos como recompensa una sensación placentera. Ese mecanismo de premio nos hace volver a desear las situaciones que nos producen placer, generando un ciclo de reforzamiento.
Eso también ocurre en el caso del amor: el placer obtenido por las emociones que desencadena en nosotros el ser amado, será recordado por nuestro cerebro, que nos impulsará a tratar de repetir el proceso, generando un ciclo que hará que percibamos a nuestro compañero como un ser deseable para el cerebro. Cuando estos ciclos de reforzamiento se desajustan pueden ocurrir situaciones anómalas como las adicciones, a la comida, a la bebida o al amor.
Momentos románticos como una cena con velas, contemplar juntos el atardecer; las caricias y los besos pueden liberar otras hormonas como la oxitocina y la luliberina. La oxitocina es una hormona que produce sentimientos de calma y reduce el estrés. La oxitocina es además un participante importante en el nexo amoroso con los hijos. Se produce en el momento del parto y durante el amamantamiento.
La luliberina está asociada a la excitación sexual y a la preparación para la consumación del amor.
¿Descepecionante, enterarse de lo que pasa cuando alguien nos gusta? Quizás no tanto, finalmente el mandato de la biología a la especie es mantenerse y el amor es la manera de lograrlo. No sólo se trata del amor vinculado al deseo sexual, sino también al del cuidado de las crías y al de la responsabilidad dentro de la pareja, que está relacionado con otra hormona, la vasopresina.
No quisiera ponerme ni demasiado filosófico, ni demasiado cínico: (Yo creí que me amabas de verdad, no que únicamente te producida reacciones bioquímicas), así que prefiero terminar el texto con una reflexión acerca de la pregunta de Carver.
Los animales y hasta las plantas intercambian mensajes de seducción, mediante colores o aromas. La manera como los machos de alguna especie animal descubren a una hembra en celo es muchas veces a partir de las feromonas.
En los humanos no se sabe bien a bien cómo funcionan, si es que lo hacen. Aunque se acepta que existe el órgano para detectarlas y que el olor de cada persona es tan individual como sus propias huellas digitales.
Algún desconocido mecanismo químico puede estar funcionando para que nos guste una posible pareja y no otra; dicen que esa información está inscrita en los genes, que nos atraen personas con una estructura genética semejante. Seguramente un día lo sabremos, también un día entenderemos por qué mecanismo químico el viejo del relato de Carver sufre por no ver a su compañera de tantos años. Seguramente ese día, no muy lejano, terminaremos de entender que de lo que hablamos cuando hablamos del amor, es de química.


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