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miércoles, 7 de enero de 2015

Murió Viejo.

La vida es así: uno la cree eterna, programa citas, planea viajes, cursos, actividades, compromisos; imagina visitas y reuniones futuras, como si nada pudiera fallar.
El jueves 11 de diciembre al salir del edificio del IIMAS pasé, por el camino verde, frente a la torre de Ingeniería y pensé: no he visto a Manuel Viejo desde hace unos meses, ahora que regresemos de vacaciones lo busco. Ya no hubo tiempo, el 17 de diciembre me llamaron por teléfono para informarme que había muerto.
A finales de octubre recibí una invitación para participar en la semana de la ingeniería que organizaba la nueva coordinación de ingeniería de la FES C, me hubiera encantado asistir, no sólo por el cariño a la escuela sino también porque en ese marco se había programado hacerle un homenaje a Manuel Viejo.
Desafortunadamente por esas mismas fechas tenía yo que presentar en un congreso un trabajo sobre la Red Universitaria de Aprendizaje (RUA) de la UNAM, así que no pude ir y por lo tanto no coincidí con Viejo Zubicaray en la FES Cuautitlán. Esa escuela en la que tantas otras veces estuvimos juntos, aunque no siempre en posiciones de coincidencia ideológica.
Lo vi por última vez al regreso de las vacaciones de verano, nos citamos en el Azul y Oro que está en la planta baja de la torre de ingeniería para tomar un café. La foto que acompaña este texto, es de esa ocasión.
Sabía que estaba enfermo porque él me lo decía, pero al hablar con él se tenía siempre la impresión de estar con alguien sano. Estaba todo el tiempo lleno de energía, de proyectos, de ideas. Me comentó de las visitas que estaba haciendo a la FES Cuautitlán y de su idea de vender el rancho.
Hablamos mucho rato y yo quedé convencido de que la UNAM debería retomar el programa de impulso al desarrollo académico de las unidades multidisciplinarias que tuvo encargado alguna vez el Dr. Laguna y que Manuel Viejo sería un excelente coordinador de ese programa.
Dije líneas arriba que mientras Manuel Viejo fue director de la FES Cuautitlán no siempre coincidí ideológicamente con él; pero nuestras diferencias no tenían que ver ni con su persona ni con la mía, simplemente nos encontrábamos en dos bandos diferentes. Él en el de “la patronal” y yo en el del sindicato. Sin embargo nos teníamos aprecio y respeto.
Recuerdo que con motivo del recuento para la titularidad del contrato colectivo Armando Sánchez y yo llenamos de propaganda la escuela, cuando Manuel Viejo me vio, me preguntó en ese tono de reclamo y broma que a veces tenía: “¿Ahora que acabe el recuento van a limpiar la escuela?” Con la irreverencia de mis veintitantos años, le respondí: Nosotros la limpiamos de la propaganda y usted de los malos profesores. Meneó la cabeza y se sonrío.
En otra ocasión, con motivo del 6o aniversario de la escuela (¡Y ya llegamos a 40!) el Colegio Académico de aquella época, organizó un diálogo entre él, que era el director en funciones y su antecesor, el Dr. Jesús Guzmán. Yo fungía de moderador. En un momento dado se me ocurre decir:
-Dr. Guzmán, platíquenos usted de las primeras épocas de la escuela, aquellos días en que casi, casi, al que iba pasando en un burro lo bajaban y lo ponían a dar clases.
Antes de que Jesús Guzmán pudiera contestar, me atajó Viejo:
-Maestro, no diga usted esas cosas, van a pensar que a nosotros nos trajo también un burro. Yo, sin pensarlo mucho le contesté:
-A mi me trajo José Landeros y en todo caso no soy yo el que dice que el es un burro.
La carcajada de quienes llenaban el Aula Magna fue general. Mientras todos se reían, Manuel Viejo se acercó a mi para decirme al oído.
-Con usted no se puede, Profesor.
Muchos años más tarde, cuando se publicó el libro de “Para Conversar de Ciencia”, Manuel Viejo fue uno de los presentadores, en el Palacio de Minería. Ahí tuvo Manuel oportunidad de recordar aquella ocasión en que le fuimos a tomar la dirección de la escuela y de decir que no obstante eso después nos habíamos vuelto amigos.
¿Cómo nos volvimos amigos? Para empezar porque nunca fuimos enemigos. Es cierto que yo al principio le tenía algo de antipatía porque lo “culpaba” de algo de lo que él no era responsable: de no ser Jorge Ludlow, de no ser el director, que nosotros hubiéramos querido (aunque hoy pienso que quizás así fue mejor). También le tenía cierto resquemor porque el era “la autoridad” que representaba la oposición a un sindicato académico.
Sin embargo cuando lo fui conociendo me di cuenta que era un hombre de grandes cualidades. Como el mismo me lo dijo en la entrevista que publicamos en la revista Marcha:
Yo soy una persona con una ética acendrada(...). Esto me ha traído problemas incluso con la gente de la administración central, una vez el secretario de la rectoría, Valentín Molina, dijo que yo gobernaba más esta Facultad como un sacerdote que como un político”.
Por supuesto yo no coincido con la opinión de Molina Piñeiro, Manuel Viejo no dirigía la Facultad como un sacerdote, lo hacía como lo que era: un hombre decente, que le llamaba ¡al pan, pan y al vino, vino! No siempre tuvo razón, eso es obvio, pero siempre se comprometió con lo que el pensaba que era correcto.
En la misma entrevista que ya mencioné, le pedí una reflexión final, lo que me contestó fue lo siguiente: “Como le decía, creo que mi nominación como Director fue una sorpresa. Se trataba de restablecer el orden y el prestigio perdido, no por culpa del Dr. Guzmán; el es un hombre extraordinario que se entregó sin límites, pero del cual el sistema abusó. Pienso que tiene usted razón, que el director se ha dejado ver poco, no he querido ser popular a base de concesiones a los alumnos, profesores o sindicatos. Efectivamente, mucha gente no conoce al Director, sin embargo los que han logrado vencer los obstáculos para verlo han encontrado siempre atención en la resolución de los problemas.
Creo que la FES C es la parte de la UNAM que tiene más futuro, así lo ha dicho el rector, pues tiene una zona de influencia con 10 millones de habitantes. Así como C.U. transformó el sur de la ciudad, la FES C va a ir transformando el Norte.”
Hay más y más anécdotas de Manuel Viejo Zubicaray, una persona a la que le he tenido un gran aprecio, que podría seguir platicando. Voy a narrar, para terminar, una más que viene al caso:
Me contó alguna vez, Manuel, que yendo con su mujer en el auto en las épocas en que el era director de la escuela, ella vio en un puente cercano a la Facultad una pinta que decía “Muera Viejo” y se indignó de que a su marido lo trataran así. “No te preocupes, le dijo él, en realidad es una muestra de cariño quieren que viva muchos años, quieren que muera Viejo.
El 17 de Diciembre murió Viejo, aunque en realidad por su energía, por su pasión y por los proyectos que aún tenía para realizar, era un jovenazo.

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