La
vida es así: uno la cree eterna, programa citas, planea viajes,
cursos, actividades, compromisos; imagina visitas y reuniones
futuras, como si nada pudiera fallar.
El
jueves 11 de diciembre al salir del edificio del IIMAS pasé, por el
camino verde, frente a la torre de Ingeniería y pensé: no he visto
a Manuel Viejo desde hace unos meses, ahora que regresemos de
vacaciones lo busco. Ya no hubo tiempo, el 17 de diciembre me
llamaron por teléfono para informarme que había muerto.
A
finales de octubre recibí una invitación para participar en la
semana de la ingeniería que organizaba la nueva coordinación de
ingeniería de la FES C, me hubiera encantado asistir, no sólo por
el cariño a la escuela sino también porque en ese marco se había
programado hacerle un homenaje a Manuel Viejo.
Desafortunadamente
por esas mismas fechas tenía yo que presentar en un congreso un
trabajo sobre la Red Universitaria de Aprendizaje (RUA) de la UNAM,
así que no pude ir y por lo tanto no coincidí con Viejo Zubicaray
en la FES Cuautitlán. Esa escuela en la que tantas otras veces
estuvimos juntos, aunque no siempre en posiciones de coincidencia
ideológica.
Lo
vi por última vez al regreso de las vacaciones de verano, nos
citamos en el Azul y Oro que está en la planta baja de la torre de
ingeniería para tomar un café. La foto que acompaña este texto, es
de esa ocasión.
Sabía
que estaba enfermo porque él me lo decía, pero al hablar con él se
tenía siempre la impresión de estar con alguien sano. Estaba todo
el tiempo lleno de energía, de proyectos, de ideas. Me comentó de
las visitas que estaba haciendo a la FES Cuautitlán y de su idea de
vender el rancho.
Hablamos
mucho rato y yo quedé convencido de que la UNAM debería retomar el
programa de impulso al desarrollo académico de las unidades
multidisciplinarias que tuvo encargado alguna vez el Dr. Laguna y que
Manuel Viejo sería un excelente coordinador de ese programa.
Dije
líneas arriba que mientras Manuel Viejo fue director de la FES
Cuautitlán no siempre coincidí ideológicamente con él; pero
nuestras diferencias no tenían que ver ni con su persona ni con la
mía, simplemente nos encontrábamos en dos bandos diferentes. Él en
el de “la patronal” y yo en el del sindicato. Sin embargo nos
teníamos aprecio y respeto.
Recuerdo
que con motivo del recuento para la titularidad del contrato
colectivo Armando Sánchez y yo llenamos de propaganda la escuela,
cuando Manuel Viejo me vio, me preguntó en ese tono de reclamo y
broma que a veces tenía: “¿Ahora que acabe el recuento van a
limpiar la escuela?” Con la irreverencia de mis veintitantos años,
le respondí: Nosotros la limpiamos de la propaganda y usted de los
malos profesores. Meneó la cabeza y se sonrío.
En
otra ocasión, con motivo del 6o
aniversario de la escuela (¡Y ya llegamos a 40!) el Colegio
Académico de aquella época, organizó un diálogo entre él, que
era el director en funciones y su antecesor, el Dr. Jesús Guzmán.
Yo fungía de moderador. En un momento dado se me ocurre decir:
-Dr.
Guzmán, platíquenos usted de las primeras épocas de la escuela,
aquellos días en que casi, casi, al que iba pasando en un burro lo
bajaban y lo ponían a dar clases.
Antes
de que Jesús Guzmán pudiera contestar, me atajó Viejo:
-Maestro,
no diga usted esas cosas, van a pensar que a nosotros nos trajo
también un burro. Yo, sin pensarlo mucho le contesté:
-A
mi me trajo José Landeros y en todo caso no soy yo el que dice que
el es un burro.
La
carcajada de quienes llenaban el Aula Magna fue general. Mientras
todos se reían, Manuel Viejo se acercó a mi para decirme al oído.
-Con
usted no se puede, Profesor.
Muchos
años más tarde, cuando se publicó el libro de “Para Conversar de
Ciencia”, Manuel Viejo fue uno de los presentadores, en el Palacio
de Minería. Ahí tuvo Manuel oportunidad de recordar aquella ocasión
en que le fuimos a tomar la dirección de la escuela y de decir que
no obstante eso después nos habíamos vuelto amigos.
¿Cómo
nos volvimos amigos? Para empezar porque nunca fuimos enemigos. Es
cierto que yo al principio le tenía algo de antipatía porque lo
“culpaba” de algo de lo que él no era responsable: de no ser
Jorge Ludlow, de no ser el director, que nosotros hubiéramos
querido (aunque hoy pienso que quizás así fue mejor). También le
tenía cierto resquemor porque el era “la autoridad” que
representaba la oposición a un sindicato académico.
Sin
embargo cuando lo fui conociendo me di cuenta que era un hombre de
grandes cualidades. Como el mismo me lo dijo en la entrevista que
publicamos en la revista Marcha:
“Yo
soy una persona con una ética acendrada(...). Esto me ha traído
problemas incluso con la gente de la administración central, una vez
el secretario de la rectoría, Valentín Molina, dijo que yo
gobernaba más esta Facultad como un sacerdote que como un político”.
Por
supuesto yo no coincido con la opinión de Molina Piñeiro, Manuel
Viejo no dirigía la Facultad como un sacerdote, lo hacía como lo
que era: un hombre decente, que le llamaba ¡al pan, pan y al vino,
vino! No siempre tuvo razón, eso es obvio, pero siempre se
comprometió con lo que el pensaba que era correcto.
En
la misma entrevista que ya mencioné, le pedí una reflexión final,
lo que me contestó fue lo siguiente: “Como le decía, creo que mi
nominación como Director fue una sorpresa. Se trataba de restablecer
el orden y el prestigio perdido, no por culpa del Dr. Guzmán; el es
un hombre extraordinario que se entregó sin límites, pero del cual
el sistema abusó. Pienso que tiene usted razón, que el director se
ha dejado ver poco, no he querido ser popular a base de concesiones
a los alumnos, profesores o sindicatos. Efectivamente, mucha gente no
conoce al Director, sin embargo los que han logrado vencer los
obstáculos para verlo han encontrado siempre atención en la
resolución de los problemas.
Creo
que la FES C es la parte de la UNAM que tiene más futuro, así lo ha
dicho el rector, pues tiene una zona de influencia con 10 millones de
habitantes. Así como C.U. transformó el sur de la ciudad, la FES C
va a ir transformando el Norte.”
Hay
más y más anécdotas de Manuel Viejo Zubicaray, una persona a la
que le he tenido un gran aprecio, que podría seguir platicando. Voy
a narrar, para terminar, una más que viene al caso:
Me
contó alguna vez, Manuel, que yendo con su mujer en el auto en las
épocas en que el era director de la escuela, ella vio en un puente
cercano a la Facultad una pinta que decía “Muera Viejo” y se
indignó de que a su marido lo trataran así. “No te preocupes, le
dijo él, en realidad es una muestra de cariño quieren que viva
muchos años, quieren que muera Viejo.
El
17 de Diciembre murió Viejo, aunque en realidad por su energía,
por su pasión y por los proyectos que aún tenía para realizar, era
un jovenazo.
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