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domingo, 25 de agosto de 2013

Felisberto Hernández. Album de familia.



Hace unos días comí con algunos profesores de la FESC con los que inevitablemente fuimos a parar al tema de que el próximo año la Facultad cumple 40 años. Empezamos a imaginar los festejos y a recordar a compañeros de las primeras épocas de la Facultad. Yo hablé, con mucho cariño, de mi amistad con Mabel Hernández. No todos quienes estaban a la mesa la conocían, así que platiqué un poco de ella y de la obra de su padre. 
Recordé que hace algún tiempo, un amigo me pidió que le escribiera un texto sobre un autor de culto y que justamente lo había hecho acerca de Felisberto Hernández. Al día siguiente de la comida busqué en mis archivos el texto mencionado y lo encontré; lo releí y me pareció que podría publicarlo en el blog, para conocimiento de nuevas generaciones de alumnos y maestros de la FES Cuautitlán que quizás no tuvieron la suerte de conocer a Mabel. Este es el escrito:

Felisberto Hernández. Album de familia. 

No fue por los tiempos de Clemente Colling -sino por los de la huelga del Spaunam- que conocí a María Isabel Hernández. En ese momento para mí, una profesora de francés, de nacionalidad uruguaya. Poco a poco fuimos conversando –fácil con Mabel- y volviéndonos amigos.  
Conocí entonces también a Felisberto, su papá. Lo conocí, obviamente, por sus escritos, pues él había muerto en 1964.
Nunca lo había leído, ni había oído hablar de él. Mabel me regaló el volumen de la biblioteca de Ayacucho con sus novelas y cuentos. Me encontré, de entrada, con la carta, larga, cariñosa, llena de admiración y compinchería que le escribe Julio Cortázar, en la que habla de la posibilidad que tuvieron de encontrarse en Chivilcoy hacía 1939 y uno se imagina esa ciudad en la que Cortázar vegeta, como dice él y a la que Felisberto va con el terceto de Felisberto Hernández a dar un concierto.
Cuando se lee la carta de Cortázar a Felisberto, casi se tiene envidia de no haberse alojado en Bolívar en el mismo Hotel La Vizcaína, donde lo hicieron ambos, en épocas diferentes. Uno imagina que en ese hotel Felisberto escribía sus cuentos.
El remate de envidia y un poco de consuelo vienen en otro párrafo de la misma carta de Cortazar: “Ya sé que para admirarte basta leer tus textos, pero si además se los ha vivido paralelamente, si además se ha conocido la vida de provincia, la miseria del fin de mes, el olor de las pensiones, el nivel de los diálogos, la tristeza de las vueltas a la plaza al atardecer, entonces se te conoce y se te admira de otra manera…”  
 No conocí muchas de esas cosas, que cita Cortázar, pero tenía para admirar a Felisberto, además de sus textos, la conversación con su hija, con sus nietos y hasta con su bisnieto Pablo, quien realizó para el centenario del nacimiento del bisabuelo una versión cinematográfica de “Menos Julia”.
El padre de Pablo e hijo de Mabel mantiene junto con su esposa una fundación cuya página electrónica está en  http://www.felisberto.org.uy/  en la que es posible encontrar parte de la obra de Felisberto, crítica a ella, y también hacer intervenciones.
Una aportación curiosa provino recientemente del Japón. El profesor Uchida encontró que un pasaje de Elsa, en La Envenenada, no le hacía sentido; escribió a la fundación preguntando si no hacía falta un no en una de las frases. Se revisaron muchas ediciones y todas consistentemente mostraban la misma ausencia; excepto, claro! la primera edición de 1931 que le daba la razón a Uchida.
Creo que está es quizás la demostración más clara de lo que es ser un autor de culto: Alguien que se lee con detalle, que se investiga, que se quiere, que se comparte.
Si de por sí el arte es complicado de juzgar, las obras originales, como la de Felisberto, lo son más aún. Uno, como lector cultivado de un autor de culto, puede simplemente decir: me gusta o no me gusta. A mí me gusta.

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