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martes, 22 de enero de 2013

De qué hablo cuando hablo de correr.



Siempre me ha gustado el tema del deporte como metáfora de la vida. Tanto usando los deportes individuales, donde el esfuerzo en solitario es necesario para alcanzar el éxito; como los deportes de conjunto que nos enseñan que hay metas que requieren del trabajo en conjunto.
A ese tema del deporte como metáfora de la vida esta dedicado el libro de Murakami “De que hablo cuando hablo de correr”. Creo, como su autor, que el libro va más allá de una crónica de competencias y entrenamientos de carrera, ciclismo y natación,  para tratar de dar, a los lectores, una visión filosófica de la vida.
Murakami, en mi caso, lo logra. Aunque  no se qué efecto pueda tener el libro en quienes no corren, no nadan y no hacen ciclismo. No por que lo que dice no sea interesante, sino porque a lo mejor para llegar a esa parte, los lectores, tendrían que saltarse las páginas que describen las competencias y el entrenamiento.
¿Qué tanto comparte un lector, que no ha hecho esfuerzos como los que narra Murakami, que la fuerza vital para realizar un trabajo profesional se nutre  de la fortaleza física y espiritual que da el ejercicio?
El libro esta escrito entre 2005 y 2006, con un epílogo del 2007.  Es decir con su autor, que nació en 1949, a punto de cumplir 60 años y me parece que es la cercanía a esa cifra simbólica lo que detona la reflexión del deporte como metáfora de la vida y la redacción del libro.
El mismo Murakami lo dice varias veces a lo largo de la obra: ya no tiene la misma fuerza física, ya no hace los mismos tiempos que hacía en el Maratón, esta entrando en una etapa de disminución de su energía vital. Todo esto se refleja en su vida de escritor o al menos podría reflejarse y eso hace muy clara su conciencia de la muerte.
Dice por ejemplo: “A estas alturas, estoy seguro de que, por mucho que me esfuerce, ya no conseguiré correr como antaño, cosa que aceptaré sin reparos. No me resulta agradable, pero es lo que tiene envejecer. Del mismo modo que yo desempeño mi papel, el tiempo desempeña el suyo. Y éste lo hace con mucha mayor fidelidad y precisión que yo. A fin de cuentas, el tiempo ha venido avanzando sin descanso desde el momento mismo de su aparición (que, por cierto, me pregunto cuándo se produjo). Y, a quienes tienen la suerte de librarse de morir jóvenes, se les privilegia con el preciado derecho a ir envejeciendo. Les aguarda el honor de su progresiva decadencia física. Hay que aceptar este hecho y acostumbrarse a él.” 
Desde el punto de vista de la estructura, el libro esta formado por nueve pequeñas crónicas y un epílogo. El hilo conductor es, más o menos, la preparación de su autor para volver a correr el maratón de Nueva York.
Uno se entera, al avanzar en la lectura, que Murakami corrió en 1996,  cien kilómetros y que las secuelas de ese tremendo esfuerzo fue la pérdida del entusiasmo por la carrera, no obstante lo cual siguió practicándola. En el momento que escribe el libro, esta recuperando el antiguo entusiasmo por la carrera y espera hacer un buen tiempo en Nueva York.
Describe sus entrenamientos en Hawai, los kilómetros que él corre cada mes, el clima que hace, el sufrimiento y el placer de la carrera. Los sucesivos capítulos, que van llevando a la carrera de Nueva York, aprovechan para platicar el recorrido de la ruta original del maratón en Grecia o sus entrenamientos en Harvard, donde pasó un año como profesor visitante.
Cuando platica sobre sus carreras matinales, a la orilla del río Charles, aprovecha tanto para hablar de sus entretenimientos a la hora de correr; como fijarse si una cierta persona que encuentra diario repite su vestimenta, hasta deducir por la manera en que unas jóvenes corren, dejando flotar al aire sus orgullosas colas de caballo, la manera como ocurre el relevo generacional.
Murakami dice en el epílogo que el libro es algo así como unas memorias, que sería exagerado llamarlo una autobiografía, pero que es más que un ensayo: “...me apetecía tratar de ordenar, a mi manera, y utilizando como mediador el hecho de correr, mis ideas sobre como he vivido durante los últimos veinticinco años, en tanto que novelista y en tanto que persona normal y corriente.”
Primero supe de Murakami como corredor que como novelista, No creo que a él le importe mucho, pero supongo que si se lo dijera se sentiría halagado. La razón es que él debe considerarse un buen novelista y pensar que como corredor haya alcanzado (al menos conmigo) más reconocimiento que como novelista debería hacerlo sentir muy bien.
Como una consecuencia de ésta lectura compré y espero leerlo, más o menos pronto, su libro de cuentos: “Sauce ciego, mujer dormida”.
Como colofón diría que: “De que hablo cuando hablo de correr” es una lectura fácil, agradable e ilustrativa; también motivadora.

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