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martes, 6 de noviembre de 2012

Miccaihuitontli. Pequeña fiesta de muertos.



Hace unos días en Facebook circuló una frase que decía: "Los que no festejan el haloween por ser una fiesta extranjera deben pensar que la navidad se inventó en Chiapas". Más allá de lo discutible que pueda resultar, la frase es ingeniosa y me hizo pensar en las tradiciones de día de muertos en México. No pensaba en escribir nada sobre el tema para el blog, pero en eso recibí un correo de mi amigo el Dr. Miguel Guzmán Peredo, que hablaba sobre miccaihuitontli, la pequeña fiesta de muertos prehispánica. El texto me pareció interesante y quise compartirlo con los lectores del blog. Así que le pedí permiso al autor, de quien ya en otras ocasiones he publicado textos, aquí mismo, para extraer algunos fragmentos y compartirlo:

Desde tiempos inmemoriales, que se pierden en la negrura de la noche de los tiempos, los hombres imaginaron que al morir habrían de ir a otros mundos, ya que suponían que al dejar la envoltura carnal que durante su vida terrenal habían tenido, su espíritu se encaminaría a otros lugares donde disfrutarían de alguna forma de vida después de la muerte. Igualmente tenían la firme creencia de que desde esos ignotos parajes, en otra dimensión cósmica,  podían ponerse en contacto con sus familiares y seres queridos en ocasiones muy señaladas.

 En infinidad de parajes, en todo el mundo, han sido encontrados entierros en los cuales al lado de los restos óseos de quien allí fue inhumado, hay vasijas en los que alguna vez hubo alimentos para el postrer viaje de esa persona a las regiones ignotas del más allá. Se tiene noticia que uno de los más antiguos entierros rituales es el que fue localizado  en las montañas de Zagrós, en Irak, donde fue descubierta una  tumba  de una edad aproximada de sesenta mil años. En efecto, en aquella lejana época algunos miembros de esa comunidad (cuyos integrantes  fueron considerados por los prehistoriadores como homo sapiens neandertaliensis) enterraron a uno de los suyos, y a su lado colocaron vasijas con alimentos y bebidas para su viaje a otros mundos.

Estas creencias,  firmemente arraigadas en el ánimo de muchos de los pobladores del planeta Tierra, de una vida después de la muerte, lo mismo aparecen entre los egipcios, griegos, sumerios y babilonios, que entre los primeros pobladores de Mesoamérica. Al respecto menciona Eduardo Matos Moctezuma, en su obra Miccaihuitl: el culto a la muerte, que “Durante el horizonte Preclásico (1800--200 A.C.) se ve ya un culto a los muertos muy elaborado. En sitios como Tlatilco, Cuicuilco, Tlapacoya y Copilco, en el centro de México, se han encontrado gran cantidad de entierros a los que se acompañan con ofrendas, especialmente objetos de barro, entre los que  se incluyen diversos tipos de vasijas, figurillas y máscaras, que nos dan una idea sobre la creencia que en otra vida tuvieron esos grupos étnicos”. Considero pertinente agregar que otros investigadores afirman que el periodo Preclásico, también llamado Formativo, es aquel que se extendió del año 6.000 A.C. al  año 200 A.C., mientras que otros aseveran que tuvo una duración, aproximada, de dos mil trescientos años, del 2.300 A.C. al comienzo de la era cristiana.

Entre los antiguos habitantes de Mesoamérica solían realizarse solemnes rogativas a sus deidades tutelares, en especial durante el mes noveno, llamado miccaihuitontli,  que se traduce, según menciona Alfonso Caso, en su libro Los calendarios prehispánicos, como “pequeña fiesta de los muertos”, y que correspondería a lo que para nosotros son los últimos días del mes de octubre y los primeros del mes de noviembre, tiempo éste en el que se celebraba la venida de los dioses.

No deja de parecerme curioso  --por darle algún calificativo a este pensamiento—   que los pueblos helénicos imaginasen que los muertos serían guiados por Caronte, a quien acompañaba un can llamado Cerbero, cuando hiciesen la travesía, a bordo de una balsa, desde  la laguna Estigia al lugar donde descansarían después de su fallecimiento. Los pueblos prehispánicos de Mesoamérica suponían que para llegar a Mictlán (el reino de los difuntos, donde reina Mictlantecuhtli, al lado de su consorte Mictlancihuatl, la diosa de la muerte), que es el inframundo    ---sitio que para ellos equivalía al cielo de los cristianos, y no el infierno, vocablo éste derivado del latín inferus, que significa región inferior---, debían cruzar el río Chiconahuapan, lo que hacían auxiliados de un perro xoloitzcuintle. A este particular Alfonso Caso, en su libro La religión de los aztecas, señala: “El infierno no es para los aztecas el lugar a donde van los réprobos; simplemente es el lugar a donde van los muertos”

Estas creencias y festejos a los muertos ya eran conocidas de los españoles, llegados al país ahora llamado México a raíz de la conquista de Tenochtitlan. En Cantabria y en Asturias, por sólo mencionar dos regiones hispanas, eran comunes esas festividades en memoria de los muertos, herencia, seguramente, de las costumbres celtíberas.  En la Nueva España, a partir del siglo XVI, los misioneros fueron los encargados de amalgamar esos hábitos y costumbres, los de Europa con los de América,  en un sincretismo cultural que aún hoy en día tiene cabal vigencia entre nosotros. La forma externa más común de recordar a los seres queridos que emprendieron el viaje al más allá es la ofrenda,  o Altar de Muertos,  que en infinidad de hogares y lugares es instalado siguiendo las centenarias tradiciones que privan en nuestro país.

Continua el texto del Dr. Guzmán describiendo los alimentos, propios de las culturas mesoamericanas, que suelen incluirse en el altar de muertos, dice por ejemplo: 

De acuerdo con esta tradicional costumbre el día primero de noviembre se recuerda a “los muertos chiquitos”, y para ello se hacen ofrendas en las cuales hay abundancia de atole de leche y de pan “de muertos”. Ya al día siguiente se hace un adorno más elaborado y vistoso, con profusión de velas, flores, y diversos alimentos como tamales, mole, dulces, a más de bebidas de todo tipo: pulque, aguardiente y cerveza.  Cabe agregar que la investigadora Virginia Rodríguez Rivera asienta en su libro La comida en el México antiguo y moderno, que en Milpa Alta le informaron, en 1945, que “solamente a los tres días de haber sido montada la ofrenda pueden comer los familiares estos alimentos, a los que, según la creencia popular, ya les falta la sustancia, pues la absorbieron los seres del más allá”. 

Me gusta la descripción que hace el autor de las tradiciones mexicanas, me gusta que se documenten, pero no llegó al extremo de molestareme; como los que, según la frase del facebook creen que la navidad se inventó en Chiapas, por el sincretismo –inevitable, en mi opinión- que se esta dando respecto a la celebración de la muerte en México. Quizás todo rito de hoy es la suma de varios otros del ayer. Conocer las tradiciones, documentarlas, me parece imprescindible, imponerlas es negar que ellas, evolucionan como los pueblos que las celebran.

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