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miércoles, 9 de mayo de 2012

EL Narrador Convincente



Empecé en la entrega anterior a compartir el texto “Historias de Ciencia” de Estrella Burgos. En la primera parte, que titulé “Machetazo a caballo de espadas”, por la edición que hice del texto de una editora; Estrella nos platicó de las dificultades de hacer una buena divulgación de la ciencia y del debate sobre quién debe realizarla, un científico o un periodista. Respecto a éste último punto, cita Estrella a Luis Estrada, quien dijo que la divulgación debe hacerla quien sea capaz de hacerla bien. Para hacerlo bien, nos dice Estrella, “existe una herramienta muy poderosa, tan antigua como universal y que todos hemos utilizado alguna vez: contar historias” y pasa a explicar como valerse de la narración de historias para divulgar la ciencia. A continuación el desarrollo del tema que hace Estrella Burgos:



Aquí me referiré a historias reales, no de ficción. Estas historias reales sirven tanto a la divulgación como al periodismo de la ciencia; de hecho, han sido sobre todo los periodistas de algunos países ―como Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y España― quienes más han desarrollado el oficio de comunicar lo que atañe a la ciencia a través de historias. Incluso se ha acuñado el término de “periodismo narrativo” para designar esta manera particular de contar las cosas.

   ¿Por qué historias? El escritor de ciencia Jeremy Hsu, en un artículo publicado en la edición del 18 de septiembre de 2008 de la revista Scientific American Mind, que explora las posibles razones evolutivas de que el contar historias sea un rasgo común a todas las culturas,  señala que “las historias tienen un poder único para persuadir y motivar porque apelan a nuestras emociones y capacidad para la empatía. Y contribuyen a nuestras creencias o les dan forma.”

   Por su parte, en un artículo titulado “El narrador convincente”, Roy Peter Clark [1](quien por décadas ha enseñado en Estados Unidos el oficio de escribir), dice: “Lo que ofrecen las historias es la experiencia. Cuando integramos elementos narrativos en nuestros artículos, no sólo indicamos a los lectores un lugar, sino usamos el lenguaje para ponerlos en ese lugar y permitirles habitarlo.” Suena idóneo para lo que propone Luis Estrada. Y lo es.

   Pero, ¿qué es una historia? Es más fácil decir lo que no es. Peter Clark apunta que en el periodismo a muchas cosas se les llama “historias” pero pocas lo son en sentido estricto. Más bien se trata de reportes cuyo propósito principal es dar a los lectores información y en los que se utilizan estrategias de escritura como la “cita elocuente, la estadística reveladora” y la explicación de algún término científico, traducido para el público general. Pero eso no constituye una historia: no da la experiencia que se ha mencionado. Tampoco son historias una colección de datos ni la descripción de un fenómeno, por esmerada y completa que resulte.

   Rebecca Allen, quien se desempeña como editora en el diario The Orange County Register de California, señala que una historia “atrae la mente y el corazón del lector. Muestra a los actores moviéndose en el escenario, revelando su carácter a través de sus palabras y sus acciones.[2] El núcleo de una historia, añade Allen, “contiene un misterio o una pregunta: algo que incita a los lectores a seguir leyendo para saber qué pasa.” Así, la historia se despliega a través de los personajes, el escenario y la acción. Una historia así, subraya Allen, puede ser verdadera y factual en cada detalle.

   Podrían darse muchos ejemplos de historias como ésta. Elijo aquí uno que se publicó en el número 30 de  la revista ¿Cómo ves?, donde yo trabajo. La historia es de Agustín López-Munguía, investigador en biotecnología, y se titula “Las vacas locas”. Agustín se propuso explicar cómo se llegó a identificar la causa del mal del mismo nombre y poner en perspectiva una situación que en ese entonces, 2001, había generado gran preocupación entre la población de muchos países y conducido a cientos de miles de cabezas de ganado al matadero en Gran Bretaña. La historia empieza así:

   “Corría el año de 1972. El joven médico Stanley B. Prusiner, de la Escuela de Medicina de la Universidad de California en San Francisco, se encontraba abrumado ante la ignorancia que mostraba el cuerpo médico del hospital con respecto a la enfermedad que consumía a una de sus pacientes. Su única alternativa, la revisión de la literatura científica, lo había dejado aún más perplejo. En su escritorio estaban las publicaciones de Carleton Gajdusek y Vincent Zigas, del Instituto Nacional de Salud en los EUA y del Servicio para la Salud Pública de Australia, respectivamente, y del antropólogo estadounidense S. Lindenbaum, todas relacionadas con un extraño padecimiento neurodegenerativo denominado kuru que produce locura. Estuvo largo rato reflexionando sobre lo extraño del caso. Su paciente, diagnosticada con la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob (CJ), presentaba síntomas muy parecidos a los que acababa de leer, aparentemente causados por un virus lento: períodos de creciente sufrimiento, caracterizados por una lenta disminución de las capacidades mentales, temblores, pérdida de la coordinación, ulceraciones y un alternar entre períodos de risa, irritación y depresión, todo ello consecuencia de una disfunción cerebral.”

   En este fragmento tenemos a un actor en su escenario (Prusiner), revelando su carácter (abrumado por la enfermedad que consumía a una paciente) a través de la acción (buscar explicaciones en la literatura científica). Y hay un misterio (¿qué causó la enfermedad de la paciente?). La historia completa, que contiene muchos elementos para apreciar qué es y cómo funciona la ciencia, puede leerse aquí: http://www.comoves.unam.mx/articulos/vacas_locas/vacaslocas.html Y es, como diría Allen, verdadera y factual en cada detalle.





[1] Peter Clark, Roy “The Persuasive Narrator”

[2] Allen, Rebecca, “News Feature v. Narrative: What’s the Difference?”

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