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lunes, 7 de mayo de 2012

Machetazo a caballo de espadas.


Conocí a Estrella Burgos hace algún tiempo, cuando mi interés en hacer mejor la revista “Marcha” del Colegio Académico de profesores de la entonces ENEP Cuautitlán me llevó al curso de periodismo científico que organizó el CONACYT. Compartimos, entonces, las clases –buenas, malas y regulares del curso- pero sobre todo nos unió la amistad de Enrique Loubet.
El padre de Estrella; poeta, pintor, artista, había sido muy amigo de Loubet y Enrique y yo simpatizamos casi de inmediato, tras un primer “enfrentamiento” en clase.
Con los años Estrella y yo nos hemos, a veces, perdido la pista y luego la hemos retomado. Me parece que Estrella ha hecho una labor excelente como Editora de la revista ¿Como Ves?, batallando enormemente para posicionar una revista universitaria de divulgación de la ciencia, desde la que se han apoyado programas como el de Ciencia, Conciencia y Café.  
Hace unos pocos días, hablé con Estrella para pedirle que me hiciera favor de participar en la presentación que haremos en el Mutec del Cómic Dime Abuelita Porqué. Aprovechando la conversación, le pedí un texto para los lectores del blog. Medio en broma, medio en serio, me dijo que tenía algunos textos de ficción, pero que no se los quiere enseñar a nadie. Luego, condescendiente, me propuso: Te puedo dar uno que esta publicado en la revista C+TEC. Por supuesto accedí y agradecí.
Me mandó poco tiempo después un texto que se llama “La importancia de contar historias”.
Leí el artículo de ocho cuartillas, que habla de cómo narrando historias se puede hacer una buena divulgación de la ciencia y me dí cuenta de que Estrella me había mandado material no solo para una entrada del blog, sino para una serie de ellas. Me di a la  tarea de hacer la labor de editor (Machetazo a caballos de espadas) y proponer al lector del blog, el material de Estrella en varias entradas.
Empecemos por la que habla de la dificultad de divulgar la ciencia y de cómo contar historias puede ayudar a realizarla. En la forma como presento el texto están mezclados el inicio y el final del artículo de Estrella Burgos. Espero les resulte de interés esta primera parte:

Dice Estrella:
“En la más reciente reunión de la Asociación para el Avance de la Ciencia de Estados Unidos varios científicos fueron premiados por sus contribuciones a la divulgación de la ciencia. En los discursos de aceptación del premio, uno de ellos animó a sus colegas que presenciaban la ceremonia a dedicar tiempo a esta labor; su argumento fue que nadie podría hacerlo mejor que ellos, dado que son científicos. ¿O preferían que otros lo hicieran y tergiversaran las cosas?, les preguntó. El premiado, por lo demás muy afable y entusiasta, se olvidaba de que entre el público al que se estaba dirigiendo había también escritores y periodistas de ciencia; presumiblemente, los que, en su opinión, tergiversan las cosas. Personas como yo.
   Sobra decir que no comparto la opinión de ese científico, pero escucharlo me remitió a un debate que en nuestro país duró años (y en algunos círculos todavía sigue): quién debe ocuparse de divulgar la ciencia, ¿los científicos o los comunicadores? Para mí el debate quedó zanjado hace mucho, cuando Luis Estrada, el pionero de la divulgación de la ciencia en México, dijo sencillamente que quienes deben ocuparse son los que puedan hacerlo bien.
   La pregunta que sigue es, desde luego, qué significa “hacerlo bien”. Y en este punto Luis Estrada ha aportado muchas ideas y las ha demostrado en la práctica. Aquí sólo voy a retomar lo que él señala como objetivo de la divulgación de la ciencia, en un documento que hasta donde sé no está publicado todavía y que él gentilmente me hizo llegar: “Con la divulgación de la ciencia se busca acrecentar la cultura científica, cultura con todas sus letras, es decir algo vivo, orgánico, usual, con lo que las personas vivan y convivan. Científica también en un sentido profundo, que implique no sólo conocimiento sino una participación de la vida y la actitud, de la pasión y la crítica que las prácticas científicas conllevan.”
   Con esta visión, el “hacerlo bien” de hecho se convierte en un reto formidable que podría resumirse en encontrar maneras de que el público sea partícipe de la experiencia del quehacer científico en un sentido muy amplio. Se trata no sólo de dar a conocer los resultados de la investigación (la noticia), también es indispensable proporcionar elementos para que el público entienda qué es y cómo funciona la ciencia: quiénes y de qué manera obtuvieron esos resultados, en qué entorno, con cuál enfoque y qué dificultades enfrentaron. Y además hay que hacerlo con claridad y rigor: toda la ciencia que se aborde debe ser comprensible y correcta. Pero ahí no termina el trabajo, pues de muy poco serviría si no se consigue atraer el interés del público; para ello es necesario cautivarlo, seducirlo... emocionarlo. No es una tarea fácil y se requiere mucho oficio. Por fortuna existe una herramienta muy poderosa, tan antigua como universal y que todos hemos utilizado alguna vez: contar historias.
Hay algo en esto de contar historias que debemos mencionar: la ciencia no es fácil y el que escribe sobre ella tiene que hacer un gran esfuerzo para comprenderla y comunicarla. Así lo explica Tim Radford[1], quien por muchos años dirigió la sección de ciencia del diario británico The Guardian:
   “Escribir sobre ciencia sería sencillo si no fuera por dos problemas: las ideas y las palabras. Muy a menudo las ideas son contraintuitivas, inimaginables o simplemente muy difíciles (pensemos en la relatividad especial, la inflación cósmica, la materia oscura, los estados cuánticos, la epigenética o casi cualquier cosa relacionada con la biología celular) y las palabras son desconocidas, engañosas o simplemente hostiles: ¿a cuántos no científicos conoces que en forma instantánea entiendan lo que quieres decir con partícula alfa, canal de iones de sodio, fenotipo o Mesozoico?” Así pues, continúa Tim, en algún momento un escritor de ciencia debe tomar “ideas grandes, maravillosas y sorprendentes y hacerlas comprensibles con la ayuda de metafóras, imágenes y analogías, y, de ser posible, sin utilizar el lenguaje del cliché (lo que para empezar deja fuera el eslabón perdido, el Santo Grial, la bala mágica y la caja de Pandora).”
   Para Deborah Blum, periodista ganadora de un premio Pulitzer y profesora de periodismo de la Universidad de Wisconsin-Madison, los escritores de ciencia deben conocer bien su materia de trabajo y además escribir mejor que otros comunicadores porque la ciencia es difícil de vender[2]. Ella considera que en un periódico, el que se ocupe de ciencia tiene que ser el que mejor escribe.
   Como hemos visto, cuando Luis Estrada dijo que la divulgación de la ciencia debe realizarla el que lo haga bien no dijo poco. Y bien lo han hecho tanto científicos como comunicadores, y otros que de origen no eran ni lo uno ni lo otro pero cuyo interés en la ciencia los llevó a prepararse lo suficiente. Científicos como Carl Sagan, Stephen Jay Gould y Oliver Sacks, y comunicadores como el propio Bryson, Timothy Ferris y Nathalie Angier lo han hecho más que bien, por citar sólo algunos ejemplos. Y hay algo que todos ellos comparten: saben contar historias”.


[1] Radford, Tim, “Take big, wonderful and startling ideas and make them comprehensible”
[2] Goede, Wolfgang C., “Narrative Science Journalism”

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