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lunes, 31 de diciembre de 2018

Con “A” de Autonomía.


El reciente “error” y su posterior enmienda, en la elaboración del Presupuesto Federal 2019, que disminuía en términos reales el dinero asignado a las universidades públicas y en particular a la UNAM, me llevó a pensar en el significado de la “A” dentro del acrónimo UNAM.
La “A”, sabemos, se refiere a la Autonomía, pero bien a bien ¿qué significa Autonomía en referencia a las universidades públicas?
Para tratar de entenderlo, releo Síntesis histórica de la Universidad de México, libro editado por la propia Universidad Nacional a través de su Dirección General de Orientación Vocacional, en 1975 y cuya investigación, síntesis y redacción estuvo a cargo de Consuelo García Stahl.
Debo decir que me cuesta mucho trabajo tratar de centrarme en el tema de la Autonomía, pues hay, en esta obra, muchos pasajes históricos que quiero releer. En particular los referentes a los avatares de la universidad durante el siglo XIX con sus cierres y reaperturas. Hablar de esos temas debería ser motivo de otro texto.
Por ahora voy solamente a ocuparme de lo que dicen los capítulos XIII (antecedentes de la Autonomía), XIV (La Autonomía Universitaria) y XV (Desenvolvimiento Universitario).
Antes de citar los antecedentes de la autonomía, vale la pena mencionar que todo lo que releí reseña una constante tensión entre el gobierno y la universidad y el intento permanente de control del primero sobre la segunda a través del presupuesto.
Copio como ejemplo de la necesidad de autonomía de la Universidad respecto del gobierno, el siguiente párrafo:
“… desde el siglo pasado y en los primeros decenios del actual (el XX) se dejó sentir una corriente de opinión que consideró a la autonomía no sólo deseable, sino, incluso necesaria, a fin de que permitiese a la Universidad un desenvolvimiento mayor, más estable y más libre, dentro de las labores que le eran y le son propias, desvinculadas de los vaivenes propios de la política.  
Se dan en el texto citado, como antecedentes de la autonomía, distintos proyectos de creación de una universidad libre de la tutela del estado, uno de ellos el presentado ante la cámara de diputados, en 1881 por Justo Sierra Méndez, entonces diputado.  
Otra iniciativa fue el Proyecto de Independencia de la Universidad redactado por Ezequiel A. Chávez y presentado al entonces secretario de educación José Vasconcelos en 1914.
Varios antecedentes más tienen lugar en 2017: uno es el proyecto de ley elaborado en 1917 por el Licenciado Alfonso Cravioto y el entonces rector José Natividad Meneses, otro el elaborado por Antonio Caso y presentado en la cámara de diputados, ninguno de ellos culmina con la declaración de autonomía.
Ese mismo año de 1917 el Gobernador de Michoacán, Pascual Ortiz Rubio, decreta el 5 de octubre, la autonomía de la Universidad Michoacana.  
 A principios de la década de 1920 se formó la Confederación Nacional de Estudiantes, cuyo primer presidente fue Alejandro Gómez Arias. En el sexto congreso de la confederación se planteó, en enero de 1929, el de la autonomía económica y administrativa de las escuelas oficiales del país.
En ese mismo año de 1929, sigue platicando la Síntesis, el rector Castro Leal propuso modificar la periodicidad de los exámenes y hacerlos semestrales, en lugar de anuales.  La propuesta desencadenó una huelga estudiantil en el mes de mayo de 1929.
El 23 de mayo de ese año, Gómez Arias hace la petición formal de autonomía para la máxima casa de estudios, al jefe del Departamento del Distrito Federal, José Manuel Puig Casauranc.
El jefe del departamento del Distrito Federal presenta un memorándum al presidente Portes Gil, en el que le dice:
“Me refiero a la resolución del conflicto actual, contestando a las demandas de los estudiantes, cualesquiera que fuesen, o anticipándose a dichas demandas (y sería mejor esto) con la concesión de una absoluta autonomía técnica, administrativa y económica, a la Universidad Nacional”.
Finalmente, el 10 de Julio de 1929 se proclama la Autonomía en la ley orgánica.
Cita García Stahl en su obra la opinión que Julio Jiménez Rueda expresa en su obra Historia Jurídica:
“A pesar de todos los peligros que la Ley Orgánica suponía para la marcha de la Universidad, esta cumplió sus fines gracias a la honestidad de casi todos sus dirigentes y al empeño que pusieron los profesores y los estudiantes en salvar la nave que habían puesto bajo su cuidado, del naufragio que a corto plazo esperaba el mismo Estado que había otorgado la autonomía”.  
El mismo Presidente Portes Gil, al día siguiente de la promulgación de la Ley Orgánica había declarado:
“La revolución ha puesto en manos de la intelectualidad un precioso legado, la autonomía de la universidad; si fracasa la casa de estudios se le dará al obrero”.
Hasta aquí la primera etapa de la autonomía universitaria. 
En 1933 se promulgaría una nueva Ley Orgánica de la Universidad Autónoma de México, en la que se le fijaba un patrimonio de “diez millones que el gobierno entregaría a la universidad para que dispusiera de ellos de una sola vez”.
En la opinión de Francisco Larroyo (Historia comparada de la Educación en México) citada por la autora de la Síntesis, se trataba de que “con situación económica tan aflictiva, la Universidad abdicara de su autonomía”.
La última etapa de la conquista y reconocimiento de la autonomía se da con la publicación de la actual versión de la Ley Orgánica de la UNAM en el diario oficial, el 6 de enero de 1945. Con este hecho se dio fin al conflicto originado durante el rectorado de Rodulfo Brito Foucher y que había llevado a la universidad a una división, en la que incluso coexistieron dos rectores.
Para resolver el problema se creo una junta de gobierno, integrada por los exrectores García Téllez, Gómez Morín, Ocaranza, Chico Goerne, Baz y De la Cueva.
Esta junta eligió como nuevo rector al Antropólogo Antonio Caso.
En la nueva Ley Orgánica se reconocía que: “La Universidad Nacional Autónoma de México, tiene derecho para organizarse como lo estime mejor, dentro de los lineamientos generales señalados por la presente ley…”
Como puede verse en este rápido repaso, la autonomía y el presupuesto han sido puntos de constante tensión entre el gobierno federal y la universidad. El próximo año, 2019, estaremos festejando los 90 años de autonomía universitaria. Ese mismo año -al final- habrá de elegirse (o relegirse) rector, esperemos que todo ocurra dentro de los márgenes de la autonomía que tanto ha costado obtener primero y mantener después.  

viernes, 30 de noviembre de 2018

“Esos gritos que me echáis, no son insultos que me hacéis…”


“Meterla doblada” no es lo mismo que “meter la pata”, aunque ambas expresiones sean en sentido figurado y aunque al decir la primera se realice la segunda.
Eso es lo que le pasó al frustrado “próximo” director del Fondo de Cultura Económica, Paco Ignacio Taibo II, quien como el mismo ha reconocido lamenta “profundamente haber utilizado una frase desafortunada y vulgar” (que) “odiaría que se interpretara como una agresión a las causas feministas o de la comunidad gay” (que ha) “apoyado decididamente durante toda (su) vida y con las que (está) claramente comprometido."
No voy a salir a defender lo que el mismo Taibo no ha hecho: la fortuna de la frase. Pero sí quisiera dar un poco de contexto a la expresión que ciertamente resultó desafortunada.
En efecto, la expresión utilizada no trata de descalificar ninguna de las causas que el mismo Taibo II ha defendido. Se trata simple y llanamente de un albur, dicho fuera de contexto. Trataré de explicarlo
Aunque se piense que en México todos somos albureros, eso no es cierto. A la mejor somos groseros, mal intencionados y hablamos en doble sentido, pero albur no es grosería (nada más), ni doble sentido (nada más). El albur es un combate por la supremacía “masculina”. Sí.  Si es un “juego” machista.
Aunque menos noble que el ajedrez, es un combate intelectual entre dos personas. Es un debate, es un intercambio de frases en el que se trata de “derrotar” al otro, Si no hay combate, no hay albur. Decir una grosería, una guarrada o emplear un doble sentido no es un albur.
Algunas personas, abusivamente, alburean a quienes no conocen el juego, es decir le lanzan una frase provocadora, generalmente en presencia de quienes la entienden, para divertirse con esa “derrota” de quien no puede contestar nada, pues ni cuenta se da que lo alburearon. Otra situación singular es la de quien se alburea solo, por descuido, al querer responder rápidamente. Es como un autogol.
La particularidad del albur es que las frases que se intercambian los contendientes son todas de contenido sexual, gana quien asume la actitud masculina y pierde el que tiene que “resignarse” a aceptar ser la parte femenina.
Es un juego escatológico y puede molestar cuando se le ve en esa perspectiva, aunque cuando los albureros son buenos, el diálogo podría (o debería) pasar desapercibido a los escuchas no iniciados.
Para ser un buen alburero se requiere, como en el ajedrez, buena memoria para conocer las jugadas clásicas y sus respuestas. Todos quienes albureamos hemos aprendido en un principio, como contestar de alguien que nos albureó.
Después algunos vamos a la parte más creativa, a la de inventar las propias respuestas, en el momento mismo del intercambio de albures y la de generar nuevos..
Como en el albur todo tiene que aludir al sexo en acción, el buen alburero está usando siempre (aunque muchas veces de manera intuitiva) figuras del lenguaje como la metáfora, la metonimia o la sinécdoque. No voy a dar ejemplos explícitos, pero todo conocedor del albur habrá ya pensado varios.
El punto es que el albur se convierte en el lenguaje de una comunidad que usa las mismas palabras del español que todos usamos, pero con otro significado, siempre sexual y con un propósito de exhibirse como el macho dominante.
Las palabras adquieren otros significados: los colores significan poseer (sexualmente) o ser poseído, lo mismo los alimentos o las prendas de vestir, aunque su color sea intenso. Pero a nadie que conozca el juego se le ocurre tomar literalmente una frase que es un albur. Para quienes están fuera del juego, estas frases no tienen mucho sentido. Por ejemplo, los calzones que bajo el agua se hacen lanchas.
Como todos los lenguajes, el albur se aprende “hablándolo”. Uno oye una frase, entiende su significado y luego la usa. Lo que dijo Taibo es una frase que usa la hipérbole, es decir hace una exageración retórica para enfatizar un hecho. Ese hecho es la consumación del acto sexual desde la perspectiva que en el albur da la victoria: la masculina.
Lo que torpemente, muy torpemente quiso decir Taibo es que la victoria había sido humillante, contundente, empleando una frase de uso común y corriente (en más de un sentido) con ese significado, entre la comunidad alburera. Si hubiera empleado esa misma expresión ante un grupo de amigos, con los que normalmente habla así, nadie se hubiera escandalizado. El asunto es que uso el lenguaje equivocado ante la comunidad equivocada.
La pregunta es ¿lo que Taibo dijo fue un albur o simplemente una guarrada? No es fácil explicarlo porque las expresiones que se usan en los albures han pasado al lenguaje común, sin que nos demos cuenta, como sinónimo de derrota o victoria, por ejemplo: ¡Ya nos chingaron! o ¡me los chingue!
En estas frases el verbo chingar tiene el estricto sentido de copular y a veces no se percibe, parecería que simplemente quiere decir vencer.
¿Pensó Taibo que la frase en cuestión es parte ya del lenguaje de todos y la empleó como para decir “nos los chingamos gacho” o actuó como esos abusivos que lanzan el albur sabiendo que quien escucha no entiende y no va a responder?
En todo caso el legislativo, al suspender la Ley Taibo, parece haberle contestado con el también clásico albur: “esos gritos que me echáis no son insultos que me hacéis, porque vosotros bien sabéís a que a mí me la manfiruláis”

sábado, 27 de octubre de 2018

La metamorfosis de las palabras.


Una tarde no muy lejana en plática de sobremesa en el jardín de la casa, Mabel Hernández me contaba de cómo su papá, Felisberto, escribió para salir del paso a las preguntas de reporteros y editores,  la “Explicación falsa de mis cuentos”. Dice Felisberto en ese texto: Obligado o traicionado por mí mismo a decir cómo hago mis cuentos, recurriré a explicaciones exteriores a ellos.
Recordé que el año pasado cuando presenté en la FIL de Guadalajara el libro El Último Poema de FerMart y otros 99 mini relatos de base científica entendibles para casi todo el mundo, recibí la misma pregunta varias veces.
En la mayoría de las entrevistas me preguntaron cómo se me ocurren los mini relatos que escribo. Mi respuesta fue siempre la misma: No sé.
No es una explicación falsa, es una respuesta sincera aunque frustrante: de repente me viene una frase a la cabeza, a veces me gusta como está y ya es prácticamente el mini relato.  Otras veces hay algo en la frase que no me gusta y le doy vueltas hasta que la desecho o encuentro la manera de remediar lo que no me gustaba.
Pocas veces soy consciente del mecanismo de construcción del mini relato que se va afinando a partir de una idea original.  Hace unos días  sin embargo, gracias al facebook pude tener “documentado” un par de ejemplos de cómo lo hago.
En el primer caso, el inicio fue un post de  Gabriel Ramos Zepeda que decía:  
Ella tenía una mirada sirena.
El texto jugaba con la semejanza de las palabras serena y sirena.  Cuando lo leí contesté instintivamente:
Si ella tenía la mirada sirena no escuches su llanto.
Esta frase agrega a la inicial dos elementos: uno tangible,  la palabra llanto y el otro referencial, el canto de las sirenas. La referencia al canto de las sirenas se hace a través de la semejanza de las palabras canto y llanto y aprovechando que el llanto está asociado a la mirada.
El primer elemento es obvio a todos los lectores, está en el texto. El segundo elemento, al no estarlo requiere de un contexto. En este caso conocer el mito del canto de las sirenas, notar la sustitución intencional de canto por llanto y recordar la cercanía del llanto con la mirada.
Se me ocurrió que una manera alternativa de decirlo era:
 No hay que hacer caso al llanto de las sirenas.  
Lo publiqué en el Facebook como una sugerencia a Gabriel
En esta versión alterna ha desaparecido el juego de palabras entre serena y sirena, también la alusión a la mirada y ha permanecido la semejanza entre llanto y canto y la alusión al mito del canto de las sirenas.  Me gustaba parcialmente, pero quería recuperar el parecido de Serena con Sirena, entonces escribí:
Enloquecedor.
Después de amar, la sirena quedó serena y su llanto se hizo canto.
En las frases anteriores no había ninguna acción. Si acaso una descripción (Ella tenía una mirada sirena.) y un par de consejos (Si ella tenía la mirada sirena no escuches su llanto y No hay que hacer caso al llanto de las sirenas.).
Aquí se construye ya la minificción. Aparecen tres verbos amar, quedar y hacer y un adverbio de tiempo: después. La acción amar y el adverbio permiten que la sirena este serena, lo que le da sentido al juego de palabras. Luego viene el desenlace: como la sirena esta serena ya no llora,  ahora canta… y ya sabemos que el canto de las sirenas enloquece. Para darle ese contexto final seleccioné el título: Enloquecedor.
De esa manera se construyó una minificción que narra (de manera fantástica, obviamente) el origen del mito del canto de la sirenas.     
Unos días después también a través de otra conversación feisbuquera con José Manuel Ortíz Soto sobre los (inexistentes) ladridos de los perros en la obra del Quijote hablamos de cronistas deportivos. Apareció el Perro Bermúdez en la conversación y dado que hablábamos de los ladridos, escribí para decir que el tal Bermúdez no era santo de mi devoción: El perro ladraba y nadie pasaba.
El ojo entrenado de José Manuel me dijo pon “El perro Bermúdez ladraba y nadie pasaba y ya tienes una minificción de actualidad”.  En ese momento se me ocurrió algo muy obvio : “Cuando desperté,  la televisión estaba prendida y el perro seguía ahí”.  De tan obvio ni siquiera lo escribí.
Más tarde manejando hacía Ciudad Universitaria pensé que el sueño podría ser parte del mini realto. Más tarde escribí:
La causa.
Los Perros ladran Sancho, ojala no despierten a Don Miguel.
Puesto de esa manera, el texto explica porque la frase no aparece en el Quijote, los perros sí ladraron al avance de Don Quijote y Sancho, pero Cervantes dormía.
Gracias al registro de las sucesivas frases en Facebook pude darme cuenta del proceso de elaboración de los mini relatos.
Con todo y los dos ejemplos,  no quedo muy satisfecho con las explicaciones. No se dice nada, por ejemplo,  de cómo se ocurre pasar de una versión a otra.  Cómo se imagina uno vincular llanto a canto. No lo sé. Simplemente aparece la semejanza. 
Esto me recuerda el caso de la niña de cuatro años que había aprendido francés y español,  a la que le preguntaban: ¿No es dificil hablar francés? y que contestaba: No, abres tu boca y salen las palabras.