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lunes, 23 de noviembre de 2020

Un buen lugar para irse de pinta

 

La reciente muerte del Dr. Jorge Flores Valdés me llevó a buscar el texto de una entrevista que le hice a principios de 1993 para Revista de revistas. El motivo de la conversación fue la inauguración en diciembre de 1992 del Museo de la Ciencias, Universum. El texto -con el título Así se creó el Universum-  se publicó en la revista en el formato clásico de diálogo.

Un tiempo después para incluir la historia en el libro Para conversar de ciencia, la reescribí en un formato de narración continua, sin diálogo. Esta es la versión que comparto ahora. Aunque el relato acusa el paso del tiempo he preferido dejarlo así.  Esta es la vesrsión publicada en el libro:

 

Así se creó el Universum.

 “A finales de 1992, con la inauguración de Universum culminó  la aventura. Una aventura cuyo inicio se remonta a un proyecto de 1979: el de construir un espacio para la divulgación de la ciencia en la Universidad Nacional Autónoma de México.

Por esta razón en los primeros meses de 1993 Revista de revistas dedicó uno de sus números al museo. Como parte del contenido de la misma se publicó una entrevista que le hice al doctor Jorge Flores Valdés, principal responsable de concretar los esfuerzos de construcción del museo y quien, desde 1992 hasta mediados de 1997, lo tuvo bajo su responsabilidad.

Con base en ese diálogo he armado las siguientes líneas para recordar cómo se creó el Universum.

El meollo de la conversación fue la creación de Universum, aunque como antecedente hablamos de la ciencia en México, de su papel como parte de la cultura y como generadora de tecnología.

Al respecto, opinó Jorge Flores, que la ciencia desgraciadamente no es parte de la cultura en México y se lo atribuyó al momento histórico de la conquista. Al hablar de su rol como generadora de tecnología dijo que los resultados tecnológicos fundamentales son los de la Ingeniería Civil.

Comparando ambas situaciones expresó que la tecnología mexicana es limitada, casi toda es importada. En ese sentido, concluyó; "en México estamos mejor en ciencia que en tecnología, porque se hace ya en el país alguna ciencia muy interesante".

 Con este antecedente es fácil entender, me explicó el Dr. Flores,  la necesidad que tenía la sociedad mexicana de un museo de ciencias: "si uno mide el desarrollo científico nacional, viendo el número de científicos por habitante y lo compara con el desarrollo económico de México, indicado por su Producto Interno Bruto, nos damos cuenta de que nuestro desarrollo científico es menor que el económico".

"Es decir, que dado nuestro desarrollo económico nos correspondería tener un mayor desarrollo científico.

En alguna forma el sistema de información y el sistema educativo están haciendo que se dediquen a la ciencia menos muchachos mexicanos de los que le corresponderían al país, según su desarrollo social, económico y cultural. Nuestra comunidad científica no es fuerte porque es chiquita y es chiquita porque no es fuerte.

La forma en que incide el museo es poniendo la ciencia al alcance de los niños; sin el museo no tendrían la oportunidad de darse cuenta que la ciencia es muy interesante. La idea es que, vía la divulgación de la ciencia apropiada y divertida, se contrarresten un poco las fallas de información y de formación que está dando nuestro sistema educativo y televisivo".

Los orígenes del museo remontan a 1979 a una idea de quien entonces era director del Instituto de Biología y más tarde sería rector de la UNAM, el doctor José Sarukhán. Al principio quería hacer un museo de historia natural, basado en las colecciones que hay en biología, como el Herbario Nacional y que requieren ser mostradas a un público más amplio que el de los especialistas, pero con el tiempo, y en unión de Luis Estrada, fue cambiando de idea y juntos fueron pasando de un museo de historia natural a un centro de ciencias de toda la UNAM.

Por su parte, el mismo Jorge Flores, en ese entonces subsecretario de Educación Superior, estaba impulsando otro concepto: el de varios “centros de ciencias chiquitos”, que no logró cristalizarse. El proyecto de la UNAM avanzó más y en 1984, el rector Octavio Rivero le dio su visto bueno.

Incluso, se llegaron a hacer los  planos y las maquetas para un museo. Se le diseñó también en términos muy generales y se determinaron los grandes temas de la ciencia que contendría. Pero entonces la crisis económica nacional se profundizó, de tal manera que el proyecto se tuvo que detener. Entre 1984 y 1989 no pasó nada al respecto; ni en la UNAM... ni en la SEP... ni en el país.

En 1989 la crisis no es ya tan severa, el doctor Sarukhán es ahora el rector de la UNAM y se vuelven a ver las posibilidades de hacer el museo. Al mismo tiempo, ideas semejantes venían surgiendo en otros lados: en Culiacán, en Xalapa, en Saltillo y en la Ciudad de México, con el museo del Papalote.

De repente como que México se da cuenta de que no se puede detener ya más la construcción de un museo de este tipo.

Se empieza a hacer en México lo que en Estados Unidos tenía ya varios años y que permite que hoy existan más de trescientos de estos centros en ese país. Ya la comunidad de aquellas ciudades considera tener un centro de ciencia como algo normal; como tener un auditorio, un parque deportivo, un jardín botánico o un zoológico. Es parte de la infraestructura de la ciudad.

Curiosamente la idea de un gran centro de divulgación de la ciencia va a engendrar el proyecto que el doctor Flores tenía, como subsecretario de educación, de construir muchos centros de ciencias chiquitos; en ese sentido fue mejor hacer el centro grande.

Finalmente el rector Sarukhán le encarga al doctor Flores que haga el museo, para eso se basan en muchas de las ideas que habían venido desarrollando Luis Estrada, el mismo José Sarukhán, Jorge Flores y varios más.

Una vez que se formó el grupo de investigadores y comunicadores para hacer el proyecto surgió la necesidad de hacer otro tipo de edificios y de hecho se hizo el diseño de un conjunto con una plaza central techada. Sin embargo, los costos que hubiera implicado lo hacían muy difícil de llevar a cabo.

Se tuvo la suerte, recuerda Jorge Flores, de que el Conacyt decidió en ese momento cambiar su sede y salir de Ciudad Universitaria, dejando libres edificios que en su parte principal tienen 23 mil metros cuadrados techados, que curiosamente se pudieron adaptar con un costo muchísimo menor.

El costo de todo el proyecto desde 1989 hasta que se abrió el 12 de diciembre de 1992, fue del orden de 30 millones de nuevos pesos, incluyendo sueldos, equipamientos y adaptación del edificio.

Como referencia puede mencionarse que un museo semejante en Madrid, que se llama Acciona, más pequeño que el de Ciudad Universitaria, costó del orden de diez veces más. El de Hong-Kong, que si es más o menos del mismo tamaño, costó cinco veces lo que Universum.

La diferencia en los costos se debe en primer lugar a que ellos construyeron los edificios, pero en segundo a que encargaron los equipamientos a compañías americanas. Hay que recordar que los equipamientos son interactivos y que los principales usuarios son los niños.

En Universum no se adquirieron equipamientos comerciales, se fabricaron. Eso tiene varias ventajas. Una, que se les conoce muy bien y se pueden reparar mejor; dos, que son muchísimo más baratos, y tres que la mayoría de ellos son nuevos. Muchos los inventaron los investigadores y los comunicadores de la UNAM. Tienen la desventaja de que algunos no son de la misma gran calidad de los que se pueden conseguir a precios altísimos.

Esto, además, dio la posibilidad de generar los pequeños centros de divulgación de la ciencia de que se habló antes, partiendo de los prototipos del Museo de la Ciencias de la UNAM. Hav que recordar que algunos equipamientos ya son prototipos refinados, pues el museo se armó como un rompecabezas cuyas piezas eran exposiciones parciales que se montaron en varias partes: en el Metro, en la UAM, en el Museo Tecnológico, en Cuautitlán, en todos lados. Una de esas exposiciones parciales, la de Ciencia y Deporte, le valió ganar a Universum el Premio "Juan Antonio Samaranch", de la Olimpiada Cultural de Barcelona en 1992.

Con esto se adquirió mucha experiencia acerca de cuáles eran los equipamientos que soportaban y los que no.

Estas exposiciones fueron el laboratorio de pruebas que permitieron reproducir los prototipos, haciendo incluso que el museo obtuviese ingresos. Hay que recordar que de todas maneras el museo recibe recursos, porque el público paga por entrar.

Además de esos ingresos Universum recibió financiamiento del Departamento del Distrito Federal, de la Comisión Nacional del Ahorro Energético y donativos en especie de muy diversas empresas, pero la inversión fundamental ha sido y es de la UNAM.          

Otro punto importante en la construcción de Universum, además del sitio físico, los recursos económicos y los equipamientos, fue el de la integración de un equipo humano. 

En alguna junta de trabajo, de las que se realizaron para su construcción, llegó a haber representantes de hasta 25 profesiones diferentes. El principal problema fue lograr que los científicos y los comunicadores se entendieran. Eso se consiguió tras muchas reuniones de trabajo. Fue casi por desgaste. Este fue, en opinión del doctor Flores, el principal problema, y no tanto el económico.

Sí se tuvo que trabajar a marchas forzadas para ajustar tiempos, pero esto siempre sucede. Uno tiene que decir lo voy a abrir tal fecha, porque este tipo de museos nunca se acaban, sentenció Jorge Flores.

El museo no sólo presenta una muestra de distintas áreas del conocimiento como las matemáticas, la química y la física o la biología. El trabajo de los grupos multidisciplinarios se refleja también en el museo. 

Existen en algunas salas exhibiciones que presentan integralmente grandes temas como la energía o la contaminación. La sala de la energía, por ejemplo, es muestra de esta interdisciplina, incluyendo temas que van desde las ciencias sociales hasta las mareas y los rayos eléctricos.

También existe ese enfoque en la sala de ecología o en la que se dedica a las ciencias y la gran ciudad, donde se muestra ésta desde muchos puntos de vista, desde históricos hasta geológicos y sismológicos.

A estas salas asisten incluso, quienes vienen a “hacer tareas”, es algo que no se había previsto cuando se pensó el museo: en las salas de la estructura de la materia y en la de química existe la posibilidad de hacer experimentos.

Muchachos de licenciatura, incluso, vienen a hacer trabajos -no nada más a copiar la cédula- sino a hacer experimentos. En ese sentido Universum cubre el papel, que no era su misión en un principio, de ser el complemento de los laboratorios que no existen en esta ciudad; eso es muy importante".

Universum se convierte así, según Jorge Flores, en un buen lugar para irse de pinta, aunque ésta no debe ser demasiado larga para que no genere anticuerpos. Unas o dos horas está bien y regresar en otra ocasión, termina dicendo Jorge Flores. .

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