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jueves, 6 de agosto de 2020

Saliendo del modo pausa.


El 28 de junio del 2019 estaba en el aeropuerto esperando abordar rumbo a Barcelona. Mientras eso ocurría escribí en mi facebook: “Entrando en modo pausa”.

Me iba por un año. No era la primera vez que dejaba el país por varios meses, incluso años. Lo había hecho cuando estudié el doctorado en Francia y estuve más de tres años sin volver.

Los viajes han ejercido en mí una fascinación, desde que me acuerdo. Cuando era niño había una estación de radio, llamada Radio Mundo, que para dar la hora decía: “En este momento en Sao Paulo son las 7:15 de la noche”, o en Paris, o en Nairobi, lo mismo me daba. A mí me hacía soñar.

Siempre que oía esa frase me transportaba allá mentalmente; me veía en calles, que a veces eran de soleados veranos o de rígidos inviernos europeos, caminando, metiéndome a comercios, conociendo gente, pleno de felicidad.

Me gustaba ver pasar los aviones e imaginarme dentro de ellos volando con rumbo  a cualquier lugar. Nunca los imaginaba regresando, siempre eran aviones que partían, conmigo entre sus pasajeros.

Alguien me dijo alguna vez que si tenía ganas de viajar e irme a otra parte sería quizás porque no me encontraba a gusto en el lugar en el que estaba. Me hizo pensar un poco en que quizás no me conocía yo tan bien como creía.

Le di vueltas a la idea y concluí que no; que lo que tenía era una imaginación romántica que siempre me hacía pensar que viajando iba a encontrar cosas nuevas y que las cosas nuevas eran mejores. Un poco aquello de que el pasto del vecino siempre es más verde.

Alguna vez de viaje en Barcelona me pasó por la cabeza que si se presentaba la ocasión me gustaría disfrutar de un año sabático en esa ciudad. Ahora la oportunidad se había presentado y  estaba ahí pensando, mientras abordábamos, que  quizás el pasto en Barcelona era más verde, o el mar más azul.

Es más fácil escribirlo, o leerlo, que hacerlo. Hubo que preparar el viaje. Documentos de ida y de vuelta, nuevamente de ida, nuevamente de vuelta, citas en el consulado, trámites de no antecedentes penales, certificaciones, etc, etc… todo en paralelo con la terminación del semestre y contra reloj.

Mientras el avión levantaba el vuelo iba pensando todavía en esa preparación de viaje poco prolija, en  las tristes despedidas, en las acciones inconclusas, en las personas de las que no alcancé a despedirme y de repente el modo pausa operó; empecé a pensar en lo opuesto: en los felices reencuentros, en las nuevas personas a las que conocería, en los nuevos planes, y en que allá también  habría que llegar a hacer trámites administrativos.

Nueve meses después, en marzo de este año, forzado un tanto por las circunstancias volaba yo  de regreso.  Terminaba el modo pausa, aunque no regresaba ni remotamente al país del que me había ido.

Ya se que Heráclito diría que ningún hombre vuelve al mismo país, pero este era mas diferente. Habrá ocasión de escribir sobre eso, pero detengámonos ahora un momento en lo que pasó en ese modo pausa.

Diría que hubo éxito, intranquilidad, invierno, saldo a favor, hechos inesperados y  pendientes Veamos:

 

Éxito.

Creo que lo más importante fue que logré alcanzar la meta que nos habíamos fijado, junto con mis anfitriones académicos,  para el sabático. La estancia concluyó con la adquisición de nuevas habilidades, con la resolución del problema que me había planteado y con la publicación de un artículo en las memorias de un congreso.

Intranquilidad.

No es que haya estado sin dormir, pero la necesidad de estar haciendo trámites migratorios, durante buena parte de mi estancia,  resultó un distractor que me consumía no sólo tiempo, sino tranquilidad de ánimo. 

Se que eso derivó de la manera como preparé el viaje -mea culpa-.  Aunque lo hice constreñido por las fechas de un congreso al que debía asistir y por el hecho de que no quería estar yendo y viniendo a Europa.  Afortunadamente todos los trámites fueron coronados con éxito.

Invierno.

Aunque someramente, pero alcancé a sentir la soledad del inmigrante. Sobre todo cuando el invierno aunque leve en cuanto a frío, dificulta con sus fuertes vientos los desplazamientos ciclistas. Cuando los días se acortan y la vida empieza transcurrir intramuros. En esos momentos empieza uno a extrañar la patria, los amigos, las costumbres. A  veces ni las cenas, con las antiguas y nuevas compañías, alcanzan para vencer esas saudades.

Saldo a favor.

La posibilidad de cultivar antiguos afectos, junto con la creación de nuevas amistades son sin duda la mayor ganancia.  Vivir en una ciudad cuya escala permite desplazamiento al trabajo en bicicleta y tiempo libre para realizar deporte, viajar y asistir con frecuencia a eventos culturales, a la biblioteca pública y al estadio… ¡por supuesto!

Lo inesperado:

Aun en febrero de este año hacia planes para la semana santa y para las actividades posteriores. Estaba escribiendo el trabajo para el congreso y planeando la presentación. Todo se cortó bruscamente cuando se decretó el confinamiento y decidí volver a México.

Los pendientes.

En el momento en que se decidió el cierre de la universidad, estaba yo en la segunda semana de un curso de catalán que quedó pendiente, junto con muchas otras actividades que me hubiera gustado realizar con mis amigos y vecinos. 

Mi gratitud a todos quienes allá me hicieron sentir como en casa.

Ese modo pausa terminó formalmente el 29 de junio pasado, aunque por la pandemia, había yo vuelto al país el 14 de marzo. Regresé a un país diferente,  pero donde el cariño de mis amigos estaba inalterado.  

Otro modo pausa transcurre desde entonces. Aunque quizás sea mejor llamarlo modo pandemia.

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