El
11 de marzo yo todavía pensaba que estaría en España varios meses más. Tenía
programado dar una conferencia el jueves 19, pero poco a poco se empezaba a hacer
evidente que muchas de las cosas que planeábamos estaban en riesgo de no
suceder.
Ya
se había cancelado la semana del Mobil, los partidos de futbol se jugaban a
puerta cerrada, las escuelas empezaron a analizar las estrategias a distancia.
Las personas estábamos atentas a la evolución del número de contagiados, a las
zonas de riesgo, etc.
No
se había decretado el periodo de cuarentena pero era una posibilidad que
flotaba en el aire, cada vez a menor altura. Murcia cerró sus fronteras, Igualada
-muy cerca de Barcelona- las cerraría muy pronto.
Sin
darme cuenta se empezaba a formar en mi cabeza la idea de volver a México. Me
fui a dormir con esa posibilidad dándome vueltas en la cabeza. No tenía
ningunas ganas de pasar dos semanas sólo en el departamento. Eso cómo mínimo.
El
jueves desperté con la convicción de volver “lo más pronto posible”. Hice un
par de llamadas a personas muy queridas para comentarles mi convicción casi
total. La plática con uno de ellos terminó con la frase: lo más probable es que
colgando compre el boleto.
Así
fue. Colgué y compré el boleto para el sábado 14 a las 10:10. El viernes 13
tenía trámites de la residencia temporal en España que no podía dejar de atender.
Además
de cumplir esa obligación dediqué la parte restante del viernes a preparar
maletas, a despedirme de los más allegados, a caminar por las calles y zonas que
sabía iba a extrañar. Pasé por la Barceloneta e hice una foto de unas bañistas
que luego subí al face book.
En
la noche mientras me despedía de un amigo y conversábamos, nos llegó la
noticia: el presidente de la Generalitat “cerraba” Cataluña. Los puertos marítimos
y aéreos son competencia del gobierno central y permanecerían abiertos, pero no
se sabía cuánto tiempo.
En
la mañana rumbo al aeropuerto había poco autos en el camino. Frente al mostrador de la aerolínea para
documentar era otra cosa. La fila era enorme y faltaban tres horas para que el
avión despegara, si llegaba a hacerlo.
En
todos los miembros de la fila se notaba nerviosismo. Mientras avanzábamos para
documentar comentábamos entre nosotros. La mayoría de las personas con las que
hablé habían cambiado vuelos de fechas posteriores o de otras aerolíneas, a
este vuelo. El cupo estaba totalmente saturado.
Hice
la cola para documentar, después la de control de seguridad, luego la de revisión
de pasaportes y finalmente la que llevaba al vehículo que nos trasladaría al
puerto de embarque, que era un sitio remoto.
En
las diferentes filas en las que me formé se veía mas o menos lo mismo: gente
con mascarillas y una ganas infinitas de ya estar volando.
Todavía
arriba del avión nos mantuvieron una hora esperando turno para despegar. Por fin
el avión empezó a moverse para tomar turno en la fila de despegue. Mis compañeros
eran una pareja de recién casados. Ella con una playera de Universitario de
Nuevo León, él con una de Chivas. El país me abrazaba de nuevo.
Empezamos
a platicar. Me contaron que habían estado de luna de miel, viajando en una excursión
organizada por una empresa. El tour debería durar 17 días, pero empezaron a
tener problemas en todas partes para circular y para entrar a sitios
turísticos. Le pidieron a la empres
cancela r la excursión y volver a México.
La
empresa se negó, aduciendo que no había problema. Que si ellos se querían
regresar sería problema de ellos, que lo hicieran por su cuenta. Decidieron
hacerlo de esa manera. Consiguieron un vuelo en ese avión, en el que según me
dijeron ellos mismos, los boletos habían llegado a costar más de 100 mil pesos.
Me
contaron su angustia de las últimas dos noches. Su miedo a no poder salir de
Europa. Me hablaron de sus compañeros de excursión varados en Italia. De su
estrés esa mañana a las 5:00 cuando llegaron a formarse en los puestos de
documentación de la aerolínea y ya había gente. De los momentos de
incertidumbre que se vivieron a las 7:00 cuando no se definía si habría o no el
vuelo.
Para
calmar nuestro nerviosismo hablamos también de futbol. Fueron once horas y un
poco más de tensa espera por tocar el territorio nacional.
Tres
comidas durante el vuelo, varias bebidas, lecturas, películas, deambular por
los pasillos, intentos de dormir y por fin la voz del piloto: hemos iniciado el
descenso. Tocamos tierra. Todos nos preguntábamos que tipo de controles
tendríamos que pasar.
Yo
tenía un número de teléfono para llamar y supuestamente irían a casa a hacerte
una valoración. Mis compañeros de viaje, que debían transbordar a Monterrey
tenían ya arreglada una cita con un médico.
Salimos
del avión. Había personal de la aerolínea con un par de sillas de ruedas para
otros tantos pasajeros, pero ningún control de temperatura, cuestionario o filtro.
Tampoco al pasar migración. La única pregunta que me hicieron fue: ¿reside en
España?
Recogí
las maletas, pasé la verificación de contenido y sali a la sala donde ya me
esperaban. Había logrado salir de España por los pelos[1].
Llamé
al teléfono que traía y jamás obtuve respuesta. Me dieron que en el ABC podían
hacer la prueba mediante un pago. Llamé al ABC y me informaron que primero
tenían que valorar si era yo candidato a la prueba.
Las
preguntas fueron si tenía fiebre, dolor de cabeza o dificultad para respirar.
No tenía ninguna de las tres. Entonces, me explicó la voz a través del teléfono,
no era candidato.
Le
dije que venía de Cataluña, que había cerrado sus fronteras, que en el avión
veníamos 230 personas y me contestó que no tenían muchas pruebas y que por eso
las dejaban para los casos que presentaban síntomas. Decidí entonces, por las
dudas quedarme en casa.
Al
final veo que tanto en España como en México, hubo en un principio una especie
de incredulidad. Los hinchas del Atlético viajaron a Liverpool cuando ya se
sabía que Madrid tenía una alta tasa de contagio. Pero mientras allá poco a
poco se fue tomando conciencia, se cerraron fronteras e incluso los opositores
políticos fueron apoyando las medidas del gobierno central, lo que veo aquí es
una negación del problema, producida probablemente por intereses comerciales
que no se quieren tocar, como en el caso del Vive latino y por la ignorancia y
desdén a la ciencia.
Desafortunadamente
las consecuencias de un desliz personal tiene consecuencias sobre la sociedad
entera, pues como escribí también en face book: entre los individuos como entre
las computadoras, la protección del nodo lo es de la red.
[1] Aunque
todavía en mi generación (al menos en mi familia) se usaba la expresión “por
los pelos”, esta ha perdido curso en México. Los españoles la utilizan mucho
para significar: por poquito. Generalmente cuando se trata de escapar de algo.
Sabes, yo pensaria que estabas en mejor lugar! el primer mundo dónde todo podria estar en control y tener mejor resultado.. Sin embargo con todo y nuestro México detenido por delgados hilos, creo que siempre cercano a la familia y viendo en que podemos aportar (como tu reseña) me hace pensar que estaremos bien!. A prepararnos! Que gusto que lo lograste, que estás bien y que tu nodo de red te protege! Un abrazo fuerte Rafael.
ResponderEliminarTienes toda la razón. Desde el punto de vista sanitario España es mucho mejor opción. En infraestructura y en responsabilidad de sus gobernantes. Pero la perspectiva de pasar la cuarentena solo,allá, no se me antojaba nada. Así que aquí con parte de mis afectos y a cuidarse.
ResponderEliminarCuidate mucho Doc. Un abrazo y me.pareció muy interesante tu texto.
ResponderEliminarLa gran mayoría lo he tomado con un poco más de incredulidad y en algunos países así seguimos...
ResponderEliminarME ALEGRA SABER QUE YA ESTÁS DE REGRESO EN LA CIUDAD DE MEXICO, ILESO, SANO Y SALVO
ResponderEliminarGracias Miguel. Un abrazo.
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