La noticia de su muerte me sorprendió.
Sabía que estaba enfermo, pero lo iba a ver el próximo domingo. Ya estaba acordado, la muerte llegó
antes.
Nos conocimos cuando él era Director de Cómputo para la Investigación en
la UNAM. Cargo en el que eventualmente yo sucedería a su sucesor, Alberto
Alonso. En esa época yo era el representante de las Unidades
Multidisciplinarias en el Comité de Súper cómputo.
Simpatizamos desde la primera vez. No tiene chiste. Para mí es fácil
simpatizar con las personas inteligentes. Enrique tenía un agudo sentido del
humor y una refinada cultura.
Cuando Jaime Keller se religió para un segundo periodo en la FESC
(1993), Víctor Guerra me hizo el favor de rescatarme, invitándome a venir a la
entonces DGSCA. La persona que hizo la llamada y me ofreció colaborar aquí, fue
Enrique Daltabuit.
Yo debería haber venido a la DGSCA como subdirector a las órdenes de él
pero algunos enroques administrativos, me llevaron a la subdirección en la dirección de la entonces Dirección de Cómputo para la Docencia, con Alberto
Alonso.
Alrededor de un año después Enrique Daltabuit sufrió un ataque cardiaco
y fue sustituido por Alberto Alonso. Junto con Alberto, me moví -yo también- a la dirección de cómputo para la
investigación, para hacerme cargo de la subdirección.
En alguna plática posterior, sobre su infarto, me dijo algo que no estoy
seguro que él recordara, pero que
yo no olvidé. “No dejes que te hagan esto”,
se refería al desgaste de los puestos administrativos. Me aconsejó tomarme los
cargos con calma y no sacrificar la vida personal.
Por supuesto que me fue complicado hacerle caso. La noche del 31 de
diciembre de 1999 al primero de enero de 2000 estaba yo cenando a unos cuantos
metros de la Cray, atento a que no nos cayera encima el bug del año 2000, pero así es la vida.
Siempre me llamó la atención la inclinación de Víctor Guerra por armar y
desarmar equipos y máquinas. Un día le dije, con todo el cuidado que la frase
debe tener entre egresados de la Facultad de Ciencias: ¿Victor, no te hubiera
gustado ser Ingeniero? La respuesta fue sorprendente: “Daltabuit me convenció
de estudiar física”.
Enrique había sido maestro de Víctor y al notar sus capacidades, decidió rescatarlo para
la ciencia.
Cuando Daltabuit dejó la dirección de cómputo para la investigación, fue
a dirigir el centro para el desarrollo
tecnológico de la FES Aragón, donde formó con Leobardo Hernández, un grupo de
trabajo sobre el tema que lo venía
apasionando desde el ataque a la Cray, la seguridad informática.
Cada tanto Enrique y yo nos veíamos para sentarnos frente a una buena
mesa y comer, maridando la plática y los
platillos con buenos vinos. Enrique era
un sibarita y un gran conversador. Recuerdo que siempre iniciaba la comida con
una buena ginebra.
Recorrimos muchos restaurantes de la zona Polanco en la que Enrique se
movía, cuando su adscripción pasó a estar en el Centro Polanco de la DGSCA. Uno de nuestros
lugares favoritos era el DO (Denominación de Origen) en la calle de Hegel.
En ese restaurante, por cierto se le organizó una cena por sus setenta
años. Tuve el honor se ser invitado a ella. Estuvimos Enrique, Felipe Bracho,
Adela Castillejos y la Jefa del Centro Polanco de la DGSCA. En ese entonces yo
estaba en la FES Cuautitlán, desarmando la mafia de matemáticas, y fue en el
transcurso de esa cena, que se gestó mi regreso a la DGTIC. Así que dato
curioso: en las dos veces en que he venido a trabajar a la DGSCA/DGTIC Enrique
Daltabuit estuvo involucrado. Doble agradecimiento, el que le debo.
Mi amistad con Enrique Daltabuit pasó también por las páginas del libro
de las historias de la Historia del cómputo en México. La frase, de Bertrand
Russell, He visto el futuro y parece que funciona, que da título al último de los capítulos, la conocí
por él. Como puede verse en esa parte de nuestra conversación con él, reproducida
en el libro, Enrique era un visionario en temas de la seguridad informática.
Tuvimos ocasión -gracias nuevamente a Víctor Guerra- de trabajar juntos,
fuera de la UNAM. Enrique era asesor nuestro cuando estuvimos en el Tribunal
Electoral del Poder Judicial. Ahí me ayudó a concebir el Plan de Continuidad y
aprendí acerca de los protocolos para la preservación de la información en
diferentes formatos.
Pero no sólo fue el trabajo en la
UNAM y en el tribunal, también me
hizo favor, Enrique, de leer el manuscrito
del libro “Derrotar a la ignorancia como
en el juego del Maratón”. El 19 de octubre del 2015 recibí estos comentarios de
él:
Al ir leyendo escribi algunos comentarilos. Te los envio por si te
sirven.
- Supersticion,
superecheria, ¿y la religion en que categoria la pones?
- Hay algo
especil sobre las culturas orales que las hace mas susceptibles a dar
explicaciones de fenomenos nuevos o desconocidos en base a sus creencias
ancestrales.La cultura de casi todos los contemporaneos,excepto en temas muy
generales, es de corte oral, pues la mayoria de la gente no lee ni tiene
acceso a material escrito. Esto indica que predomina en lo que la gente se cree
la "cultura popular"
Cuando
las fuerzas ya no le fueron dando para salir a comer fuera, me invitaba a ir a
su casa, me pedía escoger el vino de su cava y platicábamos como
siempre. Hasta el final estuvimos
acariciando la idea de un libro de aforismos sobre seguridad informática. Su
pensamiento pedagógico era, como él, original. Llegué a hacer un demo de
alguno de los aforismos, pero uno cree
siempre que hay más tiempo que vida y eso no es cierto.
Un par de días atrás, acababa yo de escribirle a su hija Mara para decirle que
visitaría a su papá este domingo. La muerte llegó primero.