Llevo sesenta y seis años sintiendo temblores en la Ciudad de
México, siempre con mucha fortuna.
Recuerdo los comentarios de mis papás sobre una vitrina que
se había caído en la casa, en el sismo del 57. Me acuerdo haber ido después con
ellos, a pie -no vivíamos lejos- a Reforma, a ver el ángel caído. Tengo memoria
de otros temblores más que ocurrieron cuando estaba en la secundaria y en la
universidad. Hasta donde me acuerdo, no se usaba desalojar las escuelas,
simplemente esperábamos que dejara de temblar y continuábamos con nuestras
actividades.
Cuando el terremoto del 85 tuve la suerte de no sentirlo.
Esa mañana acababa de correr en el Naucalli
e iba manejando de regreso a casa. Me extrañó que el radio no captaba ninguna
estación, cuando finalmente lo hizo, me enteré de que se había caído parte de
televisa. Vivía, en esa época en el estado de México y no anduve mucho en la
ciudad en los días siguientes. La réplica me sorprendió en casa escribiendo un
artículo sobre el sismo, para Revista de revistas.
Vinieron muchos otros sismos después. Entre 2011 y 2012 hubo
varias ocasiones en que nos desalojaron de instalaciones del Registro Federal
de Electores, tanto de Insurgentes como de Acoxpa, con sus correspondientes
escenas de pánico y crisis de nervios.
La ciudad se acostumbraba a los protocolos de protección
civil para los temblores, pero seguía esperando el famoso gran sismo que dicen
deberá ocurrir.
La noche del 7 de septiembre o madrugada del 8, la tierra se
movió y los sismógrafos registraron 8.2 grados Richter. No obstante la magnitud
del temblor no se produjeron daños mayores. Lo que más llamó la atención fueron
las famosas luces que brillaron esa noche sobre la ciudad.
El 19 de septiembre como conmemoración del gran sismo del
85, en toda la urbe se realizaron
simulacros de evacuación. Todo salió muy bien, excepto lo que no estaba en el
programa: unas horas más tarde, el simulacro se volvería realidad. Tendríamos un
segundo temblor de 19 de septiembre.
Este segundo temblor, de 19 de septiembre, me pilló (como
dirían los españoles) en la colonia del Valle, una zona que me enteraría
después, resultó muy afectada. Aunque,
en el momento, tuve conciencia de que se trataba de un terremoto fuerte, no
dimensioné su magnitud hasta que las llamadas del extranjero -preguntando cómo
estaba- me informaron que se habían colapsado edificios en la zona.
A diferencia de 1985, las redes sociales estallaron. Había
noticias de todo tipo, solicitudes de ayuda, ofertas de apoyo, denuncias, felicitaciones,
fotos, enlaces a páginas... Difícil saber que era cierto y que era falso,
decidí salir y hacer un recorrido a pie por la zona. Muy pronto me topé con los
listones amarillos que impedían el paso.
Vi a los brigadistas trabajando en la zona de los edificios caídos,
había varios sitios a lo largo del eje 5 sur y de Gabriel Mancera. Saqué unas
fotos, que subí ¡claro! a la red, para mostrar cómo estaba esta zona.
Por la tarde llegaron dos amigas cuyas viviendas resultaron
con afectaciones. Desde la hora del sismo se interrumpió la energía eléctrica y
consiguientemente el Wi-Fi. Así
estuvimos unas seis o siete horas, platicando en el patio para aprovechar la
luz solar y la señal de los celulares.
La luz regresó justo cuando empezaba a
caer la noche, intentamos volver a
nuestra rutina diaria: cenar, ver las noticias y cuando fuera posible dormir.
Al día siguiente me hubiera gustado poder trabajar como “si
nada”, pero era imposible. Todos estábamos dispersos mentalmente. Había
dificultades de transporte porque varias calles estaban cerradas. Grupos
numerosos de voluntarios se desplazaban con palas al hombro u otras
herramientas, cadenas humanas se formaban frente a los centros de acopio para
transportar hasta ellos las provisiones desde los autos que no podían acercarse.
Tuve la impresión de que había más voluntarios que
damnificados, por lo menos en esta zona de la ciudad y me imagino que también los
había en la Condesa y la Roma. Pensaba en Xochimilco y en Atlixco, ¿estarían
llegando voluntarios y provisiones?
Era obvio que la ciudadanía se estaba despertando, de manera
espontánea y desorganizada, pero se
movilizaba. Supongo que el fantasma del 85 se le apareció a varios políticos,
que ahora sí trataron, si no de resolver algo, si de mostrar que estaban muy preocupados y
atentos.
Así como el 85 tuvo sus costureras, el 2017 tuvo su escuela
Rébsamen. Quizás el caso más terrible por tratarse de un gran número de niños.
Desde 2012 dejé de ver las noticias en televisa. Ahora las veo a veces en otros
canales, ninguno me gusta. Las oigo en el radio o las leo en los periódicos y
en la red.
Vi en mi Facebook, una referencia a una nota de Proceso
diciendo que el caso de la escuela Rébsamen, se había convertido en un reality
show. Pronto empezaron a aparecer también notas hablando de la post verdad del
sismo, todos tratando de llevar agua a sus molinos.
Un post de Patricio monero,
compartido por uno de mis contactos, ironizaba: "Televisa y marina se acusan
mutuamente de mentir y manipular. Les creo a ambos".
La gente en las calles, la cobertura televisiva de los
destrozos y la generosidad desorganizada, junto a otros factores revivieron un
sentimiento de frustración que los ciudadanos tenemos en contra de una casta
política que se despacha con la cuchara grande los presupuestos.
Según datos de animalpolitico.com los partidos políticos
tendrán el año entrante casi 12 mil millones de pesos para gastar (el enlace a
la nota de animal político viene al final de este texto).
Ante tal gasto y la necesidad de reconstrucción, la gente
protesta y pide que los partidos políticos o el INE donen ese dinero a un
fondo. Esa vía no es posible legalmente, sin embargo es obvio que el presupuesto del 2018 deberá
ser reasignado ante esta necesidad emergente de dinero.
Quiero creer que ante la proximidad del 2018, los partidos no serán tan cínicos de mantener
sus privilegios. Hoy “ceder” ese dinero puede ser más rentable políticamente
que gastarlo en spots, porque seguramente ese “gesto” tendrá repercusión
mediática. Aunque quizás sea tarde.
Para no generalizar no diré que a toda la clase política le
urge regresar a la “normalidad” y sacar a la gente de las calles. Pero a una
mayoría le interesa que la gente vuelva a sus trabajos y a utilizar cuatro y
cinco horas de traslado en la ciudad para
que no tenga tiempo de pensar, ni de organizarse.
Parece que, como en el 85, ya no regresaremos a
esa “normalidad” pre sísmica. Yo al menos no quiero regresar a esa “normalidad”
de políticos cínicos, ambiciosos y deshonestos; capaces de generar la tragedia
por corrupción en la asignación de licencias de construcción y de lucrar
después con ella, con las ayudas para la reconstrucción.
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