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domingo, 8 de marzo de 2015

El Padrino.



Lo apodamos El Padrino, lo que conllevaba ya una, más o menos, velada crítica a su manera de ejercer el poder en aquellos primero años de la ENEP Cuautitlán. Me refiero, claro, a Jorge Ludlow Landero, figura dominante de la administración del Dr. Guzmán y quien tras no alcanzar su meta de sucederlo en la dirección, se marchó de la escuela en 1978, para no volver más. Su presencia fue tan significativa, que su recuerdo permanece, al menos entre aquellos que vivimos esos años.
Llamarlo El Padrino era además una muestra de admiración. El Padrino –en la película- era un personaje poderoso, era el que mandaba: el capo di capii o como diríamos en español El jefe de jefes. Para quienes éramos jóvenes en aquellos años –Llegué a la  Enep de 23 años-  resultaba una personalidad fascinante: Un ingeniero exitoso que había vuelto a la academia, que  había hecho una maestría en matemáticas, que hablaba su lenguaje y que nos desvelaba los intríngulis de la política universitaria.

A propósito de la política universitaria, nos dijo un día: “Lo bonito de la política universitaria es que aquí nadie se muere”, en alusión a que a la escala del país era riesgoso ser un disidente.  

Nosotros, lo escuchábamos con atención aunque pocas veces estábamos de acuerdo con su manera de actuar y con las personas que lo rodeaban. Recuerdo alguna vez haberlo cuestionado sobre el uso que hacía Jesús Monzón de su relación con él. Su respuesta fue: “La amistad es usar y ser usado. El me usa, pero yo  lo uso también.”

Tampoco estábamos de acuerdo con el apoyo que él le daba al grupo de profesores de matemáticas y de física. Esos grupos “estaban con él” en su intento por ser director y nosotros le advertíamos que lo iban a traicionar. Cuando no fue director y lo desconocieron, le pregunté, con la confianza que le teníamos y un tanto insolente: ¿Y tus amigos de matemáticas y física, dónde están?  

Me contestó otra de sus frases inolvidables: “En política el derrotado no tiene amigos.”

Se nos hizo costumbre, al terminar la primera clase de la mañana pasar a su cubículo y conversar con él un rato. No importaba el tema de partida, siempre era muy ilustrativo hablar con él. Lo mismo nos platicaba de González Pedrero y sus intervenciones en el Consejo Universitario, como nos hacía reflexionar sobre la “joda” de ser inteligente, su parentezco con López Portillo (Pepe, en las pláticas) que podría llevarlo a Los Pinos, en cualquier momento, su relación con su consuegro, Eli de Gortari, con quien nos decía haber tenido este diálogo:

Jorge: Tú sólo que estás en el mundo para contradecirme.

Eli: – No es cierto

Nos reconvenía y nos alentaba por nuestra participación en el sindicato. Llegó a decirnos que pensáramos si no valdría la  pena interrumpir uno o dos años los estudios de la maestría y dedicarnos a la política sindical, algo que por supuesto no hicimos. Pienso que nos tenía aprecio y cierto respeto, aunque debe habernos visto como chamacos mensos, con posibilidad dejar de serlo; como me diría Enrique Loubet, años más tarde.

Una de esas mañanas en que llegamos después de la primera clase a platicar con él, estaba ya preparando su campaña para la dirección y nos recibió con su histrionismo acostumbrado diciéndonos: “No les puedo pedir que me apoyen en mi campaña para la dirección porque sé que ustedes…” y antes de que terminara la frase Jorge Martínez Peniche, le contestó: “Que bueno que no nos lo puedes pedir, porque nosotros no te podríamos apoyar.”

Después de eso su secretaría, Silvia Molina, nos puso en la “lista negra” y ya no éramos convocados a las reuniones, ni  a las fiestas. Sin embargo Jorge nos siguió tratando igual, con el mismo aprecio.

Le tenía yo tanto afecto que cuando me iba a casar le pedí si quería ser testigo en la boda. Me miró con una sonrisa socarrona y me dijo: “No  te puedo  decir que no  estudies la maestría, yo la  estudié. No te puedo decir que no te cases, yo me casé, pero hace falta alfabetizar a éste país. Si quieres puedo hacer que mañana estés en la selva chiapaneca alfabetizando, ahora que si me dices que no, seré testigo de tu boda. Pero  creo que es mi obligación de amigo, decirte esto”... Y ahí estuvo.

Luego vino la derrota en el intento de ser director y el triunfo de Manuel Viejo. Toda la escuela estábamos con Jorge. Unos días después de la elección que en esa época ocurría en abril, celebramos su santo (o quizás haya sido su cumpleaños). En esa ocasión ya nos volvieron a invitar. El festejo se llevó a cabo en el ya desaparecido Lancers de Ciudad Satélite, debemos haber habido más de trescientas personas mostrándole nuestra solidaridad, doliéndonos del triunfo de Viejo y temiendo por el  futuro de la escuela.

Tras la derrota, su estancia en la  escuela ya no  era cómoda y estuvo poco tiempo, el necesario para tramitar su sabático y partir. En una de sus últimas visitas a la escuela y sabedor de que se iba a ir, le entregué un texto que escribí y que titulé como su testamento apócrifo-político, llevaba un subtítulo: Como ser el padrino en siete lecciones. Ese escrito lo publicaré también en el blog, en unos días más.

Muy poco tiempo después de eso Jorge se fue de sabático a Conafrut. Yo lo dejé de ver con frecuencia, aunque una vez ya divorciado él, vuelto a casar y recién padre de otro hijo me invitó a su nueva casa.

Vi la biblioteca que me había impresionado siempre, con los Great Books de Británica y me vino a la mente una frase del Don Juan Tenorio de Zorrilla, que le dije: “Siempre vive con grandeza, quien hecho a grandeza esta”.

No lo volví a ver. Yo me fui a Europa a estudiar y cuando regresé ya había muerto.

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