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viernes, 27 de julio de 2012

Los Cómics de los que me jacto (Como Borges).


Casi siempre he escrito por gusto. ¿Desde cuándo? No me acuerdo muy bien. Se que en la secundaria y en la prepa ya hacía textos que compartía con mis compañeros, que me gustaba mucho leer, participar en la elaboración del periódico mural y en el grupo de teatro. No obstante, llegado el momento de elegir, ni el periodismo, ni las letras me parecieron una opción profesional seductora. El atractivo de las matemáticas vencía a cualquier otro. Varios años más tarde iba a reconciliar ambos intereses escribiendo un cómic de divulgación de la ciencia.
Esa reconciliación de vocaciones me llevó, paradójicamente, a dejar de escribir por gusto, pues el  cómic tiene fechas de salida y eso fija tiempos inaplazables para la entrega del guión. Así que de repente un sábado soleado en el que las terrazas de los cafés parecen estar esperándome para que asista a leer el periódico y conversar, me encuentro con que no puedo hacerlo. Tengo que escribir un guión. Como  consuelo escribo en el Facebook una invocación a las musas y algunos de mis contactos responden. Entre las respuestas un link a leer un texto sobre Fantomas.
Acepto la oferta y leo el texto. Su lectura me llevó a volver a pensar en mi relación de lector con los cómics. Creo que leí todos los cómics que se publicaron durante mi infancia y adolescencia. Leí los clásicos de Disney (sin pensar en Mattelart, cuya existencia ignoraba). Leí otros del mismo estilo: del oso Yogui, el conejo Buggs, La pequeña Lulú, Archi, La zorra y el cuervo, etc. De la pequeña Lulú, me quedó con los casos de la araña, con el club de Tobi y con la bruja Agatha y su sobrina Alicia. De La zorra y el cuervo (alusión, no entendida en aquellos días, a la fábula de La Fontaine) conservo sobre todo el recuerdo del enorme baúl del cuervo que decía: “Disfraces para toda ocasión” y del que sacaba todo tipo de prendas para engañar a  la zorra (en el buen sentido de la palabra). Claro que también leía Archi sin entender la clave de su éxito con Betty y Verónica. Bueno leía hasta los episodios de Susy, historias del corazón.
Luego estaban por supuesto todos los cómics de superhéroes, empezando por el clasiquísimo: Superman. De sus aventuras  podría redactar un tomo completo. Algo escribí en la columna que tenía en Revista de revistas, cuando fue la muerte de superman. Desde su vida breve en Kriptón, su infancia y juventud en Villachica, su trabajo en metrópolis. Su variedad de villanos, como luthor o Brainiac, que había reducido de tamaño la ciudad de Kandor, la zona fantasma, la fortaleza de la soledad, etc. Los amores de Supermán, estaban todos marcados por las iniciales LL, como Luisa Lane, Lina Luna o Loris Lemar, la sirena. Pero sobretodo recuerdo los episodios en los que se había casado con Luisa Lane y que advertían: “Historia Imaginaria” me parecía genial que hubiera dos planos de fantasía, uno que era “real” y otro que era “imaginaria”.
Junto con Superman había toda una serie de otros superhéroes: los Campeones de la Justicia, cuando eran adultos o la legión de superhéroes cuando jóvenes. Estaban muchos de quienes después harían carrera en el cine: Linterna verde, Batman, el hombre araña, los cuatro fantásticos, etc. Y otros que no se si hicieron película, que yo sepa, como Aquaman, Rebotador. Otros más eran Flash y la Mujer Maravilla, que en la tele fue la maravillosa mujer, Linda Carter.  
Otros superhéroes pero no de los campeones de la justicia eran los 4 Fantásticos, con el hombre elástico, la mujer invisible, la antorcha humana y la mole. Luego apareció Hulk,  aunque creo que primero como serie de televisión y más tarde como Cómic. Por supuesto, Fantomas, la amenaza elegante, cuya evocación me puso a escribir estas líneas. Recuerdo muy bien los sensuales dibujos de sus asistentes y sus alusiones culturales.
Y en los cómics mexicanos recuerdo haber leído:  Alma Grande, Tawa, Tradiciones y Leyendas, Don Aniceto, Hermelinda Linda, La vida de Pedro Infante, Lágrimas, Risas y Amor, Memin, Las aventuras de Capulina, Los Supersabios, La Famila Burrón, El Carruaje del Diablo y hasta el libro semanal y el libro vaquero
Pero sin duda,  lugar aparte merecen Rius, Chanoc. De Rius leí primero los Supermachos y cuando entró en problemas con Editorial Posada y se fue, en el número 100 a los Agachados, seguí las aventuras de Calzontzin transmutado en Gumaro. Es el único cómic del que aun conservo los número originales.
De Chanoc llegué a tener la colección desde el número 6. Hasta que un día, en un arrebato de valor, los regalé. Aun me arrepiento. Ahi estaban buena parte de las aventuras de Chanoc y su padrino Tsekub que pasaban por las selvas y mares del sureste, deteniéndos e de vez en cuando en la cantina del Perico Marinero. También de este cómic podría escribir, un volumen completo: Las Ninfas del bosque, Puk y Suk, la selección de Ixtac y hasta el sabio Monsivais.
En fin, la evocación de Chanoc es un buen punto para poner pausa a estos recuerdos  sugeridos por la recomendación de leer un texto sobre Fantomas. Terminaré parafraseando a Borges: “Que otros se jacten de los cómics que les ha sido dado escribir; yo me jacto de aquellos que me fue dado leer”.  



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