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jueves, 20 de mayo de 2010

La vida sexual del clero.....en la literatuta.

Miguel Guzmán nos regala otra colaboración para el blog, con un tema semajante al de la semana pasada, pero en éste hace un paseo por las etimologías y por descripción que de éstos episodios se da en la literatura, cita obras como el libro del buen amor del Archipreste de Hita y La Celestina de Francisco de Rojas, al final nos transcribe un fragmento de Clochemerle, novela ambientada en tierras vivinicolas y que describe la manera en que dos curas resuelven el conflicto al que los enfrenta el voto de castidad. Corre texto:

LA CAJA DE PANDORA DEL SEXO SACERDOTAL

PEDOFILOS, PAIDOFILOS Y PEDERASTAS

MIGUEL GUZMÁN PEREDO

Otto Seemann, un renombrado investigador de la mitología helénica, menciona que Zeus encargó a Hefesto que construyera , con tierra y agua, una seductora imagen de mujer, a quien los dioses le dieron vida y adornaron con toda clase de gracias y dones, por lo que fue llamada Pandora (la dotada de todos los dones). Diversas deidades la colmaron de cualidades y virtudes, y Zeus, por su parte, le confió la tarea de guardar una legión de enfermedades, calamidades, infortunios y desastres, que ella debía mantener encerrados por siempre en una caja, herméticamente sellada, para que no causaran ningún problema a la humanidad. Ese mito trascendió el tiempo, y actualmente se habla de la caja de Pandora cuando se destapa una pestífera cloaca, de cualquier índole, y el resultado es una aflictiva serie de trastornos que afectan a muchísimas personas.

Una auténtica Caja de Pandora es la que fue abierta hace una década en diversas ciudades de Estados Unidos de América, principalmente en la diócesis de Boston, donde uno de sus miembros, John Geoghan, fue acusado de haber abusado sexualmente de ciento treinta niños, durante treinta años de su ministerio sacerdotal. Quedó comprobado, igualmente, que varios clérigos católicos habían sido denunciados como pederastas, y para evitar que fuesen llevados a juicio penal, la jerarquía católica estadounidense aceptó pagar cuantiosas indemnizaciones a los niños violados. Cabe hacer la aclaración que desde hace tiempo, por lo menos un par de décadas, se ha tenido cabal conocimiento ---en varios países del mundo, tanto de América como de Europa--- de las pecaminosas costumbres de muchos sacerdotes, quienes no únicamente practican activamente el sexo con mujeres adultas, sino que también se sirven de los menores de edad, preferentemente niños, de su mismo sexo, para sus nefandas y sodomíticas acciones.

Cabe citar ahora la opinión de Jorge Gutiérrez Chávez, quien señala lo siguiente acerca del celibato: “”La dura condena contra los sacerdotes pederastas ha revivido un espinoso pero añejo tema que la Santa Sede ha intentado mantener alejado de la opinión pública: la vigencia del celibato. Según la Enciclopedia Católica, en los años 800 la iglesia tenía clérigos casados, e incluso daba a las esposas designaciones formales como obispas y diáconas. En el célebre Concilio de Trento (1545-1563) la iglesia realizó la reforma del catolicismo y la vieja tradición del celibato se transformó en obligatoria. Sin embargo, desde aquel tiempo se cuestionó la medida, y los opositores argumentan hoy que en la Biblia no hay ninguna mención que obligue a los sacerdotes a ser solteros. Afirman, incluso, que Cristo eligió a San Pedro para dirigir su iglesia cuando éste estaba
casado””.

De la misma manera, en nuestro país la prensa y la televisión se han hecho eco de esa lamentable y muy censurable situación, que ha venido golpeando duramente a la iglesia católica. Varios de sus miembros han sido acusados ante los tribunales, con pruebas cabalmente fundadas, de una innegable conducta pedofílica. Lo más sorprendente es que varios obispos nacionales han soslayado esas acusaciones, y han salido al paso de las acusaciones con la peregrina explicación que “la ropa sucia se lava en casa”, razón por la cual no aceptan que dichos sacerdotes sean llevados a juicio. Durante la septuagésima tercera asamblea de la Conferencia del Episcopado Mexicano, celebrada en el año 2002, “”los jerarcas de la iglesia católica reconocieron la existencia de curas pederastas en México ---cito un fragmento de un artículo de Ricardo Alemán, publicado el 18 de abril de ese año, en el diario “El Universal”--- y mostraron la punta, sólo la punta de una antigua y abultada madeja de delitos cometidos por ministros de la iglesia católica, y que no sólo se quedan en el deleznable abuso sexual a menores de edad, sino que se extiende a las no menos cuestionables violaciones a monjas y mujeres creyentes, forzosos concubinatos y relaciones de amasiato, a fraudes y despojos, todo encubierto por la autoridad religiosa, por la jerarquía y el derecho canónico, por las autoridades civiles y por el poder público””.

Resulta increíble que hace algunos años, en diversos medios de comunicación, se haya comentado que Girolamo Prigione (a la sazón Nuncio Apostólico en nuestro país
--- embajador del Vaticano en México---, el mismo que recibió en la Nunciatura a los hermanos Arellano Félix, los buscadísimos narcotraficantes) llevaba vida marital con una monja, de nombre Alma Zamora. Muchos tenían conocimiento de esta anómala situación, inclusive en las más altas esferas de la iglesia católica, en México y en el Vaticano, pero ninguna autoridad religiosa hizo nada para corregir tan grave circunstancia.

Otro caso extremadamente doloroso para los católicos está dado por las repetidas acusaciones (comprobadas de manera cabal) hechas en contra de Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo. En febrero de 1997 presentaron, en Estados Unidos, los testimonios de nueve hombres que sufrieron las prácticas sexuales de Maciel. Las pruebas y documentados testimonios en contra de dicho sacerdote fueron numerosas, y únicamente hasta fecha reciente la iglesia católica ha reconocido que ese sujeto fue un delincuente, drogadicto, abusador de menores y un estafador de alta escuela. En fecha reciente, el actual Papa, Benedicto XVI, quien tuvo conocimiento preciso de gran parte de las atrocidades cometidas por Marcial Maciel, lo llamó “delincuente sin escrúpulos, que cometió verdaderos delitos”.

Más aún, en México somos tan avanzados en esta materia, la tolerancia hacia los curas pederastas, que existía (probablemente todavía funcione) en el estado de Jalisco, en Guadalajara, un establecimiento llamado Casa Alberione, donde se “alberga y ofrece rehabilitación espiritual a los sacerdotes que han cometido alguna falla moral”. Allí se les “orienta” a esos ministros del Señor, que no han sabido guardar el celibato que su ministerio les impone, y que ellos voluntariamente aceptaron, pero en ningún lado he leído que sean llevados a los tribunales. Esto es corrupción al más alto nivel eclesiástico.

A mediados de abril de 2002 tuvo verificativo en Ciudad del Vaticano la reunión de trece cardenales estadounidenses con el Papa Juan Pablo II, para analizar y solucionar el escándalo que cimbró a la iglesia católica del vecino país del norte. Francis J. Maniscalco, vocero del episcopado de Estados Unidos, expresó “que aunque la ley canónica no prevé una sanción muy severa contra los curas pedófilos, el episcopado norteamericano quiere que sea creada, y reconoció que la crisis que afecta a la iglesia estadounidense, por el escándalo de los abusos sexuales contra menores de edad, no tiene precedente”. Al concluir esta reunión diversas organizaciones de católicos estadounidenses se declararon decepcionados por las tibias actitudes y la reprochable tolerancia a esos curas agresores, para quienes el fornicio y la paidomanía son características distintivas de su desequilibrada personalidad.

Una palabra más acerca del vocablo sodomía. El diccionario asienta que es una palabra que significa el concúbito entre personas de un mismo sexo, o contra el orden natural, general y legal. Se entiende el concúbito de hombre con hombre. Buscando la definición de concúbito, encuentro que significa ayuntamiento carnal. Sodomía tiene como sinónimo pederastia, y el pederasta es un sodomita. Un paidófilo es aquel que muestra inclinación sexual hacia los menores de edad

Para concluir con este escrito quiero mencionar que en la literatura castellana figuran dos libros, en los cuales son descritos con lujo de detalles los licenciosos hábitos y las pecaminosas costumbres de muchísimos clérigos, quienes hacían hipócrita demostración de su devoción pero en realidad eran proclives al ayuntamiento carnal (en aquellos tiempos --hace de ello muchos siglos-- no se hablaba del acoso a niños impúberes, de parte de sacerdotes quienes gustaban de practicar el sexo con niños, sino que el apetito de fornicar tenía como principal objetivo las personas del sexo femenino. Uno de esos volúmenes, cuyo autor fue Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, es El Libro de Buen Amor, escrito en el siglo XIV. Otro, obra de Fernando de Rojas, es La Tragedia de Calixto y Melibea, mejor conocido como La Celestina, escrito en el siglo XV.

En la literatura italiana ocupa lugar preponderante El Decamerón, de Giovanni Boccaccio ---escrito en el siglo XIV---, el cual constituye un fiel reflejo de las actitudes de aquella sociedad en cuanto al sexo se refiere. Ahí son presentados los sacerdotes, y también las monjas, como depurados ejemplos de una sexualidad vigorosa y nada reprimida. La lista de los libros, publicados en muchos países, donde los curas (quienes debían guardar celosamente el celibato, y dar el mejor de los ejemplos de una conducta de rectitud en materia sexual) aparecen como verdaderos émulos de Giacomo Casanova puede ser interminable. Por ello, únicamente he mencionado los tres líneas arriba enlistados, pero ahora quiero, para deleite (literario, claro está) de los lectores, transcribir algunos párrafos de un libro que a mí me ha parecido --desde hace muchos años--- en extremo divertido. Se trata de Clochemerle, escrito por Gabriel Chevalier, publicado en México, en su segunda edición, en el año 1944, por la editorial Ediciones Quetzal. Es una novela deliciosamente picaresca y costumbrista, que tiene por escenario las tierras de Beaujolais, cuna del famoso vino homónimo francés. Dejo, pues, la pluma a ese autor, quien narra un episodio de la vida del cura de la población de Clochemerle:

“”Felizmente llegado a Clochemerle en lo más fogoso de su juventud, para reemplazar a un sacerdote, muerto a los cuarenta y dos años de edad, Agustín Ponosse se encontró con Honorina, tipo perfecto del ama de casa de un cura rural. Honorina lloraba mucho por el difunto sacerdote, prueba de un respetable y piadoso afecto. Pero el aspecto vigoroso y bonachón del recién llegado pareció consolarla rápidamente. Esta Honorina era una solterona para quien la buena administración del hogar de un sacerdote no tenía secretos. El cura Ponosse experimentó la consoladora dulzura de estos cuidados, pero se sentía triste, atormentado por alucinaciones que no le dejaban en paz, y contra las cuales luchaba como San Antonio en el desierto. Honorina no tardó en presentir la causa de sus tormentos. Fue la primera en aludir a ellos una noche.
--¡Pobre muchacho!, le dijo, ¡Cuánto debe sufrir usted a su edad, siempre tan solo. Es inhumano!. Usted es hombre, después de todo.
--¡Ay Honorina!, suspiró el cura Ponosse, poniéndose rojo y sintiéndose súbitamente presa de ardores pecaminosos.
--Eso acabará por subírsele a usted al cerebro. Muchos se han vuelto locos de tanto contenerse.
--En nuestro estado, Honorina, hay que hacer penitencia, respondió débilmente el desdichado.
--Pero no es cosa que pierda usted la salud.
Con los ojos bajos, el cura Ponosse expresó con un vago ademán que aquella cuestión escapaba a su competencia, y que si la voluntad de Dios era que se volviese loco por exceso de castidad, él sabría resignarse.
Entonces Honorina se acercó a él para darle ánimos.
--Con el pobre señor cura, que era un santo, nos arreglábamos muy bien.
Estas palabras fueron para el cura Ponosse una tranquilizadora anunciación. Levantando un poco los ojos, miró discretamente a Honorina desde un nuevo punto de vista. La sirvienta no era guapa, pero tenía, aunque reducidas a la mínima expresión, hospitalarias curvas femeninas. Aunque estos oasis corporales fuesen mustios y poco floridos, no dejaban de ser oasis salvadores, colocados por la Providencia en el ardiente desierto donde el cura Ponosse se veía a punto de perder la razón. No sería justo sucumbir, puesto que un sacerdote lleno de experiencia, al que todo Clochemerle añoraba, le había trazado el camino. No tenía más que dejarse llevar, sin falso orgullo, tras las huellas de ese santo hombre. Tanto más que la rugosa conformación de Honorina permitía no acordar a la naturaleza sino lo estrictamente necesario, sin gozar de verdaderos transportes ni entretenerse en aquellas complacientes delicias que originan la gravedad del pecado.

El cura Ponosse se dejó conducir por la sirvienta, quien se compadecía de la timidez de su joven señor. Todo fue consumado en la más absoluta oscuridad, brevemente, y el cura Ponosse mantuvo su pensamiento lo más alejado posible del acto que realizaba. Pero pasó una noche tan tranquila, y se levantó tan bien dispuesto, que esto le hizo comprender lo bueno que sería recurrir de vez en cuando a este expediente. Decidió amoldarse a las costumbres establecidas por su predecesor, en las cuales Honorina sabría instruirle.

A pesar de todo, era un pecado del cual tenía que confesarse. Felizmente, a fuerza de preguntar, se enteró que en el pueblo de Valsonnas, a veinte kilómetros de distancia, vivía el abate Jouffe, su antiguo compañero del seminario. El cura Ponosse pensó que era mejor confesar sus debilidades a un verdadero amigo. Al día siguiente fue a verlo, y le descubrió el motivo de su visita. Lleno de confusión le dijo de qué manera acababa de usar de su sirvienta Honorina. Después de haberle perdonado sus culpas, el cura Jouffe le confesó que él usaba de un modo semejante de su sirvienta, Josefa, desde hacía varios años. El visitante recordó que, en efecto, le había abierto la puerta una persona morena y bizca, pero que le pareció agradablemente gordezuela. Pensó que su amigo Jouffe había tenido más suerte que él, que hubiese preferido que Honorina fuese menos flaca.

Los dos curas pudieron apreciar que una inesperada circunstancia, en cierta forma semejante, venía a estrechar los lazos de amistad, y así decidieron confesarse mutuamente. Acordaron que, de cada dos veces, el cura Jouffe vendría una a Clochemerle,. Y a la semana siguiente le tocaría ir a Ponosse ir a Valsonnnas para los fines mutuos de confesión y absolución.

Estos ingeniosos arreglos duraron satisfactoriamente veintitrés años. El uso moderado que hacían de Honorina y de Josefa, y el paseo quincenal de cuarenta kilómetros pedaleando la bicicleta, mantuvieron a los dos curas en excelente estado de salud, y esta sensación de bienestar, físico y espiritual, les proporcionó una amplitud de miras y un espíritu caritativo que repercutieron benéficamente lo mismo en Clochemerle que en Valsonnas””.

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