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domingo, 3 de noviembre de 2019

Castañada y panellets.


Ahora que Disney y James Bond han puesto de moda internacionalmente las fiestas mexicanas del día de muertos, que los pilotos de la fórmula uno catalogan el Gran premio de México como uno de los mejores, gracias al folklore de día de muertos, que da marco a la carrera. Ahora que los mexicanos nos sentimos agrandados y casi dueños de los festejos de día de muertos, es bueno hablar de cómo se celebra en otras partes esta fecha.  
De manera casi fortuita, mientras pago el café de media mañana, entablo conversación con la cajera en la cafetería de la universidad. En vez de la tradicional plática sobre el clima hablamos sobre la fecha. Hoy es la Castañada, me dice, y agrega de inmediato, con cierto pesar: aunque ahora ya también se mezcla con el Halloween.

El nombre de la Castañada me hace evocar inmediatamente a los vendedores callejeros de castañas asadas, en México. Es un recuerdo lejano del que no podría precisar ni calles, ni fechas. Me hace pensar en que las castañas (marrons) las comen igualmente los franceses en estas fechas de frio. Las castañas asadas están también, obviamente, vinculadas a la expresión: sacar las castañas del fuego.

Ya en casa, al principio de la noche, busco en la red datos sobre la Castañada. Me encuentro la siguiente información: "La Castañada es una fiesta popular catalana que se celebra la víspera del día 1 de noviembre. Proviene de una antigua fiesta ritual funeraria en Cataluña, a la que se han incorporado por un lado, la tradición católica del día de Todos los Santos y por otro, la celebración pagana de la llegada del otoño. En los últimos años, se ha incorporado también la fiesta de Halloween".

La publicó en mi facebook y me dispongo a escribir la segunda parte del texto sobre mis lecturas de verano 2019, en tanto llega la hora de cenar. Mientras estoy redactando empiezan a sonar las alertas de mensaje de facebook. La primera de esas dice: “Manda fotos, Rafa”. Contestó que no he ido a la Castañada, que estoy en casa e informo que en la acera de enfrente hay un restaurante mexicano y estos días venden pan de muerto mexicano (el pan, obviamente) y pozole.

Alguien más se suma a la conversación virtual y pregunta: “¿Pusieron ofrenda?”. Alardeando de mi grinchismo, frente a todo tipo de festejo, anuncio que no he puesto ofrenda. Me aclaran que la pregunta no era sobre si yo la había puesto, sino si lo había hecho el restaurante del que hablaba. Respondo que no sé y entonces el reportero que vive dentro de mi empieza a imponerse a mi grinch interno. Pienso que debo salir, aunque sólo sea para ver cómo lucen las calles y si hay ofrendas de muertos. 

Grabo el archivo que estaba escribiendo y voy al restaurante de enfrente, “La Güerita mexicana”. Efectivamente hay un altar de muertos. Saco la foto, que me pidieron y me dirijo a “La fábrica del taco”, otro restaurante de comida mexicana que está a unas cuadras de la casa.

Rumbo al restaurante topo con una panadería con grandes ventanas. Sobre el vidrio se lee:  Panellets Pinyons  i vabiats. Dentro de las vitrinas hay unas muñecas con forma de bruja y muchos panes.  En realidad son como galletas o dulces mexicanos, parecidos a los macarrones de leche y cocadas. Los hay de avellana, de coco, de frambuesa y algunos tienen nombre.  Se lee, por ejemplo: Panellets d’ossos de Sant[1]

Fuera de la tienda frente a la vitrina una señora, en silla de ruedas, espera a sus familiares que hacen compras dentro del local.  Me ve tomar la foto y nos sonreímos mutuamente. Le pregunto por la costumbre de los panellets   El panellet es un dulce que debo probar, si no lo conozco, me dice. Le pregunto cuál me recomienda y sin dudar me dice: el clásico es el de almendra. Me platica que se suelen llevar como ofrenda a las tumbas de los difuntos. He bajado sin dinero y únicamente a tomar las fotos, así que los panellets tendrán que esperar otra oportunidad para que los pruebe.

Me despido de la mujer de la silla de ruedas y tomo camino nuevamente al otro restaurante mexicano. Dentro hay también una ofrenda de muertos, la retrato y veo que tiene una foto del Chavo del ocho. Le pregunto a la dependiente por qué está esa foto en el altar. Me contesta en un tono absolutamente didáctico y con un acento inconfundiblemente argentino: porque está muerto y se ponen las fotos de los muertos. Ya sé, le digo con mi inconfundible acento mexicano, pero se ponen las fotos de los miembros de la familia. ¿Es de tu familia?, le digo de broma.  Es de la familia de todos, me contesta, con sentido del humor y nos reímos los dos.

Voy de regreso a casa por dinero. Finalmente la noche que pensaba pasar en casa escribiendo se ha convertido en una noche para salir a pasear y ver cómo se celebra la Castañada en las calles.  Camino rumbo a la Ronda de la Universidad, en el cruce de Manso con Conde de Urgell están los vendedores de castañas asadas y boniato (camote) asado. La nostalgia me vence, compro una docena de castañas y me las voy comiendo mientras camino.

Al llegar a la plaza de la universidad encuentro las tiendas de campaña de los estudiantes que han entrado en paro como protesta por las sentencias de la semana anterior. De vez en cuando me topo con brujas y monstruos que deben ir en busca de algún sitio donde divertirse. En la calle de Pelayo doy vuelta a la derecha y sigo caminando hacía las ramblas. Aparecen, saliendo del metro Cataluña, un grupo de brujas. Sobre las ramblas hay también grupos de turistas disfrazados, camino tratando de ver si hay restaurantes que anuncien un menú especial, pero no encuentro ninguno. Llego hasta la calle de Paralelo y doy vuelta, para cerrar el círculo y volver a casa a cenar.

Al día siguiente la llamada de unos amigos mexicanos propone cenar en “La Güerita mexicana”. Tengo ganas de probar el pan de muerto. Hay un menú de dos tiempos para la cena: Pozole, tacos y tamales. Se pueden escoger dos de las tres opciones. Después hay chocolate y pan de muerto. Pido pozole y comparto tacos y tamales, con los amigos. El pan de muerto es de tamaño individual y está, como toda la cena, sabroso. Pagamos la cuenta, no me parece caro: 16.50 € por persona.

Van pasando los días de muertos y no he probado los panellets. Hoy, dos días después, decido ir nuevamente a la Pasteleria (pastisseria) Bonastre, la que tiene los aparadores decorados con brujas, duendes y dibujos de calabazas. 
Entro y pregunto cómo se venden los panellets, ¿por kilo o por unidad? Por unidad, me dicen. Pido dos de almendra, que son los que me habían recomendado. Veo uno muy parecido a una cocada, es un panellet de coco, pido también dos. Al lado hay otro redondo, que es de yema. Igualmente pido dos. Pregunto por los de hueso de santo y pido otros dos. Ocho panellets 6.20 €.

La dependiente los acomoda en una charola de cartón que protege con un papel en el que esta impreso el nombre de la pastelería, pone un armazón con tiras de cartón para proteger el dulce de los panellets, del papel con el que los va a cubrir. Finalmente ata todo con un cordel. 
 Al llegar a casa deshago, con un poco de pena la envoltura, y pruebo los panellets. El de almendra me parece efectivamente muy bueno, el de coco sabe exactamente como la cocada, el de yema tiene gusto a limón y el hueso de santo sabe entre almendra y piñón. Es difícil decir con precisión a qué sabe cada uno porque son muy dulces y el sabor que predomina es el del azúcar. 
No soy muy proclive a los postres, ni a los pasteles, ni a los dulces, pero quería probar los panellets y conocer las costumbres locales para el festejo del día de muertos en Barcelona antes de que filmen una película de James Bond en Cataluña y cambien las tradiciones. 
Por cierto, la segunda parte de las lecturas del verano 2019 quedará para una próxima ocasión. 




[1] Panellets de huesos de santo.

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