Un texto de The Economist Intelligence Unit, “Los humanos y
las máquinas”, me da a conocer el hecho de que Sebastian Thrun, hasta hace poco
profesor de inteligencia artificial en la Universidad de Stanford, decidió en
2011, junto con un colega, ofrecer en línea el curso de inteligencia artificial
de esa universidad. La respuesta fue asombrosa: 160.000 alumnos de 190 países
inscritos, de los cuáles 23.000 lo completaron.
Como consecuencia Thrun dejó la universidad de Stanford y
fundó una compañía para impartir cursos en línea masivos, MOOCs (Massive Open On-line Courses). Su
ejemplo fue seguido poco tiempo después por otros profesores de la misma
universidad de Stanford, que fundaron compañías rivales.
Esta historia despertó mi curiosidad y me puso en la pista de los MOOC. Así me enteré que esa modalidad educativa esta
inaugurando esta semana, en Francia, en la escuela Centrale de Lille, su primer curso con certificación. Y que también,
por iniciativa de la escuela de derecho de La Sorbona, el próximo 18 de
septiembre se abrirá el primer MOOC francófono sobre temas de derecho.
Pero ¿qué son los MOOC?
Son la nueva revolución en el mundo de la
educación a distancia y aunque no hay coincidencia en una sola
definición de ellos, se trata de materiales digitales, con formato de curso,
que se ponen gratuitamente a disposición de una gran cantidad de estudiantes.
Se han intentado ya algunas clasificaciones, como la que da
el blog MOOC Explorer que los divide en conectivistas (cMOOC) e instructivistas (xMOOC).
En los MOOC
conectivistas el organizador (difícil en ese caso hablar del profesor) desarrolla
una estructura coherente del material pero no muestra una vía única de acceso a
él, a los participantes. En esta modalidad, son los estudiantes quienes en gran
número ponen en línea recursos y la comunidad se autorregula. Son los
estudiantes los que definen los objetivos y se organizan en red.
En los MOOC instructivistas se sigue el modelo
“tradicional” de enseñanza dirigida por
un experto (el profesor), vinculada a un curriculum y cuyo propósito es el
aprendizaje de conocimientos específicos.
El fenómeno, aunque recientemente ha cobrado mucha fuerza,
inicia cuando en 2001 el MIT pone a disposición de cualquier persona con acceso
a internet una colección de cursos (MIT Open Course Ware). A partir de ese
momento muchas otras universidades de uno y otro lado
del Atlántico , entre ellas Stanford, La Sorbona y la École
Central, han buscado mecanismos para hacer accesibles sus contenidos a un gran número
de usuarios potenciales.
Pero el tema no ha quedado circunscrito a las universidades,
como lo muestra el caso de Sebastian Thurn; a partir del tema se han
desarrollado empresas privadas. Posiblemente el negocio no esté únicamente en el
cobro de los cursos o de las certificaciones a quienes los llevan, sino en valores agregados, como
la posibilidad de poner en contacto a los empleadores con un enorme número de
estudiantes, de entre los cuáles poder escoger a los que mejor se ajusten a un
cierto patrón.
El tema me resultó muy atrayente y por eso lo comparto con
los lectores del blog.
La pregunta que me queda es: ¿en la UNAM estamos
haciendo algo al respecto?
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