Tengo en mi lista de contactos de Facebook personas que son
seguidores de al menos tres de los cuatro candidatos a la presidencia (no se si
hay alguno de Quadri, pero tampoco me extrañaría. La lista es bastante plural)
y varios de ellos están en franca campaña a favor de sus respectivos
candidatos. A muchos los considero personas inteligentes y sin embargo sus
argumentos, de unos y otros, no me lo parecen.
Algunos por ejemplo toman un rumor y lo difunden como
verdad, confunden el conteo rápido de la elección presidencial, que hará el
IFE, con conteos rápidos que hará una empresa privada por encargo de la CIRT y de ahí concluyen que
habrá fraude. Podría argumentarles que el conteo rápido del IFE no será hecho
por Consulta Mitofsky y que es un ejercicio estadístico serio avalado por un
comité donde participan científicos de la UNAM, pero creo que no me escucharían.
Otros dan para el número de asistentes al cierre de campaña
en el Zócalo de uno de los candidatos, una cifra francamente imposible. Hablan –no es hipérbole- de millones de
asistentes, cuando un cálculo mínimo muestra que suponiendo un metro cuadrado
por persona, acomodar a un millón requiere una superficie de 1000 x 1000 metros es decir se
trataría de un cuadrado de un kilómetro de lado. Obviamente no son las
dimensiones del zócalo.
Otros publican videos que “demuestran” cualquier cosa desde
la compra de votos a la violencia familiar ejercida por uno de los candidatos,
pasando por lápices para orquestar el fraude. No se trata tampoco de discutir
si existen o no existen esos hechos sino de analizar que tanto, en la época del
photoshop y la edición digital, se puede tomar como prueba un video. De hecho
hay video que los toma un bando y los publica para defender su causa y poco
tiempo después los toma otro y hace lo
mismo.
Mi duda era: ¿cómo
pueden personas inteligentes ser tan poco críticos cuando se trata de política?
La respuesta la encontré en un texto escrito por Sergio
González Muñoz comentando el libro “El cerebro político. El papel de la emoción al
decidir del destino del país”, escrito por Drew Westen (http://www.gurupolitico.com/2011/07/columna-norte-los-10-textos-que-todo.html)
Nos dice Sergio
Muñoz al comentar el libro: “El autor y un grupo de neurólogos estudiaron a
finales de 2004, en plena campaña presidencial de los EEUU, los procesos
cerebrales de militantes partidistas cuando procesan nueva información
política, potencialmente incómoda. El objetivo del experimento era ponerles
retos de razonamiento que llevarían a un no militante a una conclusión lógica,
pero que orillaría a un militante a enfrentar una antinomia entre la dicha
conclusión y su fervor partidista. Se trataba de inducir una disonancia entre
evidencia y emoción. La hipótesis era: si datos y deseo chocan, el cerebro
político buscaría “razonar” hacia la conclusión deseada.
Los resultados del estudio fueron revelados en enero de 2008, en el
marco de la Octava
Conferencia Anual de la Sociedad de Psicología Social y de la Personalidad en
Memphis, Tennessee, y confirmaron que cuando un militante se enfrenta a
información política discordante (como francas inconsistencias entre dos
discursos de un candidato, o entre lo que éste dice y hace) trata de obtener
conclusiones predeterminadas y emocionales por naturaleza y que en el proceso
le da mayor peso a la evidencia confirmatoria desdeñando la contradictoria. El
militante logra todo esto debido a que su cerebro activa una red neuronal que
le produce estrés y reacciona disipando esa incomodidad a través, inclusive, de
razonamientos incorrectos. Se descubrió además otra peculiaridad: así como se
apagaron los circuitos neuronales de las emociones negativas, se encendieron
los de las positivas e inclusive los de las sensaciones de recompensa”.
“Las conclusiones de Westen, continua explicando Sergio
González, son dos con sus respectivas implicaciones para aquellos que hacen
política o la estudian. Primera, que los candidatos de los partidos grandes,
cuando están en campaña, no deberían preocuparse por tratar de atraer a los
militantes de otros partidos, sino esforzarse por persuadir para su causa al
10% o 20% de los electores del centro llamados cambiantes (o switchers) y que
sumados a su base partidaria tradicional, generalmente de alrededor de 30%,
podrían darle la victoria. Segunda, que el cerebro político es un cerebro
emocional; que no estamos ante una máquina de cálculo desapasionado que busca
objetivamente los hechos y las cifras adecuados para tomar una decisión
razonada. Es más, mientras más estrictamente racional sea un llamado o alegato
político, menos probable resultará la activación de los circuitos de la
emoción, que son los que regulan la decisión electoral”.
Asi pues podríamos probablemente explicarnos porque personas
inteligentes vierten los argumentos que vierten cuando argumentan a favor de un
candidato, porque como había ya señalado David Hume: la razón es esclava de la
emoción y no al contrario.
Saludos a todos mis contactos que apasionadamente defienden
sus puntos de vista políticos.
fabuloso maestro... me encantó.
ResponderEliminarMuchas gracias. VXTR OLVR
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