Martin
Gardner llama momentos numinosos a aquellos instantes en que maravillados por
la impasibilidad de una noche en el campo, la perfección de un caracol o la
armonía del universo, experimentamos un sentimiento místico que nos hace
pensar, ¿cómo?, ¿por qué? y ¿de dónde? surgió este mundo en el que hoy estamos
viviendo.
Creo
que todos hemos experimentado esos momentos, a algunos los ha impulsado a una
búsqueda de lo divino, a otros a tratar de explicar, desde la materia el
universo. Como consecuencia de esa necesidad de conocer, la ciencia ha ido
construyendo modelos para explicar el universo. Estos modelos, son en realidad
un prodigio que me sorprende tanto como la existencia del universo. ¿Cómo la
materia inanimada, se volvió animada, cómo los seres unicelulares evolucionaron
a animales vertebrados, cómo unos primates pudieron crear lenguajes abstractos,
realizar experimentos, construir máquinas para ver el interior del núcleo
atómico y construir una cosmología? ¡¡Sorprendente!! ...y sin embargo aquí
estamos a principios del siglo XXI, tratando de entender qué fue lo que ocurrió
hace 13 mil setecientos millones de años, en ese momento teórico al que hemos
dado el nombre de Big Bang, la gran explosión.
Para
empezar, ¿cómo sabemos que el universo tiene 13 mil 700 millones de años?
¿Quién estuvo ahí para atestiguarlo y para decírnoslo?
Estuvo
ahí toda la materia que hoy forma el universo, ella es la que nos ha dicho
cuanto tiempo de vida tiene el universo. ¿Cómo nos lo ha dicho? De una manera
muy simple, dejando una huella de su desplazamiento por el espacio. Imaginemos,
por ejemplo, que sabemos que una persona se encuentra a 500 metros de nuestra
casa y que camina a una velocidad promedio de 5 kilómetros por hora,
no es difícil inferir que si desde que salió de nuestra casa no se ha detenido,
ha caminado un décimo de hora (500 es la décima parte de 5000), es decir 6
minutos. De una manera análoga, conociendo dónde se encuentran hoy las
estrellas más lejanas y la velocidad promedio con la que se mueven es posible
estimar cuánto tiempo han estado moviéndose, esa es la manera cómo podemos
hacernos una idea de la edad del universo.
En
realidad las galaxias que forman el universo no se mueven con velocidad
constante, pero el principio para realizar el cálculo es el mismo: Saber dónde
estamos hoy y como nos hemos estado moviendo, para determinar cuánto tiempo
llevamos desplazándonos. Las estrellas se mueven de una manera peculiar que fue
descrita por Hubble y Humason en 1929. Lo que encontraron, ambos científicos,
es que las estrellas se alejan unas de otras con una velocidad que es
proporcional a la distancia que las separa, es decir que las estrellas que se
encuentran más distantes, se separan más rápidamente.
A
veces se explica lo dicho por Hubble y Humason mediante la siguiente analogía:
Se dibujan sobre la superficie de un globo desinflado unos puntos y se empieza
a llenar de aire,
se va
grabando en video todo el proceso. Cuando lo recreamos y vemos en cada segundo
con que velocidad se separan los puntos de la superficie del globo, encontramos
que como al aumentar el tiempo aumenta la superficie, los puntos están más
separados y se alejan más rápidamente unos de otros.
Siguiendo
con esta analogía, pensemos ahora en la densidad de puntos, o sea en el número
de puntos por unidad de área. Ésta densidad no es constante, pues mientras más
tiempo pasa, mayor es la superficie y por lo tanto hay menos puntos por unidad
de área. Podemos preguntarnos en qué momento la densidad tiene, o tuvo, un
valor máximo. Dicho en términos más coloquiales: ¿En qué momento los puntos
están más “amontonados”? Es obvio que eso ocurre en el momento en que la superficie
es mínima, en nuestro caso el momento en que el globo esta desinflado, es decir
el instante en que todo inició.
De la
misma manera, haciendo uso de la
Ley de Hubble podemos conocer la manera como varía la
densidad y determinar el punto en que ésta tiene un valor máximo. De esa manera
se ha llegado al valor de 13 mil 700 millones de años para la edad del
universo.
Los
cálculos que acabo de mencionar hacen uso de la ecuación que describe el
movimiento relativo de las estrellas, en esa ecuación aparece una constante que
se llama constante de Hubble, el valor de esa constante y su evolución temporal
son difíciles de determinar con exactitud y por eso el cálculo de la edad del
universo se hace más preciso, en la medida en que se conocen con mayor precisión
el valor de esa constante y su evolución temporal.
Para
conocer la variación de la constante de Hubble en el tiempo podemos hacer
alguna hipótesis acerca de la densidad inicial. Si la suponemos infinita,
entonces se obtiene un modelo conocido como el Universo de Milne, si en cambio
se la supone finita pero de un valor suficientemente grande como para que las
fuerzas de gravedad no venzan nunca a las de expansión, se tiene el Universo de
Einstein-de Sitter. Al valor de la densidad mínimo necesario para que la
gravedad no frene la expansión se le da el nombre de densidad crítica. ¿Vivimos
en un Universo de Milne, en uno de Einstein-de Sitter, o en algún otro?
Para
responder esa pregunta habría que viajar al pasado y observar cómo era el
universo o bien, preproducir en el laboratorio el momento del nacimiento del
universo, algo así como tener el universo en una botella para poderlo estudiar.
Eso es lo que están intentando los científicos del Centro de Europeo para la Investigación Nuclear,
CERN, que trabajando a 100
metros bajo Tierra, en las inmediaciones de la frontera
entre Suiza y Francia, el 10 de septiembre de 2008 inyectaron por primera vez
un haz de protones en el anillo de 27 kilómetros del
acelerador de partículas llamado LHD, iniciales de Large Hadron Collider o Gran
Colisionador de Hadrones, en español.
El
nombre suena impactante y la construcción del LHD ha sido quizás la mayor
hazaña de la física experimental: construir un laboratorio para estudiar lo que
pasó en los primeros instantes de vida del universo; sin embargo es posible
entender, aunque sea esquemáticamente, qué es lo que pasa en el interior de ese
túnel y qué tiene que ver con el origen del universo.
Pensemos
en los efectos que tiene la temperatura sobre la materia que conocemos. Por
ejemplo al calentar agua, llega un momento en que ésta se transforma en vapor,
debido a que al aumentar su temperatura le estamos proporcionando energía a sus
moléculas y eventualmente la energía comunicada alcanzará un valor suficiente
como para romper el enlace característico de los líquidos que mantiene a las
moléculas “atadas”. Una vez liberadas las moléculas, éstas estarán libres para
moverse, como lo hacen las moléculas de los gases.
También
los átomos de un gas que se calienta reciben energía y si ésta alcanza el del
enlace que mantiene unido a los electrones al núcleo, los electrones se van a
separar del núcleo. A ese fenómeno se le llama ionización.
En
principio si calentamos el electrón ya no podremos separarlo en nada más, pues
es una partícula elemental, en el sentido de que no está formada por partículas
más pequeñas, sin embargo si “calentamos” el núcleo atómico, es decir si le
proporcionamos energía, éste se va a descomponer en protones, neutrones y
algunas otras partículas como el neutrino. Los protones tienen carga eléctrica
positiva y por lo tanto, dentro del núcleo, se repelen.
Lo
que hace que el núcleo no se rompa a causa de esa repulsión eléctrica es la
existencia de una fuerza nuclear que los une y que recibe el nombre de
interacción fuerte. Del mismo modo que no todas las partículas sienten la
fuerza de gravedad y no todas sienten la fuerza electromagnética, tampoco todas
las partículas sienten la interacción fuerte44. A las partículas que sí la
experimentan se les llama hadrones, de la palabra griega que significa fuerte.
Los
hadrones a diferencia de los electrones, si están compuestos por partículas más
pequeñas. Murray Gell-Mann y George Aewig publicaron en 1964, de manera
independiente, un modelo de la forma en que estas partículas y sus
antipartículas45 se combinaban para formar los diferentes hadrones conocidos.
Gell-Mann bautizó a estas partículas con el nombre de quarks y según el modelo
que construyó existen tres tipos de quarks, quark hacia arriba (u), quark hacia
abajo (d) y quark con extrañeza (s).
Los
hadrones, que se hace chocar en el Gran Colisionador de Hadrones, son protones
a los que se les confiere energía. Mediante las colisiones entre ellos, se
producen reacciones nucleares que permiten entender mejor cómo se fue
conformando la materia en los primeros instantes del universo.
El
método no es nuevo, casi inmediatamente después de que se descubrió el neutrón,
en 1932, se le empezó a usar como “proyectil” contra núcleos atómicos. El
resultado fue la ruptura o fisión del núcleo atómico, que llevó a la
construcción de la bomba atómica, pero hubo más. Al bombardear el núcleo del átomo
con neutrones se empezaron a dar una serie de reacciones nucleares en las que
aparecían nuevas partículas sujetas a leyes de conservación. El surgimiento de
algunas de éstas nuevas partículas se daba por pares, se creaba la partícula y
su antipartícula.
La
creación de este par de partícula y antipartícula no viola el principio de
conservación de la masa, pues como se sabe, gracias a la famosísima ecuación
E=mc2 la masa y la energía
son
intercambiables. Obviamente para producir pares de partículas más pesadas es
necesaria una mayor energía. Por lo que si en el LHC se quieren reproducir los
momentos en que se formaron algunas de las partículas más pesadas, que irían
más tarde a conformar el núcleo atómico, es necesario que se alcancen energías
considerables.
Como
el universo se está enfriando, mientras más retrocedemos en el tiempo mayor es
su temperatura. La temperatura elevada proporcionó la energía para la creación
de las primeras partículas. Esas energías son muy altas y no se han podido
crear en un laboratorio. El primer acelerador de partículas se construyó entre
1928 y 1932 en el laboratorio Cavendish de Cambridge, por John D Cockroft y
Ernest T. S. Walton, ese desarrollo les valió a ambos el Premio Nobel en 1951.
El LHC es el más reciente de estos dispositivos y la energía que puede comunicar
a las partículas es 10 millones de veces la que suministraba el aparato de
Cockford y Walton. Con esos niveles de energía estamos en posibilidad de
recrear las condiciones que la temperatura inicial del universo impuso en la
materia primigenia.
El 30
de marzo de 2010, tras fallas iniciales en los años anteriores, funcionó por
primera vez el LHC, que se mantendrá funcionando en éste programa por los dos
próximos años. ¿Qué será lo que encontremos, al realizar éstos experimentos?
Sin duda algo que nos maravillará tanto como las noches estrelladas y nuestra
capacidad de comprenderlas.
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