Aquí me
referiré a historias reales, no de ficción. Estas historias reales sirven tanto
a la divulgación como al periodismo de la ciencia; de hecho, han sido sobre
todo los periodistas de algunos países ―como Estados Unidos, Gran Bretaña,
Francia y España― quienes más han desarrollado el oficio de comunicar lo que
atañe a la ciencia a través de historias. Incluso se ha acuñado el término de
“periodismo narrativo” para designar esta manera particular de contar las
cosas.
¿Por qué historias? El escritor de ciencia
Jeremy Hsu, en un artículo publicado en la edición del 18 de septiembre de 2008
de la revista Scientific American Mind, que explora las posibles razones
evolutivas de que el contar historias sea un rasgo común a todas las
culturas, señala que “las historias
tienen un poder único para persuadir y motivar porque apelan a nuestras
emociones y capacidad para la empatía. Y contribuyen a nuestras creencias o les
dan forma.”
Por su parte, en un artículo titulado “El
narrador convincente”, Roy Peter Clark [1](quien
por décadas ha enseñado en Estados Unidos el oficio de escribir), dice: “Lo que
ofrecen las historias es la experiencia. Cuando integramos elementos narrativos
en nuestros artículos, no sólo indicamos a los lectores un lugar, sino usamos
el lenguaje para ponerlos en ese lugar y permitirles habitarlo.” Suena
idóneo para lo que propone Luis Estrada. Y lo es.
Pero, ¿qué es una historia? Es más fácil
decir lo que no es. Peter Clark apunta que en el periodismo a muchas
cosas se les llama “historias” pero pocas lo son en sentido estricto. Más bien
se trata de reportes cuyo propósito principal es dar a los lectores información
y en los que se utilizan estrategias de escritura como la “cita elocuente, la
estadística reveladora” y la explicación de algún término científico, traducido
para el público general. Pero eso no constituye una historia: no da la
experiencia que se ha mencionado. Tampoco son historias una colección de datos
ni la descripción de un fenómeno, por esmerada y completa que resulte.
Rebecca Allen, quien se desempeña como
editora en el diario The Orange County Register de California, señala
que una historia “atrae la mente y el corazón del lector. Muestra a los actores
moviéndose en el escenario, revelando su carácter a través de sus palabras y
sus acciones.”[2] El núcleo de una
historia, añade Allen, “contiene un misterio o una pregunta: algo que incita a
los lectores a seguir leyendo para saber qué pasa.” Así, la historia se
despliega a través de los personajes, el escenario y la acción. Una historia
así, subraya Allen, puede ser verdadera y factual en cada detalle.
Podrían darse muchos ejemplos de historias
como ésta. Elijo aquí uno que se publicó en el número 30 de la revista ¿Cómo ves?, donde yo trabajo.
La historia es de Agustín López-Munguía, investigador en biotecnología, y se
titula “Las vacas locas”. Agustín se propuso explicar cómo se llegó a
identificar la causa del mal del mismo nombre y poner en perspectiva una
situación que en ese entonces, 2001, había generado gran preocupación entre la
población de muchos países y conducido a cientos de miles de cabezas de ganado
al matadero en Gran Bretaña. La historia empieza así:
“Corría el año de 1972. El joven médico
Stanley B. Prusiner, de la Escuela
de Medicina de la
Universidad de California en San Francisco, se encontraba
abrumado ante la ignorancia que mostraba el cuerpo médico del hospital con
respecto a la enfermedad que consumía a una de sus pacientes. Su única
alternativa, la revisión de la literatura científica, lo había dejado aún más
perplejo. En su escritorio estaban las publicaciones de Carleton Gajdusek y
Vincent Zigas, del Instituto Nacional de Salud en los EUA y del Servicio para la Salud Pública de
Australia, respectivamente, y del antropólogo estadounidense S. Lindenbaum,
todas relacionadas con un extraño padecimiento neurodegenerativo denominado kuru
que produce locura. Estuvo largo rato reflexionando sobre lo extraño del caso.
Su paciente, diagnosticada con la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob (CJ),
presentaba síntomas muy parecidos a los que acababa de leer, aparentemente
causados por un virus lento: períodos de creciente sufrimiento, caracterizados
por una lenta disminución de las capacidades mentales, temblores, pérdida de la
coordinación, ulceraciones y un alternar entre períodos de risa, irritación y
depresión, todo ello consecuencia de una disfunción cerebral.”
En este fragmento tenemos a un actor en su
escenario (Prusiner), revelando su carácter (abrumado por la enfermedad que
consumía a una paciente) a través de la acción (buscar explicaciones en la
literatura científica). Y hay un misterio (¿qué causó la enfermedad de la
paciente?). La historia completa, que contiene muchos elementos para apreciar
qué es y cómo funciona la ciencia, puede leerse aquí: http://www.comoves.unam.mx/articulos/vacas_locas/vacaslocas.html Y es, como diría
Allen, verdadera y factual en cada detalle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario