Las
últimas dos entradas del blog son parte del artículo “Historias de Ciencia” que
Estrella Burgos ha compartido con los lectores del blog. En ellas nos ha
explicado las dificultades inherentes a hacer del conocimiento de un gran
público, temas complejos como aquellos de los que se ocupa la ciencia. Nos ha
dicho que una manera de hacer buena divulgación de la ciencia es contar
historias y nos ha dado la descripción de los elementos que constituyen una
historia y un ejemplo de un artículo publicado en ¿Cómo Ves? Que cumple esas
características.
En esta
tercera y última parte del trabajo, Estrella nos platica dos casos
interesantes: Un biólogo que abandona la academia para dedicarse al guionismo
en Hollywood y el de un periodista, cronista de viajes, que escribe un libro de
divulgación de la ciencia que gana premios internacionales. Esta es la
historia, en las palabras de Estrella:
"Hay otras
maneras de contar buenas historias, como la que propone el realizador de
documentales estadounidense Randy Olson en su libro Don’t be Such a
Scientist (que podría traducirse como “no seas un científico de ésos”)[1]
dirigido precisamente a científicos que quieran comunicarse mejor con el público.
Olson trabajó por más de dos décadas como biólogo marino hasta que su otra
pasión lo llevó a cambiar su plaza académica en una universidad por clases de
actuación, guionismo y dirección de cine en Hollywood. Ahí aprendió qué es una
historia. En su libro señala que la estructura de una historia es una serie de
eventos relacionados entre sí que se despliega en el tiempo. El corazón de una
historia es la fuente de tensión o conflicto, dice Olson, y el equivalente
científico de “conflicto” son las preguntas. Lo que sigue es una estructura que
propone Olson para armar una historia de ciencia en tres partes:
Parte I:
Descripción del sistema que se estudia y el incidente “atractivo” (la
formulación de una pregunta científica).
Parte II:
Se exploran las posibles respuestas a la pregunta (hipótesis).
Parte III: El clímax:
se revela la pieza clave de información que permitirá responder la pregunta. Se
libera la tensión y el lector queda satisfecho.
En el número 9 de la revista ¿Cómo ves? hay un artículo con una estructura muy
similar a la anterior. Su autor, el radioastrónomo y divulgador Luis Felipe
Rodríguez, lo escribió una década antes de que Olson publicara su libro para
científicos. El artículo ―la historia― se titula “En busca de otros mundos”.
Empieza con una pregunta: ¿cómo buscar planetas fuera del Sistema Solar?, para
a continuación plantear las posibilidades que han considerado los astrónomos,
invitando al lector a reflexionar sobre ellas. Y las va descartando, paso a
paso y junto con el lector, por sus dificultades técnicas, hasta llegar a la
que finalmente funcionó: la pieza clave de información que menciona Olson. Y,
en efecto, se libera la tensión y el lector queda satisfecho. También aquí
abundan los elementos sobre la experiencia del quehacer científico.
Veamos ahora el ejemplo de una historia de
ciencia escrita por un periodista. No es un artículo sino un libro que
sorprendió a muchos al obtener en 2004 y 2005 dos de los más prestigiados
premios a la comunicación de la ciencia, el Aventis (de Estados Unidos) y el
Descartes (de Gran Betaña). La sorpresa derivó de que su autor, quien además de
periodista es escritor de viajes, nunca antes había hecho divulgación de la ciencia.
Más todavía, antes de emprender el trabajo de escribir el libro galardonado no
sabía de ciencia. Y ésa fue justamente su motivación, como lo expresa en la
introducción: “No distinguía un quark de un cuásar; no entendía cómo podían
mirar los geólogos un estrato rocoso, o la pared de un cañón, y decirte lo
viejo que era… no sabía nada, en realidad. Me sentí poseído por un ansia
tranquila, insólita, pero insistente, de saber un poco de aquellas cuestiones y
de entender sobre todo cómo llegaba la gente a saberlas. Eso era lo que más me
asombraba: cómo descubrían las cosas los científicos.”
El libro se llama Una breve historia de
casi todo (RBA Editores, 2004) y su autor es Bill Bryson. Los premios que
obtuvo no podían ser más merecidos. Esta obra de hecho sí es una breve historia
de casi todo lo que se refiere a cómo se llegó a las principales teorías que
sustentan la ciencia contemporánea. Y está contada a partir de los
protagonistas ―los científicos que desarrollaron esas teorías―. Los actores son
muy numerosos, los escenarios también, y en cada capítulo aparecen las
preguntas que buscaban resolver y las metodologías que utilizaron para hacerlo.
Están también los fracasos, las alianzas y las rivalidades, las aportaciones
pequeñas y las decisivas. Multitud de historias constituyen esta gran historia
(pero breve) de casi todo, sazonadas con el gran sentido del humor que siempre
ha caracterizado el trabajo de Bryson como escritor. En este libro está la
experiencia del quehacer científico, la ciencia como lo que es: una empresa
colectiva, dinámica y que se revisa a sí misma para corregir sus errores. Es un
ejemplo muy ilustrativo de lo que ha señalado Luis Estrada y que se cita al
principio de este texto: implica no sólo el conocimiento sino la vida y la actitud,
la pasión y la crítica que las prácticas científicas conllevan. A Bryson le
llevó tres años investigar para su libro y escribirlo".
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