Conocí a
Estrella Burgos hace algún tiempo, cuando mi interés en hacer mejor la revista
“Marcha” del Colegio Académico de profesores de la entonces ENEP Cuautitlán me
llevó al curso de periodismo científico que organizó el CONACYT. Compartimos,
entonces, las clases –buenas, malas y regulares del curso- pero sobre todo nos
unió la amistad de Enrique Loubet.
El padre
de Estrella; poeta, pintor, artista, había sido muy amigo de Loubet y Enrique y
yo simpatizamos casi de inmediato, tras un primer “enfrentamiento” en clase.
Con los
años Estrella y yo nos hemos, a veces, perdido la pista y luego la hemos
retomado. Me parece que Estrella ha hecho una labor excelente como Editora de
la revista ¿Como Ves?, batallando enormemente para posicionar una revista
universitaria de divulgación de la ciencia, desde la que se han apoyado
programas como el de Ciencia, Conciencia y Café.
Hace unos
pocos días, hablé con Estrella para pedirle que me hiciera favor de participar
en la presentación que haremos en el Mutec del Cómic Dime Abuelita Porqué.
Aprovechando la conversación, le pedí un texto para los lectores del blog.
Medio en broma, medio en serio, me dijo que tenía algunos textos de ficción,
pero que no se los quiere enseñar a nadie. Luego, condescendiente, me propuso:
Te puedo dar uno que esta publicado en la revista C+TEC. Por supuesto accedí y
agradecí.
Me mandó
poco tiempo después un texto que se llama “La importancia de contar historias”.
Leí el
artículo de ocho cuartillas, que habla de cómo narrando historias se puede
hacer una buena divulgación de la ciencia y me dí cuenta de que Estrella me
había mandado material no solo para una entrada del blog, sino para una serie
de ellas. Me di a la tarea de hacer la
labor de editor (Machetazo a caballos de espadas) y proponer al lector del
blog, el material de Estrella en varias entradas.
Empecemos
por la que habla de la dificultad de divulgar la ciencia y de cómo contar
historias puede ayudar a realizarla. En la forma como presento el texto están
mezclados el inicio y el final del artículo de Estrella Burgos. Espero les
resulte de interés esta primera parte:
Dice
Estrella:
“En la más
reciente reunión de la
Asociación para el Avance de la Ciencia de Estados Unidos
varios científicos fueron premiados por sus contribuciones a la divulgación de
la ciencia. En los discursos de aceptación del premio, uno de ellos animó a sus
colegas que presenciaban la ceremonia a dedicar tiempo a esta labor; su
argumento fue que nadie podría hacerlo mejor que ellos, dado que son
científicos. ¿O preferían que otros lo hicieran y tergiversaran las cosas?, les
preguntó. El premiado, por lo demás muy afable y entusiasta, se olvidaba de que
entre el público al que se estaba dirigiendo había también escritores y periodistas
de ciencia; presumiblemente, los que, en su opinión, tergiversan las cosas.
Personas como yo.
Sobra decir que no comparto la opinión de
ese científico, pero escucharlo me remitió a un debate que en nuestro país duró
años (y en algunos círculos todavía sigue): quién debe ocuparse de divulgar la
ciencia, ¿los científicos o los comunicadores? Para mí el debate quedó zanjado
hace mucho, cuando Luis Estrada, el pionero de la divulgación de la ciencia en
México, dijo sencillamente que quienes deben ocuparse son los que puedan
hacerlo bien.
La pregunta que sigue es, desde luego, qué
significa “hacerlo bien”. Y en este punto Luis Estrada ha aportado muchas ideas
y las ha demostrado en la práctica. Aquí sólo voy a retomar lo que él señala
como objetivo de la divulgación de la ciencia, en un documento que hasta donde
sé no está publicado todavía y que él gentilmente me hizo llegar: “Con la
divulgación de la ciencia se busca acrecentar la cultura científica, cultura
con todas sus letras, es decir algo vivo, orgánico, usual, con lo que las
personas vivan y convivan. Científica también en un sentido profundo, que
implique no sólo conocimiento sino una participación de la vida y la actitud,
de la pasión y la crítica que las prácticas científicas conllevan.”
Con esta visión, el “hacerlo bien” de hecho
se convierte en un reto formidable que podría resumirse en encontrar maneras de
que el público sea partícipe de la experiencia del quehacer científico
en un sentido muy amplio. Se trata no sólo de dar a conocer los resultados de
la investigación (la noticia), también es indispensable proporcionar elementos
para que el público entienda qué es y cómo funciona la ciencia: quiénes y de
qué manera obtuvieron esos resultados, en qué entorno, con cuál enfoque y qué dificultades
enfrentaron. Y además hay que hacerlo con claridad y rigor: toda la ciencia que
se aborde debe ser comprensible y correcta. Pero ahí no termina el trabajo,
pues de muy poco serviría si no se consigue atraer el interés del público; para
ello es necesario cautivarlo, seducirlo... emocionarlo. No es una tarea fácil y
se requiere mucho oficio. Por fortuna existe una herramienta muy poderosa, tan
antigua como universal y que todos hemos utilizado alguna vez: contar
historias.
Hay algo
en esto de contar historias que debemos mencionar: la ciencia no es fácil y el
que escribe sobre ella tiene que hacer un gran esfuerzo para comprenderla y
comunicarla. Así lo explica Tim Radford[1],
quien por muchos años dirigió la sección de ciencia del diario británico The
Guardian:
“Escribir sobre ciencia sería sencillo si no
fuera por dos problemas: las ideas y las palabras. Muy a menudo las ideas son
contraintuitivas, inimaginables o simplemente muy difíciles (pensemos en la
relatividad especial, la inflación cósmica, la materia oscura, los estados
cuánticos, la epigenética o casi cualquier cosa relacionada con la biología
celular) y las palabras son desconocidas, engañosas o simplemente hostiles: ¿a
cuántos no científicos conoces que en forma instantánea entiendan lo que
quieres decir con partícula alfa, canal de iones de sodio, fenotipo o
Mesozoico?” Así pues, continúa Tim, en algún momento un escritor de ciencia
debe tomar “ideas grandes, maravillosas y sorprendentes y hacerlas
comprensibles con la ayuda de metafóras, imágenes y analogías, y, de ser
posible, sin utilizar el lenguaje del cliché (lo que para empezar deja fuera el
eslabón perdido, el Santo Grial, la bala mágica y la caja de Pandora).”
Para Deborah Blum, periodista ganadora de un
premio Pulitzer y profesora de periodismo de la Universidad de
Wisconsin-Madison, los escritores de ciencia deben conocer bien su materia de
trabajo y además escribir mejor que otros comunicadores porque la ciencia es
difícil de vender[2]. Ella considera que en un
periódico, el que se ocupe de ciencia tiene que ser el que mejor escribe.
Como hemos visto, cuando Luis Estrada dijo
que la divulgación de la ciencia debe realizarla el que lo haga bien no dijo
poco. Y bien lo han hecho tanto científicos como comunicadores, y otros que de
origen no eran ni lo uno ni lo otro pero cuyo interés en la ciencia los llevó a
prepararse lo suficiente. Científicos como Carl Sagan, Stephen Jay Gould y
Oliver Sacks, y comunicadores como el propio Bryson, Timothy Ferris y Nathalie
Angier lo han hecho más que bien, por citar sólo algunos ejemplos. Y hay algo
que todos ellos comparten: saben contar historias”.
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