La primera vez que supe de la existencia de una hoja de
cálculo fue en los años ochenta en el laboratorio de Banlève en Francia, cuando
realizaba mi doctorado. Las computadoras personales empezaban a irrumpir y los
programas de cómputo para manejar datos de manera personalizada se iban a
popularizar.
En ese momento estaba lejos de imaginar que más de treinta y
seis años después iba yo a estar en México en una sala de juntas, en Las lomas,
frente a medio millar de programas de
cómputo para la creación y manejo de hojas de cálculo, juzgando sobre el establecimiento del record Guinness
de mayor número de ellos. ¿Cómo llegué ahí?
Por una sucesión de hechos afortunados.
Algunas de las cosas que más disfruto en la vida son
aquellas que me sacan de la rutina, por ejemplo tener que tomar un vuelo a
Paris que se demora y en la fila de espera conocer a un escritor ganador del
premio Tierra Adentro, que se volverá
cronista de modas y con el cual mantendré una amistad transatlántica.
Varios de esos sucesos no rutinarios se encadenaron para
llevarme el 15 de mayo pasado a esa oficina en Las lomas.
Voy a obviar el relato de mis años con las Commodre 64, 128
y 16. No me detendré en las versiones de Lotus y de Quatro Pro con las que mi
hija, que aún no sabía leer, se divertía haciendo gráficas de pie de una
imaginaria distribución de los animales en el planeta. Digamos que era el market share de las especies, que ella se inventaba.
Mejor pasamos a 1997.
Por esas fechas (lo sé por qué es la época en que era yo Director de
Cómputo para la Investigación, en la DGSCA), recibo una llamada de un amigo de
la entonces ENEP Iztacala, solicitando
mi opinión para la contratación de un chico muy brillante. El asunto se resolvió con la visita de ese
muchacho a mi oficina, tuvimos una entrevista y me quedó claro que valía la
pena contratarlo.
El joven era hijo de un profesor de la Facultad de Ciencias
muy conocido y a quien por muchas razones yo le tenía respeto y cariño; una de
ellas por que logré obtener MB (así se calificaba entonces) en la asignatura
que él impartía y en la que no era fácil obtener esa nota. Él papá se llamaba Kurt
y el hijo, Gunnar. Ambos de apellido
Wolf.
Gunnar y yo mantuvimos una relación poco frecuente, pero nos
teníamos, como se dice, en “el radar”. El talento, la dedicación y el
entusiasmo de Gunnar lo convirtieron en un referente del movimiento del
software libre, así que cuando en 2008 Margarita Ontiveros y yo decidimos
escribir el libro de las historias de la Historia del Cómputo en México, busqué a Gunnar
para que nos hablara del tema.
Nuevamente tomamos contacto y nuevamente dejamos
de vernos, aunque como en el pasado “nos manteníamos en el radar”.
A finales del año pasado recibí en la DGTIC (la anterior
DGSCA) a la Dra. Rosario Rogel, en estancia posdoctoral. Una de las actividades
del programa de Rosario fue la difusión de temas relativos al Open Access. Planeamos una
serie de entrevistas anuales bajo el tiítulo de #UNAMUnlocked y claro que una
de las primeras personas en las que pensé para que participará fue en Gunnar. El video con la participación de Gunnar puede verse en el siguiente enlace: https://www.youtube.co/watch?v=rx3WmlRI1fQ.
Unos días después de haber grabado la entrevista de Gunnar recibo un correo en el que me pone en contacto
con su amigo Ariel Fischman, experto en programas de hojas de cálculo por si
podíamos hacer sinergia en platicar parte de la historia del desarrollo de este
software.
En el texto con el cual Gunnar nos presentaba, me previene:
me dice que Ariel es en la vida real asesor financiero, pero que no debería yo
dejarme asustar, era buena persona. En ese mismo correo me platica Gunnar que:
“Ariel es amante de las hojas de cálculo, y hace varios
años se convirtió en coleccionista. Y hoy en día tiene la que, a nivel mundial,
muy bien podría ser una de las mayores colecciones de programas de hoja de
cálculo.”
Guinness de mayor número de
programas de hojas de cálculo. En el correo en el cual Gunnar nos puso en contacto incluyo este enlace a parte de la colección http://www.414c.com/en/galeria.aspx.
Tras las respuestas, agradecimientos
e intercambios de números telefónicos de rigor, después de la presentación, recibí una llamada de Ariel, donde me
comentaba su interés por establecer el record
Me dijo Ariel que la
oficina encargada de los records le solicitaba perfiles de dos expertos para
certificar el intento de establecerlo y el resultado. Obviamente Gunnar sería
uno y me pidió, para proponerme como el otro juez, mi CV y algunos datos más
que le proporcioné.
Unos días más tarde, en un nuevo correo, Ariel me comentó
que las personas de la oficina de records Guinness querían documentación más
detallada de mi expertise en cómputo,
pues mi doctorado es en Mecánica de Fluidos. Rebusqué en mis papeles digitales
y encontré el comprobante de algún premio, de invitaciones a dar conferencia de
temas de cómputo, nombramientos al frente de oficinas encargadas de cómputo y
los mandamos.
Guinness nos palomeó y ya estábamos listos. Ahora había que encontrar una fecha para
llevar a cabo el intento, del que habíamos empezado a hablar a principios de abril.
Mayo y sus múltiples días feriados nos dieron la oportunidad. Fijamos el 15 de
Mayo, día en que no se trabaja en la UNAM para llevar a cabo el intento.
Quedamos de vernos a las 7 am en las oficinas de Ariel.
Esa mañana mientras se arreglaba todo para la prueba y
bebíamos un café, platicamos los tres un poco acerca de los records Guinness.
Les conté que creía recordar que el origen del libro de records era compilar
datos para zanjar apuestas en los pubs
donde se vende la cerveza Guinnes, en
Inglaterra. Datos importantes como para dirimir quién es el hombre o la mujer
más alta, más vieja, quién ha hecho más abdominales sin parar, etc. Cifras que eventualmente deciden quien paga la
cuenta de las cervezas y pues no es cuestión de cometer errores.
Más adelante traté de verificar mi creencia sobre el origen
del libro de records y lo que dice Wikipedia es que: Un día
de 1951, Sir Hugh Beaver, por entonces director ejecutivo de Guinness Brewery
había salido a cazar y debatía con sus compañeros si el pájaro de caza más
rápido de Europa era el chorlito dorado
o el urogallo. Se le ocurrió que un libro que proporcionara la respuesta
a este tipo de preguntas podría llegar a ser muy popular. La idea de sir Hugh Beaver se convirtió en
realidad cuando decidió encargarles a Norris y Ross McWhirter, que llevaban un
tiempo a cargo de una compañía de investigación en Londres, que compilaran lo
que se convirtió en El libro Guinness
de los récords. La primera edición se publicó el 27 de agosto de 1955.
Ariel mientras tanto nos explicó las reglas del intento y
las vicisitudes que tuvo que vencer para
que los encargados del libro Guinness aceptaran que era importante el tema de
los manejadores de hojas de cálculo. Nos contó de los apoyos a su proyecto que
consiguió de desarrolladores históricos de hojas de cálculo.
El escenario para llevar a cabo la prueba fue la enorme sala
de juntas rectangular de la oficina de Ariel, con una mesa igualmente grande.
Cubriendo completamente la pared del fondo de la sala que corre a lo largo del
lado más grande del rectángulo hay un librero donde se acomodan los cientos de
programas de cómputo para el manejo de las hojas de cálculo. En el lado opuesto
se colocó una cámara para grabar toda la reunión, que debía desarrollarse completamente
en inglés.
Frente a la cámara Gunnar y yo, vistiendo los chalecos oficiales
de jueces, alternadamente presentábamos cada una de las cajas de software y
argumentábamos nuestro dictamen de aceptar o no, cada uno de ellos como válido.
En uno de los lados cortos de la sala
rectangular estaba una pantalla en la que se desplegaba un contador con el
número total de intentos y el número de los que resultaban exitosos.
En el otro lado corto de la sala hay una enorme ventana que
permite una espectacular vista de la ciudad.
Las reglas eran claras, contaban como elementos válidos,
a) las cajas sin abrir, b) las que
aún abiertas contaran con sus manuales y discos completos. No contaban como
elementos válidos las versiones pirata -de las que no hubo ninguna- ni los
programas de demostración “demos”, de los que sí hubo varios. Por ser un record nuevo, la colección para
ser incluida en el libro requería tener por lo menos 500 elementos aprobados.
Lo que creímos que sería una jornada de tres o cuatro horas,
se sucedió por más seis. Desfilaron entre mis manos y frente a mis ojos muchos
de los programas que había usado en los años ochenta. Muchos eran versiones diferentes del mismo
programa para diferentes sistemas operativos o en distintas versiones. En
algunos casos llegamos a encontrar dos versiones iguales y por supuesto sólo
contaron una vez.
Hacía la una o una y media de la tarde habíamos acabado de
analizar los paquetes, de dar nuestros puntos de vista y de videograbarlos. Nos
despedimos y quedamos a la espera de la revisión que el comité del libro
Guinnes debía realizar.
Unas semanas más tarde, el 7 de Junio Ariel recibió la
notificación de Guinness World Records de que el record quedaba establecido en
506 y él era el poseedor.
Ese mismo día nos la dio a conocer a Gunnar, a mi y a
Arturo Tirado. Arturo es un colaborador de Ariel que estuvo
en toda la jornada de calificación apoyando en la filmación y en los detalles,
pero seguramente también en toda la gestación del proyecto.
El correo en el que Ariel nos comparte la noticia dice: Estoy consciente que este proyecto para prácticamente
cualquiera es irrelevante, pero nos enseña El Principito: “Es el tiempo que le has dedicado lo que la hace tan importante”.
La frase me dejo
pensando en qué hace importantes las cosas que tratamos de alcanzar. Quizás
simplemente el hecho de que como dijo Mallory cuando le preguntaron por qué
quería subir al Everest: “Porque está ahí”
Porque los retos están ahí y nosotros vamos tras ellos.
Estoy seguro que no
será el último reto que perseguirá Ariel y también lo estoy que Gunnar, Arturo
y yo nos embarcaremos en otras aventuras porque somos ese tipo de personas que
fueron una pesadilla para todos quienes trataron de encausarlos por el camino
estándar.