A principios de los años noventa cuando internet empezó a
popularizarse la gente veía en él una promesa de democratización de la
sociedad. Internet permita ponerle un correo electrónico al presidente de la
compañía y tener con él un intercambio directo de opiniones, achataba las
jerarquías.
Unos años después cuando vino la revolución de la web 2.0
todos nos volvimos escritores y editores, además de conservar nuestros roles de
lectores y críticos. Muchos empezamos a escribir un blog y poco después todos
nos volvimos cineastas y radiodifusores. Tomamos por asalto Youtube y las
transmisiones en vivo por Facebook.
Poco a poco los monopolios de los medios electrónicos
convencionales empezaron a dejar de tener la influencia casi absoluta que
tenían sobre el público en general. Algunos países con regímenes autoritarios trataron
incluso de censurar el tráfico de información a través de la red de redes.
Otros menos viscerales trataron de comprender los nuevos
medios y usarlos en su beneficio un poco en el estilo del “Diálogo en el
infierno entre Maquiavelo y Montesquieu”: si las reglas cambian, úsalas a tu
favor.
Muy pronto las redes sociales empezaron a utilizarse en un
sentido y en otro. Las “fake news” se volvieron el pan nuestro de cada día y
los lectores sin mucho análisis las comparten y las dejan circular, si son
favorables a su punto de vista y las increpan si no lo son.
Internet siguió ayudando a la democratización de ciertas
causas, al permitir dar a conocer causas para las que se solicitaba apoyo, a
través de sitios como Avaaz y Change.org que permiten recolectar apoyos de
firmantes electrónicos en favor de detener matanzas de elefantes, por ejemplo,
o solicitar castigos a criminales o indultos a inocentes, injustamente procesados.
Los ciudadanos han podido así, a través de sitios como estos, reconocerse en el
ciberespacio y apoyar conjuntamente las causas que los unen.
Recientemente las elecciones para presidente en México han
dado un ejemplo de cómo estas tecnologías están, una vez más, ayudando a rebasar
con mayor rapidez que la que las vías ordinarias permiten, las inevitables
limitaciones de cualquier legislación.
En México, como se sabe, no existe la segunda vuelta
electoral. Es decir, se vota una sola vez y quien gana, aunque lo haga con un
porcentaje alrededor del 30% es quien va a gobernar, aunque tenga al 70 % en
contra, dividido en diferentes frentes opositores.
En otros países, cuando el ganador de las elecciones no
obtiene un porcentaje de votos superior al 50%, se hace una segunda vuelta
electoral. En ella los votantes
únicamente tienen como opción a los dos candidatos que obtuvieron las dos
votaciones más altas, para buscar que quien gobierne lo haga con mayoría. Eso
permite un reacomodo de los opositores que pueden derivar en alianzas de
gobierno.
Desde el año 2000 en México se dio un fenómeno sustitutivo,
parcialmente, de la segunda vuelta: el voto útil. Muchos votantes (yo entre ellos) que habían
sufragado por Cuauhtémoc Cárdenas en el 88 y el 94 decidieron ese año votar por
Fox. Quienes así lo hicimos pensábamos que Cárdenas no tenía oportunidad de
derrotar a Labastida, el candidato Priísta, y que Fox si la tendría. Por eso, lo que era mejor votar por Fox y
ayudar a la derrota del PRI, que votar por Cuauhtémoc y permitir que el PRI siguiera
seis años más en el poder.
El concepto del voto útil, al igual que la segunda vuelta,
han sido muy cuestionados por una clase política consciente de la poca simpatía
que ella genera entre los votantes. La sospecha de cada uno de los partidos es
que confrontados uno a uno entre ellos, pierden. Lo cual es obviamente
imposible.
Con el tiempo, la única vuelta electoral mexicana se ha ido
convirtiendo “de facto” en una segunda vuelta. En ella los votantes eligen entre
las dos opciones que puntean las encuestas. Lo hacen para apoyar a la que más
les gusta, o para cerrarle el paso a la que menos les gusta.
Obviamente que los partidos han empezado a usar las
encuestas para ganar esta “primera vuelta” electoral. Hay todo tipo de
encuestas, no sólo por los resultados, sino por las casas encuestadoras y por
las metodologías empleadas. Las hay que hacen visitas a casas y las hay que las
hacen por teléfono o por computadora. Las hay de casas encuestadoras y las hay
de empresas de otros giros como las que hacen estudios de mercado.
Dejemos de lado el asunto, no insignificante, de que alguien
paga por esas encuestas y que eso podría darles un sesgo, incluso involuntario,
en los resultados. El hecho es que existen encuestas cuyos resultados sirven
para apoyar cualquiera de las tres candidaturas principales. Cada partido, por
supuesto, defiende las que favorecen a su candidato.
Para tratar de dar un poco de luz en el desconcierto que
para la mayoría de nosotros pueden significar la multiplicidad de encuestas y
sus diferentes resultados surgió Oraculus. (https://oraculus.mx/).
Se trata de un agregador de encuestas, para tener a través del análisis de
diferentes encuestas una visión con menos riesgo de error. Los socios fundadores de Oraculus son: Leo
Zuckermann, Jorge Buendía, Juan Ricardo Pérez-Escamilla Gonzalez y Javier
Márquez.
Con una metodología que está explicada en su sitio web,
Oraculus seleccionó las casas encuestadoras que iba a tomar en cuenta para sus
análisis y ha venido dando seguimiento mensual a la evolución de los resultados
que su análisis de varias encuestas arroja.
Los resultados de las encuestas llevan a estimar
probabilidades. Lo más probable de acuerdo a Oraculus es que López Obrador esté
en primer lugar de preferencia de los votantes. Tiene únicamente un 5 % de
probabilidad de encontrarse en segunda posición. Anaya tiene un 81 % de
probabilidad de ser el segundo lugar de preferencia y Meade el 85 % de
encontrarse como tercero en las preferencias electorales.
Resultados muy semejantes son, al 12 de junio, los de otros
agregadores, citados en el mismo sitio de Oraculus, como Bloomberg, El País,
Gppools, numérika y n321.
Oraculus es un ejemplo de cómo la tecnología está siendo
usada para poner al alcance de los ciudadanos información que deriva de una
gran variedad de encuestas.
Otro ejemplo muy interesante de uso de la tecnología en este
proceso electoral es el surgimiento de una solicitud a través de Change.org
para comprometerse a votar por el candidato que al 30 de junio se encuentre en segundo
lugar de las encuestas agrupadas por Oraculus . Quienes lo promueven asumen:
- Que López Obrador es el puntero
- Que no tiene una mayoría absoluta
- Que su mayoría se debe a la división del voto opositor
- Que, si se consolida el voto opositor, AMLO será derrotado el 1º de Julio.
Más allá de mi propia simpatía por un proyecto modernizador,
diferente al de López Obrador, encuentro muy interesante la manera en la cual
las Tecnologías de la información están poniendo nuevamente al alcance de los
ciudadanos opciones para organizar su descontento y construir mayorías.,
mediante el uso de Oraculus y de Change.org.
Una de las razones por la que encuentro interesante este uso
de las TIC es porque muestra que existe una ciudadanía que las está incorporando
en sus maneras de organizarse para incidir en la toma de decisiones colectivas,
es decir las está usando para construir una ciberciudadanía.
Habrá quien desconfié y busque en estas iniciativas la mano
negra de un partido o de otro, pero aun suponiéndola existente, la
participación masiva de los ciudadanos terminaría por hacer que sean los
ciudadanos quienes finalmente se apropien de la estrategia, más allá de los deseos de las cúpulas
partidistas.
Creo que la lección que podemos sacar de este caso es que la
segunda vuelta existe y que ya nada más falta reconocerla como tal.
La iniciativa de Change. org puede verse en:
https://www.change.org/p/ votantes-mexicanos- marchavirtualpormexico?
https://www.change.org/p/