Hace
varios años me invitaron a participar en las pláticas de bienvenida a los
estudiantes del CCH, eran mesas redondas en las que interveníamos varios
académicos; unos hablando de la ciencia y otros de las humanidades, para
motivar y orientar a la nueva generación que recién ingresaba.
Recuerdo
haberles dicho algo referente a la nueva etapa que iniciaban y que era un paso
más, para volverse adultos. Por las caras que vi en la audiencia, tuve la
certeza de que no querían ser adultos y entonces reaccioné a sus gestos
diciendo: “…bueno, si para ustedes un adulto es una persona frustrada, siempre
de mal humor, sin alegría…yo tampoco quiero ser adulto”.
Cité
después la frase de Picasso, que dice: de niños todos somos artistas, lo difícil
es seguir siéndolo cuando crecemos, para hablar de la necesidad de conservar la
frescura y la rebeldía aun con el paso del tiempo, aún con las exigencias del sistema.
Un día
somos veinteañeros inconformes con las oportunidades que nos brinda el sistema
y al “día siguiente” somos abuelos, la vida pasa rápido; pero no puede llevarse nuestros anhelos,
nuestra inconformidad con la injusticia, ni nuestra generosidad para tratar de
remediar en la medida de nuestras posibilidades, las situaciones desagradables.
Frecuentemente
nos sentimos “atrapados” por hechos que no podemos cambiar. Tratamos de
protestar; a veces con una tímida publicación
en redes sociales, a veces tratando de ir un poco más allá, con una acción
solidaria. No falta entonces quien viene
y nos dice: “Hay que madurar” ya pasaron los años de nuestra rebeldía.
Cuando oigo
eso, pienso en Stephan Hessel, quien pasados los 93 años, hizo un llamado
histórico a las nuevas generaciones para mantener el poder de indignarse. “La indiferenciaes la peor de las actitudes”, les recordó.
Por eso no puedo permanecer indiferente ante hechos como el
dominio de las comisiones dictaminadoras por parte del grupo de profesores "de
siempre", para ejercer presión sobre los académicos. Esa presión no se ejerce para que los maestros mejoren sus
desempeños docentes, sino para ganar votaciones que les aseguren el control de
los órganos de toma de decisiones, como el Consejo Técnico. No puedo permanecer indiferente, si además lo hemos denunciado.
Ante la invitación de Juan Manuel Torres Merino, para ser
candidato a formar parte de la comisión dictaminadora de física, podría haberme
dicho (y no me lo perdonaría) que lo que pase en la FES C no me incumbe, que
estoy bien donde estoy; pero no quisé
decírmelo.
Aunque sea como una cuestión de principios, aunque parezca
un acto de inmadurez, me siento obligado a darles a los profesores que quieran,
una oportunidad de votar por una opción que evalúe su trabajo no en una
perspectiva de quid prop quo, sino de
mejora real del quehacer académico en la FES Cuautitlán.
¿Madurar? ¡Todavía no!