Dicen que la vida es eso que te pasa mientras estás ocupado
haciendo algo más. Así ha de ser porque me voy enterando que han pasado 40 años
desde el día que la UNAM tiene registrado como mi ingreso a las filas de su
personal académico.
Sé que tengo cuatro décadas en la UNAM, pero la verdad no
las he sentido pasar. Me parece que son
tres las razones principales por las que no me he dado cuenta del paso del
tiempo: La primera es la gran libertad que la UNAM me ha dado para llevar a
cabo mi desarrollo laboral. He estado en las Facultades de Ciencias, Cuautitlán,
Acatlán, Química, Contaduría y Filosofía, además de la dependencia de mi actual
adscripción: La Dirección General de Cómputo y Tecnologías de la Información y la Comunicación (DGTIC).
He sido profesor de asignaturas como matemáticas, física,
cómputo, etc. pero también de lenguas
como español para extranjeros y francés.
He podido llevar a cabo actividades de extensión de la cultura y
divulgación de la ciencia, como los ciclos de conferencias que organizaba
primero desde el colegio académico de profesores de la FESC y luego como
Secretario Académico de la FESC, cuando hacía Ciencia, Conciencia y Café.
Dije Secretario Académico de la FESC. Efectivamente, he sido
profesor y he sido funcionario. Fui funcionario en una Facultad y también en
una dependencia de servicio, como la entonces DGSCA, en la que tuve la responsabilidad
de la dirección de cómputo para la investigación. Como si eso no fuera suficiente diversidad
laboral, he podido disfrutar de varios años sabáticos que me han dado la
oportunidad de conocer otros ambientes de trabajo; como el de la organización civil ÚNETE
dedicada a llevar las TIC a los salones de clase de la educación básica y
pública, que tuve el honor de dirigir
durante sus primeros años. También fui Jefe de la Unidad de soporte técnico y
telecomunicaciones del Tribunal Electoral del poder judicial de la federación y
director de atención ciudadana del IFE (es ese entonces) donde tenía que tratar
cotidianamente con representantes de los partidos políticos en las reuniones
del grupo de trabajo de atención ciudadana.
Una diversidad de actividades como para no aburrirse, en estos
cuarenta años.
La segunda razón por la que el tiempo se me ha ido volando
es el contacto con los estudiantes. He disfrutado mucho la interacción continua
con los alumnos desde que éramos casi compañeros de generación, en mis primeros
años de la ENEP, hasta el día de hoy. Estudiantes con los que hacíamos los cálculos
de la frecuencia de paso del flujo” slug” en las primeras computadoras “portátiles”
de la FESC, estudiantes, no siempre los mismos, con los cuales construimos la instalación
experimental del área “h” del Centro de Asimilación Tecnológica (CAT) de la
FESC, con los que medimos la duración del eclipse de 1991, con los que
participamos en certámenes de CONADE y con los que desarrollamos metrología
para el IIE. Estudiantes que me acompañaron cuando me fui de la FESC a la
DGSCA, estudiantes que han trabajado conmigo dentro y fuera de la UNAM. Alumnos
que cambiaron su orientación de Matemáticos a astrónomos, después de hacer la
tesis con un proyecto de visualización en la sala Ixtli, alumnos que con
generosidad me siguen ayudando hasta el día de hoy, en que pueden suplirme algunos minutos
mientras voy a la ceremonia de entrega de medallas.
La tercera razón por la que no he sentido pasar los cuarenta
años es porque aunque me lo puedan rebatir, yo siento que apenas voy empezando.
Tengo siempre la impresión de que el mejor trabajo es el que estoy realizando
en este momento y que lo mejor está siempre por venir. Me llama la atención que
algunos compañeros se hayan jubilado y otros hablen de hacerlo pronto.
¿Por qué si vamos empezando?
Cuando dirigía ÚNETE conocí a Max Shein, el impulsor de la
idea. Él tenía en esa época 94 años y estaba pensando no en lo que había hecho,
sino en lo que quería hacer. Me di cuenta que a mí me pasaba un poco lo mismo,
me importaba más lo que venía hacía adelante, que lo que había hecho antes.
Ayer poco antes de ir a la ceremonia de entrega de la
medalla recibí a una tesista y analizamos el avance de su trabajo. Cuando acabamos de ver su trabajo, me puse a
publicar un cuestionario en la página de mi curso en Moodle y lo programé para
que no fuera posible realizar la práctica que tocaba en unas horas más, sin haber respondido el cuestionario.
Resulta que me había dado cuenta que los alumnos no estaban
estudiando antes de la práctica y me pareció que “forzar” el repaso de ciertos
conceptos, mediante el requisito de contestar el cuestionario antes de permitir
el acceso a la práctica era una buena estrategia.
Desafortunadamente se me ocurrió apenas ayer, cuando estamos
ya en la penúltima semana del semestre, pero seguramente será algo que voy a
hacer de manera más sistemática el próximo curso.
Al acabar la ceremonia de entrega de la medalla, me fui a
dar clases y a relevar a mi estudiante que había iniciado la práctica. Me sentí muy a gusto de ver que la idea del
cuestionario, a los alumnos les había funcionado.
Así que aunque han pasado ocho lustros (suena más
impresionante) a mi me parece que apenas vamos empezando. Probablemente porque
pienso como León Felipe:
Ser en la vida romero,
romero sólo que cruza siempre por caminos nuevos.
Ser en la vida romero,
sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.
Ser en la vida romero, romero..., sólo romero.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.
romero sólo que cruza siempre por caminos nuevos.
Ser en la vida romero,
sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.
Ser en la vida romero, romero..., sólo romero.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.
Para quienes no identifiquen a las personas en la foto que
ilustra este texto, somos Federico Martín Polo y yo en la entonces ENEP
Cuautitlán hacía 1975, es decir hace 40 añitos…