Llegó
noviembre.
El último día de octubre venció el plazo fijado por la Junta de
Gobierno de la UNAM para recibir comunicaciones con relación al proceso en
curso de elección de rector de la UNAM.
Viene ahora la parte final: la elección del nuevo jefe nato
de la UNAM.
No sé
cómo vaya a tomar la decisión la Junta de Gobierno, pero puedo decir con base
en qué, lo haría yo si fuera miembro de ella.
No me
fijaría en lo que un candidato pueda prometer (finalmente la exposición de sus
planes de trabajo son buenas intenciones o promesas), sino en lo que cada
candidato ha hecho ya -no en el plano personal- sino en el de resultados obtenidos
en la dirección de grupos. Analizaría las posibilidades del candidato de llevar
a cabo la transformación que la UNAM necesita.
Porque
este rectorado será el de la transformación de la UNAM. Una transformación
aplazada por los dieciséis años de convalecencia post huelga. Una
transformación que los cambios en el país hacen aún más apremiante. Una transformación
que de no darse, cancelará para muchos
estudiantes talentosos su única oportunidad de educación superior de calidad.
No nos
gusta oír que la UNAM requiere transformarse porque tenemos la piel muy delgada
y siempre pensamos que la transformación es para desaparecer la educación
pública. Es justamente al contrario, si la UNAM no se transforma. La educación
pública de calidad va a desaparecer.
Nos
molesta que nos critiquen, los de “afuera”; aunque tengamos tomado el auditorio
de una facultad hace 16 años, aunque dependamos para realizar las tareas
fundamentales de la UNAM, casi de pedirle por favor a un líder sindical su
anuencia.
Esos dos
ejemplos sí están acabando con la educación pública, la de calidad.
Nos gusta
nuestra independencia, pero se nos olvida que libertad va de la mano con
responsabilidad. A mí tampoco me gustan las críticas a la UNAM, pero no es
enojándose con quienes las hacen que las cosas se mejoran, es atendiendo responsablemente
a la crítica y resolviendo lo que haya que resolver para que esas críticas
dejen de hacerse.
Necesitaos
un rector valiente, para entrarle a este reto. Pero la valentía no es la única
característica que necesitará el rector de la transformación.
Necesitamos
un rector que a la valentía sume prudencia para no resultar suicida. Un rector que no precipité nuevamente a la universidad en una confrontación
interna en aras de realizar los cambios necesarios.
Es decir que
además de valiente necesitamos un rector que sea político.
Necesitamos
un rector honrado, que genere confianza y que nos de la seguridad de que no actúa
en beneficio propio.
Necesitamos
un rector con liderazgo, en el que los universitarios confiemos y al que
estemos dispuestos a apoyar. Un rector capaz de delegar y ponerse a la cabeza
de equipos de trabajo de gente capaz.
Necesitamos
un rector inteligente y preparado, que entienda no sólo su área profesional,
sino los avances de todas las otras, que se rodee del talento que existe en
todas partes de la UNAM.
Necesitamos
un rector audaz que esté dispuesto a hacer las reformas necesarias para crear
una federación de campos universitarios, donde las unidades multidisciplinarias
no resulten opciones educativas de segunda.
Necesitamos
un rector sensible que perciba la multiplicidad de “universidades” que existen
dentro de la UNAM, desde la iniciación universitaria hasta la investigación y
los posgrados, pasando por el bachillerato.
Necesitamos
un rector respetuoso de las minorías y de la diversidad de presonas que
integramos la comunidad universitaria.
Necesitamos
un rector con gran capacidad de negociación para poder regularizar la situación
laboral del gran número de profesores interinos, de una planta académica en
proceso de envejecimiento y de un esquema de contratación colectiva que hace la
operación muy ineficiente.
Necesitamos
un rector seguro de sí mismo, que no se maree con los inevitables elogios que
estará escuchando todos los días.
Necesitamos
un rector que esté atento al devenir nacional, pero que priorice su atención a
lo que sucede dentro de la UNAM.
Necesitamos
un rector que entienda la importancia de los rankings internacionales de
universidades, que se esfuerce por mejorar la posición de la UNAM en ellos, como
resultado del trabajo y no porque los Rankings se conviertan en quienes dictan
que hay que hacer y que no, en la UNAM.
Necesitamos
un rector que potencie el uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación, TIC, para aumentar la cobertura
y calidad de las tareas que realiza la UNAM.
Necesitamos
un rector con amor a la cultura, que entienda la extensión de la cultura -incluida en ella la divulgación de la ciencia- como una tarea de igual
importancia que las otras dos tareas sustantivas.
Necesitamos
un rector humilde que entienda que en cuatro años no va a terminar con esa
tarea y que estará trabajando para su sucesor y no para su gloria o empleo
futuro.
Necesitamos un rector generoso, dispuesto a entregar su tiempo -que finalmente es su vida- a la tarea de transformar a la UNAM, para que siga siendo la gran universidad pública que los chicos talentosos de este país merecen.
Necesitamos un rector generoso, dispuesto a entregar su tiempo -que finalmente es su vida- a la tarea de transformar a la UNAM, para que siga siendo la gran universidad pública que los chicos talentosos de este país merecen.
A leer
con cuidado los curricula de los diez candidatos, buscando cuál ha demostrado
poseer esas características, a eso me abocaría para decidir.