Cuando estuve en Francia estudiando, me juntaba con un grupo de amigos para ir a trotar a muchos de los bellísimos sitios que hay en Francia para hacerlo. A mi regreso a México seguí corriendo, el Naucalli era uno de mis sitios favoritos para correr y jugar ajedrez.
Desde que dejé de correr 400 metros planos y hasta pasados los cuarenta, la carrera era un pasatiempo, sin más propósito que mantenerme sano, pero de repente me empezó a llamar la atención correr 10 kilómetros y empecé a correr la carrera de Arboledas, la de Satélite y mi favorita: La de Cuautla-Oaxtepec, en la que llegué a hacer 43 minutos, algo aceptable en un veterano de mi edad.
El trabajo en DGSCA y sobretodo en UNETE me dejaron sin mucho chance de correr y poco a poco lo fui dejando. Unos tres o cuatro años debo haber estado sin correr hasta que un día en Francia, en el Parc de Sceaux, en los alrededores de Paris vi gente corriendo y sentí ganas de volver a hacerlo. Arranqué y empecé a correr, con la ropa y los zapatos que llevaba. Corrí como once o doce minutos y sentía que podía seguir, pero tenía miedo de forzar de más y lastimarme, me detuve, pero a partir de entonces retomé la disciplina de salir a correr.
Volví a correr pruebas de 10 K, volví a correr la carrera de Cuautla - Oaxtepec y las nuevas carreras de Nike. De repente me sentí con ganas de un nuevo reto, ir por el medio maratón. Lo corrí por primera vez en 2007 y ahora lo volví a correr el día del padre. La carrera es una fiesta, arranca en Perisur y se va por periférico, hasta la siguiente glorieta después de vaqueritos y regresa, también por periférico, al bosque de Tlalpan. A lo largo de todo el camino hay mariachis tocando, personas apoyando, puestos de abasto, mientras uno va corriendo, a solas con sus pensamientos. Es una carrera difícil porque los primeros 10 kilómetros son de bajada y los últimos 11 de subida. A partir del kilómetros 15 se empieza a sentir “la fiesta”; por ahí del 18, aunque cansado, se vislumbra ya la cercanía de la meta, se reanima el espíritu y las piernas vuelven a tener fuerza. Los últimos metros son los más largos, pero al final la meta y un sentimiento muy padre de misión cumplida, de esfuerzo que valió la pena.
Platico esto porque muchas veces pienso en los paralelismos del deporte en general y de la carrera en particular con la vida. Si se quiere alcanzar una meta, mas vale tenerla clara y prepararse para hacerlo. Nadie puede correr 21 kilómetros sin un plan de entrenamiento, sin dedicarle a eso al menos tres meses de preparación. Obviamente en el camino a la meta habrá cansancio, pero la voluntad nos ayudará a vencerlo. La misma voluntad que nos hace pararnos temprano a entrenar el día que tenemos flojera. Pienso que las personas que corren tienen una disciplina que les puede ayudar en otras actividades de su vida laboral. Una vez en UNETE tenía que contratar a una persona y había dos que me parecía que llenaban muy bien el perfil del puesto, al final me decidí por un detalle: una de ellas corría. En igualdad de condiciones la voluntad del corredor puede hacer la diferencia.