Mi primer recuerdo de la
palabra Salamanca está asociado al de la refinería en esa población de México.
Familiares de mi Papá, a los que no recuerdo más que por las narraciones que él
hacía, vivían en esa ciudad y trabajaban en la refinería.
Estaban ahí cuando, en
los años cincuenta, hubo un terrible accidente. Uno de ellos murió y otro
más resulto herido.
Después aprendí que Salamanca
en México llevaba ese nombre por la población homónima en España. En algún
momento oí hablar de la prestigiosa Universidad de Salamanca y de su
multicitado lema: “Lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo otorga” (Quod natura non dat, Salmantica
non præstat).
Asociada a la idea de la Universidad de Salamanca tengo
la figura de Miguel de Unamuno, rector de ella. El filósofo, de origen vasco
fue depuesto por los republicanos, restituido en su cargo por los franquistas y
nuevamente depuesto -ahora por los franquistas- durante la guerra
incivil.
Incivil, así la llamó el propio rector en su histórico
discurso del 12 de octubre de 1936. Fue en esa alocución en la que espetó a
Medina Astray, fundador de la legión española, la famosa sentencia: “Podrán
vencer pero no convencer”
Estos detalles los tengo claros no porque tenga una
gran memoria, sino porque acabo de ver la película “Mientras dure la guerra”,
que gira en torno a la vida de Unamuno en esos días. Buena película de Amenábar, por cierto.
Pero en realidad no es de ninguna de las dos
poblaciones con ese nombre, ni de la universidad salmantina de lo que quería
hablar al empezar a escribir. Quería
hacerlo de una parcela de tierra muchísimo más pequeña. Unos dos o tres mil
metros cuadrados, a lo más.
Me refiero a un cuadrado de unos 40 metros de lado
que forman la terraza de un restaurante, con ese nombre, Salamanca, en el
rincón que hacen la calle de Pepe Rubianes y el Paseo Marítimo, en la
Barceloneta. Los otros metros cuadrados corresponden al interior del
restaurante y a la cocina.
El Salamanca está en una de la zonas más turísticas
de un barrio de suyo turístico, con una hermosa vista al mar. Cuando uno pasa
frente a él, caminando por el paseo marítimo puede ver a los turistas sentados
frente a sus paellas (o langostas), con el recipiente de hielos en el que
reposa un buen Cava, al lado.
Ese tipo de turistas -guiris como los llaman acá- son
por lo general un buen negocio para los restaurantes: no se preocupan demasiado
del costo de lo que quieren consumir o de averiguar si hay opciones más económicas.
Si algo les apetece y el precio no les parece desmesurado lo consumen. Comen a
la carta y tapean.
Los locales rara vez comen a la carta y tapean. Lo hacen quizás de vez en vez, algún fin de
semana o cuando salen a cenar. Si no, lo usual es que en los restaurantes,
entre semana a la hora de la comida, se ofrezca un menú de dos tiempos. Por lo
general el menú incluye la bebida y el postre o café. El costo del menú puede
ser la mitad o la tercera parte del costo del consumo a la carta.
Los primeros días después de llegar, quería tapear
todo el tiempo. Mis anfitriones pacientemente me acompañaban a la bombeta, Cal
Pep y a la hostia. También habíamos ido a comer el menú de los restaurantes del
mercado.
Un día decidimos ir al Salamanca. Caminamos por
Carrer d’ Alcanar hasta cruzar Pepe Rubianes. Vimos la terraza llena y
preguntamos si tenían menú.
Sí, nos contestaron, pero se sirve sólo en aquellas
mesas. Nos señalaron una hilera de mesas que son las más lejanas del mar. Aceptamos
y nos dirigimos hacía ellas.
Me imagino que para los restauranteros no es
conveniente el que los comensales prefieran el menú, al servicio a la carta.
Supongo que si lo ofrecen (cuando les preguntas) es porque la municipalidad, al
otorgar las concesiones, debe obligar a ofrecer, al menos entre semana, los
menús de 2 tiempos.
Por otra parte, los restauranteros tienen que
asegurarse la fidelidad de la clientela. Sobre todo cuando el verano pasa y es
más bien la población local la que conforma la parte principal de los
asistentes a sus negocios.
El mesero se acerca a la mesa, en la que ya nos
hemos acomodado, para preguntarnos que deseamos beber. Las opciones son agua,
cerveza o vino. Escogemos un vino blanco, es verano y hace calor. Nos llevan una
botella de Rocafort junto con su cubeta de hielos.
La siguiente pregunta es si queremos pan con tomate.
La respuesta es afirmativa. Es una de mis entradas favoritas en cualquier tipo
de pan, con alioli o sin él, con ajo o sin él. El del Salamanca está hecho
sobre grandes rebanadas de esas hogazas que aquí llaman pan de pagés. Es de los
panes en los que prefiero el pan con tomate.
Mientras dilucidamos lo que vamos a comer, vamos
dando cuenta del pan con tomate y avanzamos en el consumo del Rocafort que está
muy fresco.
Para escoger como primer tiempo hay una sopa, una
ensalada, algún ceviche…me decanto por el gazpacho y mi compañero por la
fideúa. Solicitamos, como es usual, de una vez el segundo tiempo; hay pescado
frito, pato, osobuco, carne de cerdo… yo
me quedó con el osobuco, él con la Caballa.
Comemos saboreando cada bocado y cada trago. Cuando
terminamos ambos tiempos, nos pregunta el mesero que postre deseamos. Hay
yogurt, fruta o helado. Escojo el helado, mi compañero nada.
Nos preguntan si tomamos café. Ambos pedimos un
cortado. Los menús de dos tiempos ofrecen generalmente el postre o el café. En
el Salamanca tienes derecho a ambos, sin costo adicional.
Junto con el cortado nos traen cuatro pedacitos de
tarta Santiago, cortesía de la casa. Todavía al terminar todo, nos ofrecen una
copa a cada uno de un digestivo a base de hierbas, un chupito como lo llaman
aquí. Es como un strega, pero de
menor grado alcohólico.
Comento con mi compañero que El Salamanca empieza a
ser de mis restaurantes favoritos: comes en la terraza (Las localidades donde
se sirve el menú, no son nada malas), tienes dos platillos con bebida, postre y
café. Además de cortesía, la tarta Santiago y el digestivo. Todo por el precio
de un menú de dos tiempos.
Como comparativo doy el dato de un restaurante al
lado del club de natación, a unas cuadras del Salamanca, en el que el menú es
más barato, pero se paga por separado la bebida, el café y la terraza. Al final
sale más caro y la cocina es inferior a la del Salamanca Definitivamente vendré
a este restaurante más seguido.
Bebemos el digestivo viendo al mar. La plática sobre
la comida que estamos terminando y los restaurantes se vuelve más filosófica, deriva
sin darnos cuenta hacía las matemáticas. Vemos el reloj y notamos que todavía
queda tiempo antes de volver al trabajo. Seguimos conversando sin demasiada
prisa.
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