Buscar este blog

sábado, 12 de octubre de 2019

El Salamanca.


Mi primer recuerdo de la palabra Salamanca está asociado al de la refinería en esa población de México. Familiares de mi Papá, a los que no recuerdo más que por las narraciones que él hacía, vivían en esa ciudad y trabajaban en la refinería. 
Estaban ahí cuando, en los años cincuenta, hubo un terrible accidente.  Uno de ellos murió y otro más resulto herido.
Después aprendí que Salamanca en México llevaba ese nombre por la población homónima en España. En algún momento oí hablar de la prestigiosa Universidad de Salamanca y de su multicitado lema: “Lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo otorga” (Quod natura non dat, Salmantica non præstat).
Asociada a la idea de la Universidad de Salamanca tengo la figura de Miguel de Unamuno, rector de ella. El filósofo, de origen vasco fue depuesto por los republicanos, restituido en su cargo por los franquistas y nuevamente depuesto -ahora por los franquistas- durante la guerra incivil.
Incivil, así la llamó el propio rector en su histórico discurso del 12 de octubre de 1936. Fue en esa alocución en la que espetó a Medina Astray, fundador de la legión española, la famosa sentencia: “Podrán vencer pero no convencer”
Estos detalles los tengo claros no porque tenga una gran memoria, sino porque acabo de ver la película “Mientras dure la guerra”, que gira en torno a la vida de Unamuno en esos días.  Buena película de Amenábar, por cierto.
Pero en realidad no es de ninguna de las dos poblaciones con ese nombre, ni de la universidad salmantina de lo que quería hablar al empezar a escribir.  Quería hacerlo de una parcela de tierra muchísimo más pequeña. Unos dos o tres mil metros cuadrados, a lo más.
Me refiero a un cuadrado de unos 40 metros de lado que forman la terraza de un restaurante, con ese nombre, Salamanca, en el rincón que hacen la calle de Pepe Rubianes y el Paseo Marítimo, en la Barceloneta. Los otros metros cuadrados corresponden al interior del restaurante y a la cocina.
El Salamanca está en una de la zonas más turísticas de un barrio de suyo turístico, con una hermosa vista al mar. Cuando uno pasa frente a él, caminando por el paseo marítimo puede ver a los turistas sentados frente a sus paellas (o langostas), con el recipiente de hielos en el que reposa un buen Cava, al lado.
Ese tipo de turistas -guiris como los llaman acá- son por lo general un buen negocio para los restaurantes: no se preocupan demasiado del costo de lo que quieren consumir o de averiguar si hay opciones más económicas. Si algo les apetece y el precio no les parece desmesurado lo consumen. Comen a la carta y tapean.
Los locales rara vez comen a la carta y tapean.  Lo hacen quizás de vez en vez, algún fin de semana o cuando salen a cenar. Si no, lo usual es que en los restaurantes, entre semana a la hora de la comida, se ofrezca un menú de dos tiempos. Por lo general el menú incluye la bebida y el postre o café. El costo del menú puede ser la mitad o la tercera parte del costo del consumo a la carta.
Los primeros días después de llegar, quería tapear todo el tiempo. Mis anfitriones pacientemente me acompañaban a la bombeta, Cal Pep y a la hostia. También habíamos ido a comer el menú de los restaurantes del mercado.
Un día decidimos ir al Salamanca. Caminamos por Carrer d’ Alcanar hasta cruzar Pepe Rubianes. Vimos la terraza llena y preguntamos si tenían menú.
Sí, nos contestaron, pero se sirve sólo en aquellas mesas. Nos señalaron una hilera de mesas que son las más lejanas del mar. Aceptamos y nos dirigimos hacía ellas.
Me imagino que para los restauranteros no es conveniente el que los comensales prefieran el menú, al servicio a la carta. Supongo que si lo ofrecen (cuando les preguntas) es porque la municipalidad, al otorgar las concesiones, debe obligar a ofrecer, al menos entre semana, los menús de 2 tiempos.
Por otra parte, los restauranteros tienen que asegurarse la fidelidad de la clientela. Sobre todo cuando el verano pasa y es más bien la población local la que conforma la parte principal de los asistentes a sus negocios.
El mesero se acerca a la mesa, en la que ya nos hemos acomodado, para preguntarnos que deseamos beber. Las opciones son agua, cerveza o vino. Escogemos un vino blanco, es verano y hace calor. Nos llevan una botella de Rocafort junto con su cubeta de hielos.
La siguiente pregunta es si queremos pan con tomate. La respuesta es afirmativa. Es una de mis entradas favoritas en cualquier tipo de pan, con alioli o sin él, con ajo o sin él. El del Salamanca está hecho sobre grandes rebanadas de esas hogazas que aquí llaman pan de pagés. Es de los panes en los que prefiero el pan con tomate.
Mientras dilucidamos lo que vamos a comer, vamos dando cuenta del pan con tomate y avanzamos en el consumo del Rocafort que está muy fresco.
Para escoger como primer tiempo hay una sopa, una ensalada, algún ceviche…me decanto por el gazpacho y mi compañero por la fideúa. Solicitamos, como es usual, de una vez el segundo tiempo; hay pescado frito, pato, osobuco, carne de cerdo…  yo me quedó con el osobuco, él con la Caballa.
Comemos saboreando cada bocado y cada trago. Cuando terminamos ambos tiempos, nos pregunta el mesero que postre deseamos. Hay yogurt, fruta o helado. Escojo el helado, mi compañero nada.
Nos preguntan si tomamos café. Ambos pedimos un cortado. Los menús de dos tiempos ofrecen generalmente el postre o el café. En el Salamanca tienes derecho a ambos, sin costo adicional.
Junto con el cortado nos traen cuatro pedacitos de tarta Santiago, cortesía de la casa. Todavía al terminar todo, nos ofrecen una copa a cada uno de un digestivo a base de hierbas, un chupito como lo llaman aquí. Es como un strega, pero de menor grado alcohólico.
Comento con mi compañero que El Salamanca empieza a ser de mis restaurantes favoritos: comes en la terraza (Las localidades donde se sirve el menú, no son nada malas), tienes dos platillos con bebida, postre y café. Además de cortesía, la tarta Santiago y el digestivo. Todo por el precio de un menú de dos tiempos.
Como comparativo doy el dato de un restaurante al lado del club de natación, a unas cuadras del Salamanca, en el que el menú es más barato, pero se paga por separado la bebida, el café y la terraza. Al final sale más caro y la cocina es inferior a la del Salamanca Definitivamente vendré a este restaurante más seguido.
Bebemos el digestivo viendo al mar. La plática sobre la comida que estamos terminando y los restaurantes se vuelve más filosófica, deriva sin darnos cuenta hacía las matemáticas. Vemos el reloj y notamos que todavía queda tiempo antes de volver al trabajo. Seguimos conversando sin demasiada prisa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario