El once de julio de
1991 ocurrió en México un fenómeno natural notable: un eclipse total de
Sol. Un acontecimiento
tan extraordinario tiene grandes repercusiones, tanto en lo humano como en lo
científico. En la Facultad de Estudios Superiores Cuautitlán organizamos, junto
con la Coordinación de la Investigación Científica de la UNAM, un campamento
para su observación.
Los pronósticos del
tiempo no eran muy halagüeños. La probabilidad de que en la zona de
Cuautitlán, el once de
julio de 1991 fuera un día nublado y por ende resultara imposible observar el
eclipse era alta. Muchas personas prefirieron viajar a sitios cercanos como el
estado de Morelos y otros más lo habían hecho con anterioridad a Nayarit o Baja
California.
Sin embargo tuvimos
suerte quienes nos quedamos en Cuautitlán. La observación fue perfecta y el
ambiente extraordinario.
Desde temprano se
habían iniciado las actividades con la exhibición de videos y conferencias. El
auditorio de Extensión Universitaria estaba a reventar y se palpaba la
excitación por todas partes, lo mismo en los grupos de niños que terminaban de
construir sus instrumentos de observación, "botéscopios" y
"cucuruchoscopios", que en quienes compraban filtros para el sol y
suvenires del eclipse.
En el área de las
canchas de basquetbol se había encalado una superficie de aproximadamente 400
metros cuadrados con la esperanza de poder fotografiar las sombras volantes.
Alrededor de ella se fueron instalando las cámaras fotográficas, las plantas y
animales cuyo comportamiento se quería estudiar, el telescopio, y varios
dispositivos para la observación indirecta del fenómeno.
Los asistentes nos
movíamos nerviosamente visitando uno y otro de los sitios donde se realizaban
experimentos. Algunos fuimos al rancho y a la estación meteorológica con que
cuenta la facultad para observar las mediciones en curso. Tomábamos fotos y
observábamos a través de los filtros y "botescopios" el progresivo avance
del menisco oscuro sobre el disco brillante. Durante un par de horas el
fenómeno se desarrolló lentamente.
De pronto, hubo un
brusco descenso en la temperatura, la noche lo cubrió todo; un pájaro voló,
salido quién sabe de dónde, y un murmullo colectivo salió de la multitud
reunida alrededor del rectángulo de cal, como de una sola garganta. Se dejaron
de lado los filtros y se observó el incomparable espectáculo luminoso. Se veían
los planetas más cercanos al sol. La emoción tendía un lazo de unión entre
todos los presentes. Después, casi tan bruscamente como había anochecido,
volvió a amanecer y se elevó la temperatura nuevamente. Ya con luz del día, la
gente seguía emocionada y comentando el suceso como si hubiera ocurrido hacía
mucho tiempo. Con el segundo despertar del sol, en ese día, los asistentes
empezaron a retirarse. El área blanca se fue quedando sola, las sombras
volantes no se presentaron. El eclipse de sol del 11 de julio de 1991 era
historia. Quienes lo vimos no lo olvidaremos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario