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miércoles, 23 de agosto de 2017

El eclipse que fue.



(Texto escrito en 1991, con motivo del eclipse total de Sol)

¿Por qué causa tanto revuelo un eclipse total de sol?
Básicamente, creo, que por su belleza; y porque ésta, debido a que el eclipse es poco frecuente se aprecia mucho más. 
Día con día, con el ocaso, el horizonte se pinta de rojos y naranjas, y aunque reconocemos la estética del fenómeno natural pocas veces nos ocupamos especialmente, de él. Un eclipse total de sol agrega a la belleza de una efímera noche en mediodía la rareza de lo que ocurre cada siglo.
Un eclipse total de sol es la afortunada conjunción de una serie de factores en el movimiento relativo de tres astros: la tierra, este planeta en el que guerreamos, amamos y morimos, tratando vanamente de trascender nuestra fugacidad; la luna que, a despecho de la existencia del Apolo XI, arranca todavía suspiros a los enamorados, y el sol, símbolo universal de la deidad desde Tonatiuh hasta Febo.
Nuestro planeta realiza dos movimientos principales con respecto al sol: una rotación en torno de su propio eje en 24 horas, lo que produce la impresión de que el sol se mueve en el cielo de este a oeste, y una traslación que tarda un año en cerrar un circuito. La luna realiza una órbita alrededor de la tierra en poco menos de 28 días, mismo tiempo que emplea en girar en torno de su eje. Conjugados los cuatro movimientos producen distintas posiciones relativas de los tres cuerpos siderales. Uno particularmente importante es cuando todos se encuentran alineados porque entonces se produce un eclipse.
Podría pensarse que una posición como esa no debe ser tan rara, pues se daría casi mensualmente. El problema es que el plano de la órbita de la tierra y el de la luna no es el mismo, sino que forman un ángulo de cinco grados. 
Clarifiquemos con la siguiente analogía: imaginemos una maqueta en la cual el sol se encuentra en el centro de una mesa, y la tierra gira en torno a él sin abandonar la mesa, pero la luna rota alrededor de la tierra entrando y saliendo de la mesa cada catorce días aproximadamente.
Los puntos en los que la luna entra y sale de la órbita terrestre se llaman nodos y a la línea que los une,  nodal. La dirección en la que apunta la línea nodal gira con un período de casi 19 años, por esa razón, la posición relativa de la luna y el sol no se repite sino cada 18 años y 11 días -lapso llamado Ciclo de Saros- y no cada 27 días como sería si las dos órbitas estuvieran en la “mesa”.
El hecho de que en cada Ciclo de Saros las posiciones del sol y la luna se repitan produce en la tierra eclipses muy semejantes, la diferencia es la región del planeta en la que son observables.
El conjunto de eclipses que se van produciendo cada ciclo forman una serie que se denomina de Saros. El eclipse del jueves 11 de julio de 1991 formó parte de la serie Saros 136. El anterior eclipse de esa serie tuvo verificativo el 30 de junio de 1973 y el siguiente sucederá el 22 de julio de 2009. La zona del planeta en que ocurren es distinta para cada eclipse de la serie.
Cuando tierra, sol y luna están alineados puede quedar la luna entre el sol y la tierra, lo que produce un eclipse de sol, o bien la tierra situarse entre su satélite y el sol, lo que genera un eclipse de luna. Los eclipses más espectaculares son, por supuesto, los de sol, y a ellos nos referimos por lo general cuando hablamos simplemente de un eclipse. Aunque los eclipses se dan con una periodicidad de casi 19 años, no siempre son observables, pues pueden suceder en el mar o en partes inaccesibles del planeta, si aún las hay.
Otra coincidencia más, aparte de la alineación de la tierra con el sol y la luna, que hace posible los eclipses totales, es que el diámetro aparente -el tamaño que visto desde la tierra parecen tener- del sol y la luna sea el mismo; lo que permite que cuando la luna se interpone entre nosotros y el sol la cubra completamente. Esta curiosidad se debe a que la luna es tantas veces más chica que el sol, como mayor es la lejanía del sol a la tierra respecto a la de la luna.
Durante un eclipse total de sol, la Intensidad de su radiación disminuye ostensiblemente, lo que ha permitido realizar observaciones de hechos que en otras circunstancias serán difíciles de apreciar. Célebre es el experimento mediante el cual el astrónomo inglés Eddington midió la deflexión de los rayos de luz por el campo gravitatorio durante el eclipse de 1931 en Sudáfrica, comprobando así, por primera vez con un hecho experimental, una de las predicciones más notables de la teoría de la relatividad de Albert Einstein.
La posibilidad de realizar experimentos poco comunes es lo que motiva a los investigadores de todo el mundo a desplazarse al lugar donde sucede un eclipse. Aquí en México, en 1970 y 1991 se dieron cita delegaciones de científicos rusos, japoneses y, por supuesto, mexicanos.
Para el común de los mortales, quienes no se dedican al estudio de estos fenómenos, la oportunidad de ver un eclipse total de sol se da prácticamente una vez en la vida y es natural que se tenga curiosidad por ver el fenómeno durante el mayor tiempo posible. Es prudente recordar que junto con la radiación electromagnética visible que nos llega del sol -la luz- viene otra radiación que no vemos; la ultravioleta, que puede producir quemaduras irreversibles en la retina. Es muy importante no observar un eclipse sin una protección visual adecuada, y aun cuando se realice con auxilio de un filtro, por ejemplo un vidrio de soldador del 14, es prudente no observar el fenómeno por más de 5 o 6 segundos.
El eclipse es también una oportunidad para que los niños y los jóvenes tengan contacto con un impresionante hecho científico. Durante mucho tiempo, antes de que se conociesen las leyes que rigen el movimiento de los cuerpos celestes, se pensó que los eclipses eran fenómenos mágicos atribuibles a los estados de ánimo de las deidades con las que en las distintas culturas se identificaban al sol ya la luna.
A quienes quieran conocer un poco mejor los aspectos científicos relacionados con los eclipses les recomendamos la lectura del magnífico libro titulado “Eclipse total de sol en México 1991”, editado por la Universidad Autónoma de México y escrito por Julieta Fierro, Jesús Galindo y Daniel Flores.

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