En 2015 -buscando entender porque ciertas personas inteligentes creen en temas como los horóscopos- escribí ¿Por que las personas inteligentes creen en tonterías? para el libro Derrotar a la ignorancia. El escrito, me parece, tiene vigencia en estos días de campañas electorales y escándalos financieros. A continuación el texto:
Mi lista de contactos en Facebook no es muy grande, pero es ecléctica.
Hay personas de distintas tendencias ideológicas, políticas y deportivas, lo
cual la hace muy entretenida e interesante.
Por ejemplo, durante las elecciones presidenciales del 2012 me di cuenta
que tenía en mi lista de contactos a seguidores de al menos tres de los cuatro
candidatos (no sé si había alguno de Quadri,[1]
pero tampoco me extrañaría; la lista, ya dije, es bastante plural).
Varios de mis contactos hicieron, a través de Facebook, una franca
campaña a favor de sus respectivos candidatos. A muchos los considero personas
inteligentes y sin embargo sus argumentos, a favor de uno u otro candidato, no
me lo parecieron.
Algunos, por ejemplo, tomaban un rumor y lo difundían como verdad,
confundían el conteo rápido de la elección presidencial, que haría el IFE, con
conteos rápidos que haría una empresa privada, por encargo de la Cámara
Nacional de la Industria de Radio y Televisión. A partir de esta confusión concluían
que habría fraude.
Otros daban, para el número de asistentes al cierre de campaña en el
Zócalo de uno de los candidatos, una cifra francamente imposible. Hablaban —no es hipérbole— de millones de asistentes, cuando un cálculo
mínimo muestra que suponiendo un metro cuadrado por persona, acomodar a un
millón requiere una superficie de mil por mil metros, es decir que se trataría
de un cuadrado de un kilómetro de lado. Obviamente esas no son las dimensiones
del Zócalo.
Las dimensiones del zócalo son más o menos 200 metros por lado[2], es decir su
superficie es de 40 000 metros cuadrados. Aceptando que cupieran cinco personas
por metro cuadrado, en las condiciones
de compactación de los asistentes que se da en los mítines, tendríamos un máximo
de 200 mil personas.
Unos más publican videos que “demostraban” cualquier cosa, desde la
compra de votos a la violencia familiar ejercida por uno de los candidatos,
pasando por lápices para orquestar el fraude. No se trata de discutir si
existen o no existen esos hechos sino de analizar qué tanto, en la época del
Photoshop y la edición digital, se puede tomar como prueba un video. Me parece
que es evidente que no es posible y que es necesario un análisis racional de
las evidencias, antes de tomarlas como tales.
Poco a poco, la conducta de mis contactos hizo surgir la duda: ¿Cómo
pueden personas inteligentes ser tan poco críticas cuando se trata de política?
La respuesta la encontré casi por casualidad.
Por esas fechas tenía como vecino de oficina al licenciado Sergio
González Muñoz. Sergio publicaba en varios diarios textos sobre el tema
electoral. Uno de los escritos de Sergio, en aquella época, fue un comentario
sobre el libro The Political Brain. The Role of Emotion in Deciding the Fate of
the Nation.[3]
El libro está escrito por Drew Westen y se ha convertido en un clásico.
Me quedó claro, a partir de la lectura de los comentarios escritos por Sergio, el
importantísimo rol que tiene la emoción en lo que creemos. Entendí por qué mis
contactos, personas inteligentes, casi todos, norman sus simpatías políticas
más por la emoción que por la razón. Pero más aún: Comprendí también por qué
gente igualmente inteligente cree en temas como los horóscopos, los ovnis o la
parasicología.
Lo que recuerdo de la nota sobre el libro es que Drew Westen, junto con
un grupo de neurólogos, llevaron a cabo durante la campaña presidencial de
2004, en los Estados Unidos de Norteamérica, un estudio de los procesos cerebrales
de militantes partidistas, cuando procesan nueva información política que puede
resultarles incómoda.
La idea era comparar la manera como un militante y un no militante
razonaban en situaciones en las que a un militante se le daba acceso a
informaciones y evidencias que confrontaban su deseo.
Los resultados del estudio se hicieron públicos en enero de 2008, en el
marco de la Octava Conferencia Anual de la Sociedad de Psicología Social y de
la Personalidad en Memphis, Tennessee. Lo que notaron Drew Westen y sus
colaboradores fue que cuando el militante se enfrenta a la información
“incómoda”, su cerebro le da mayor peso a la evidencia confirmatoria,
menospreciando la contradictoria. Esto lo hace debido a que la información “incómoda”
le produce estrés y reacciona disipando esa incomodidad a través incluso de
razonamientos incorrectos, si es necesario.
Además de las implicaciones que el estudio de Westen pueda tener en la
planeación de una campaña política, como por ejemplo no tratar de “convencer” a
los militantes de otros partidos sino dirigir los mensajes a los electores sin
un voto definido, es interesante ver que el cerebro político es un cerebro
emocional. Cuando se trata de política, no realizamos los análisis de manera
desapasionada, procesando objetivamente los hechos y las cifras adecuados para
tomar una decisión razonada, sino que lo hacemos selectivamente aceptando lo
que confirma nuestros afectos y dejando de lado lo que los contradice.
Mientras más estrictamente racional sea un llamado o alegato político,
menos participa la emoción, pero es justamente ésta y no la razón la que —nos dice Westen— participa en la
decisión electoral.
Gracias a este estudio pude entender por qué personas inteligentes
vierten los argumentos que vierten cuando argumentan a favor de un candidato… pero
también comprendí por qué hay personas, no menos inteligentes, que aceptan los
argumentos en favor de los horóscopos, de los ovnis y de los fenómenos
paranormales. Simplemente porque no se trata de un asunto racional, sino de
algo parecido al cerebro político estudiado por Westen.
[1]
Gabriel Quadri, desconocido como político hasta antes de aceptar la candidatura
a la presidencia por el Partido Nueva Alianza, contendió con los candidatos de
los tres principales partidos PRI, PAN y PRD.
[2]
Actualmente cualquier persona puede entrar a Google maps y sacar su propia
estimación.
[3]
“El cerebro político. El papel de la emoción al decidir el destino del país”,
en inglés.
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