Esta semana se presenta el libro Derrotar a la ignorancia como en el juego del Maratón, en la FIL de Guadalajara. Mañana me entrevista Radio Educación a las 13:30.
Les comparto este texto del libro.
A principios de los años 90 se puso de
moda un programa de televisión llamado ¿Y
usted qué opina? que conducía Nino Canún. Nino hizo una serie de esos
programas sobre el tema de los ovnis y para crear polémica a los supuestos
avistamientos, que presentaba Jaime Mausán, invitaba a un grupo de personas que
fuimos conocidos genéricamente como “Los Escépticos”.
Nunca me gustó el título, porque me
parecía despectivo, era una manera de decir que éramos incrédulos; o peor, en
algunos casos necios, cerrados a las “evidencias” videograbadas que la
contraparte presentaba. Me parecía que el nombre mismo que nos daban era ya un
veredicto del debate. ¿Por qué no llamar al otro grupo, “Los Crédulos” o “Los
Fraudulentos”, según fuera el caso.
El grupo de los escépticos estaba
conformado por personas muy interesantes a las que nos organizaba Mario Méndez
Acosta.[1]
No todos asistíamos a los mismos programas y es posible que olvide los nombres
de algunas personas, pero entre los que recuerdo, además del propio Mario,
estaba Carlos Calderón quien además de ser ingeniero y ganarse la vida como tal
(lo mismo que Mario) era también ilusionista profesional y gran conocedor de
todo tipo de trucos para engañar la buena fe de las personas.
Estaba también Mauricio José Schwarz
quien a través de su blog El retorno de
los charlatanes,[2]
sigue dando una heroica lucha contra la ciencia fraudulenta y quienes medran
con ella. Nos acompañaban también con frecuencia el sicólogo Héctor Escobar
Sotomayor, su tocayo de apellido Chavarría y Luis Ruiz Noguez..
No tengo duda de que había dos tipos de
“creyentes” en el fenómeno ovni: los que lo eran de buena fe y los que habían
hecho de su “creencia” un buen negocio. Con ninguno de los dos grupos se podía
argumentar, con los segundos por que como se dice informalmente: les iba en el
gallo (o en el negocio). Con los primeros, porque estaban tan seguros de tener
la razón; aunque se les dijera lo que se les dijera, siempre encontraban una
manera de ajustarlo a su creencia.[3]
Tengo la impresión de que muchas veces nos veían con un poco de conmiseración por
vernos tan lejos de la verdad.
Como la transmisión ocurría en vivo, con
público, varias veces en los cortes comerciales, en mi camino al baño, alguna
persona se levantaba y cortésmente trataba de convencerme de lo que ella había
visto y vivido.
Otras veces no eran tan corteses y los
gritos y abucheos que seguían a nuestras intervenciones me hacía pensar en que
estábamos jugando de visitantes en un estadio lleno de seguidores del rival.
Algunas veces entraban llamadas
telefónicas apoyando alguno de nuestros puntos de vista, pero las más de las
veces eran en contra de ellos. Algunas veces los amigos o compañeros que nos
veían se quejaban: “Traté de llamar, pero era imposible que entrara la llamada”.
Por supuesto que era frustrante recibir
ese tipo de respuesta de parte del público en el estudio y a través de las
llamadas telefónicas. Me consolaba pensando que quizás en la audiencia que
seguía la emisión habría varias personas a las que lo que decíamos les
serviría.
Veía las intervenciones de mis
compañeros escépticos y me daba cuenta de que aunque ingeniosas e inteligentes
no eran atendidas; es más, muchas veces eran percibidas como agresiones; en
parte seguramente porque el ingenio que llevaban tenía una fuerte dosis de
sarcasmo.
El cuadro en general era poco alentador:
Había dos tipos de creyentes, los de buena fe y los comerciales. Con ninguno se
podía realmente dialogar.
Aunque no se podía realmente dialogar
con ninguno de los dos tipos de creyentes —los de buena fe y los comerciantes—,
la conversación pública no era para convencerlos a ellos, sino para tratar de
que indecisos sobre el fenómeno ovni tuvieran elementos para darse cuenta del
punto de vista racional, que eventualmente los acercara a la ciencia. Pero a
ese público había que dirigirse de manera que no sintiera que nuestros
argumentos eran de autoridad, la autoridad de la ciencia, que no pensara
agredido por nuestro aparente sentimiento de superioridad, ni por nuestra
frustración.
Siempre, mientras duró la emisión,
consideré que la actitud desfavorable del público era debida a su ignorancia, a
que no entendían el lenguaje de la ciencia, ni les interesaba.
Tuvieron que pasar varios años para que
cayeran en mis manos libros como El cerebro
político, Contra el método, El pensamiento salvaje, La Sorcière[4]
y Religión y ciencia que, junto
con otras lecturas, me hicieran entender, primero, porque las personas
creyentes no oyen argumentos en contra de lo que creen y pensar, después, en una
manera diferente de la confrontación directa, con los creyentes, que nos ayude
a todos quienes estamos dispuestos al análisis de puntos de vista diferentes a quitarnos
lo ignorantes.
Es cierto que puede ser muy terapéutico
discutir con algunos de esos embaucadores mesiánicos y exhibir su mala fe,
desafortunadamente la historia ha mostrado que no es por ese rumbo que la gente
sin parte tomada en el debate se fijara en los argumentos racionales.
[1]
En el texto “Sigue teniendo su dinero!, incluido en este mismo libro, se habla
un poco más sobre la Sociedad Mexicana para la Ingestigación Escéptica (SOMIE),
que Mario organizó.
[2]
http://charlatanes.blogspot.mx
[3]
Del motivo por el cual actúan de esa manera me ocupo en el texto “¿Por qué las
personas inteligentes creen en tonterías?”
[4]
“La bruja”, en francés.
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