En las vacaciones que recién terminaron, pude darme esos dos lujos. Uno de los libros que adquirí habla de la historia de los elementos químicos, parte de él lo leí en uno de los traslados y al llegar a México, inspirado en esa lectura, escribí el siguiente texto sobre Mendeleiev y la tabla periódica. Se los comparto, esperando les parezca interesante.
Mendeleiev y la tabla periódica.
En la escuela siempre preferí las matemáticas a la física y la física a la química. La razón es muy sencilla: las matemáticas y en menor grado la física me parecían muy lógicas. Era fácil resolver una ecuación (a veces plantearla, no tanto). No había que aprender nada de memoria; las fórmulas, incluida la de la solución de la ecuación de 2do grado, se podían deducir.
En cambio la química me parecía un mar de datos
inconexos, que había que memorizar, empezando por los símbolos de los
elementos. Luego había que aprenderse de memoria las valencias y para
rematar las ecuaciones químicas no eran
ecuaciones como las matemáticas. Esas ecuaciones no tenían signo de igual, sino
una flecha que indicaba que los elementos de la izquierda se transformaban en
los de la derecha…pero no siempre.
Fue hasta que ya estaba en la licenciatura, que aprendí
los modelos atómicos y la consecuencia del principio de exclusión de Pauli
sobre el llenado de las capas atómicas que empecé a entender un poquito el
que -acepto- es un mundo fascinante: el de la química.
Pienso que hubiera llegado antes a apreciar la química si
me hubiera dado la clase de química Dimitriv Mendeleiev. Explicaré por qué.
En la década de 1860 Mendeleiev daba clases de química en
la universidad de San Petesburgo y para explicar mejor a sus estudiantes las
propiedades de los elementos químicos, hizo una tarjeta para cada elemento. En
cada una puso las propiedades de ese elemento como su peso atómico y
características químicas.
Después acomodó las tarjetas, de acuerdo al peso atómico.
Empezó con el litio de peso atómico 7, siguió con el berilio 9, el boro, carbono, nitrógeno, oxígeno, fluor…Seguía el sodio con un peso atómico de
23. Como el litio y el sodio tienen propiedades parecidas, la tarjeta del
sodio, Mendeielev la puso debajo de la del litio
Después siguió con los otros elementos: magnesio,
aluminio, silicio, fósforo...hasta que llegó al cloro. Como este último tiene
propiedades parecidas al flúor, colocó su tarjeta debajo de la del flúor. Así
continuo acomodando las tarjetas y al terminar con todos los elementos se le
reveló un esquema en el que era evidente que las propiedades de los elementos
eran funciones periódicas de sus pesos atómicos.
En 1869 publicó en su manual “Principios de Química” el
“Intento de un sistema de los elementos basado en su peso atómico y en su
afinidad química.”
En esos años se aceptaba la existencia de 63 elementos,
aunque algunos en realidad eran compuestos. Por esa razón en el primer arreglo
aparecían errores, dudas y faltantes.
Mendeleiev predijo, a partir de la periodicidad que se
presentaba en las propiedades químicas de los elementos de su tabla, cuáles
serían las propiedades de algunos de esos elementos faltantes.
No pasó mucho tiempo para que en 1875, el químico francés
Paul-Emile Lecoq de Boisbaudran descubriera un elemento cuyas propiedades
coincidían con las del hueco que se encontraba debajo del aluminio en la tabla
de Mendeleiev.
En un principio, el descubridor reportó para la
densidad del elemento un valor inferior
al predicho por Mendeilev, pero mediciones posteriores mostraron que su valor era prácticamente el
pronosticado por el ruso.
En honor a su país natal Lecoq de Boisbaudran llamó a
este elemento Galio
Cuatro años después el Sueco Lars Nilson descubrió otro
elemento de propiedades semejantes a las del Boro, que resultó encajar en otro
de los huecos que Mendeleiev había dejado en su tabla. Nilson, con igual fervor
patrio que Lecoq de Boisbaudran, lo llamó escandio en homenaje a su tierra natal.
En 1886 el alemán Clemens Winkler reportó el
descubrimiento de un elemento más que correspondía con otra de las predicciones
de la tabla de Mendeleiev. Se trataba de un elemento semejante al Silicio al
que Winkler bautizó -obviamente- como Germanio.
Durante veinticinco años todo marchó muy bien, hasta que
en 1894 el Británico William Ramsay reportó el descubrimiento de un elemento
que no encajaba en el arreglo de Mendeleiev. Se trataba del primero de los
gases nobles que se descubrió: El Argón.
En un principio Mendeleiev sugirió que no se trataba de
un nuevo gas, sino de una forma diferente del nitrógeno cuya molécula tendría
tres átomos. Sin embargo el subsecuente descubrimiento del helio, el neón, el
kriptón, y el xenón, lo convencieron de que hacía falta agregar toda una nueva
clase al sistema periódico. Los gases nobles.
La tabla periódica tendría que seguirse modificando en
los años siguientes para dar cabida a los nuevos elementos que se seguían
descubriendo, pero también sufriría un cambio conceptual. En la primera década
del siglo XX Henry Mosely introdujo el concepto de número atómico (el número de
cargas positivas en el núcleo de cada elemento) y correlacionó algunas
propiedades químicas con ese número. Se vio entonces que el número atómico era
preferible al peso atómico al organizar los elementos en un sistema periódico.
Para el año 1955 se descubrió en la Universidad de California
Berkeley el elemento 101, al cual se le dio el nombre de Mendelevio en
reconocimiento a la labor de Dimiti Mendeleiev.
No sería justo dejar de mencionar que alrededor de la
misma época que Mendeleiev otros científicos habían concebido la idea de
sistemas semejantes de clasificación de
los elementos químicos, basados en el peso atómico. Por ejemplo en 1866 John
Newlandans elaboró un modelo inspirado en las octavas musicales, según el cual
las propiedades químicas se repetían cada ocho elementos. También en 1870
Julius Meyer publicó una forma alternativa de la regla la cual aseguraba que las
propiedades de los elementos variaban de manera periódica con su masa atómica.
En fin quizás si me hubieran enseñado la química a partir
de la lógica de la tabla periódica, me hubiera gustado desde antes.
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