El
título de esta entrada es el de un cuento de Raymond Carver, del
que tuve conocimiento primero por Haruki Murakami, quien lo
parafraseo para dar nombre a su reflexión autobiográfica: De
qué hablo cuando hablo de correr.
Murakami menciona este hecho en su libro y eso me dio curiosidad,
busqué el texto de Carver y leí el cuento. Más recientemente a
través de la película premiada con el Oscar en 2015 me reencontré
con ese relato.
La
película platica la historia de un hombre que tras haber sido
exitoso en el cine comercial incursiona como director de teatro en
Broadway. La obra que decide montar es justamente la adaptación del
cuento de Carver.
En
el relato, dos parejas de amigos beben ginebra y se plantean la
pregunta que da nombre al cuento. Lo que se habla del amor al
principio es acerca del rencor que el ex-marido de la actual mujer de
uno de ellos, le tiene a él. Mientras beben el anfitrión coquetea
con la mujer del amigo y en un momento dado, junto con esas
manifestaciones de lo que es el amor, uno de los personajes platica
la historia de una pareja de ancianos, “en la setentena” que
sufre un accidente y salvan la vida, apenas. En el hospital el hombre
sufre terriblemente porque a causa de los vendajes, curaciones y
heridas no puede ver a su mujer. Esa ausencia de la imagen amada lo
hace sufrir enormemente. La pregunta que planea el escrito de Carver
es: ¿Es el amor ese sentimiento, del viejo por su mujer, tan lejano
ya de los impulsos sexuales que deben asegurar la preservación de la
especie?
No
sé que motivó a Carver a escribir ese texto pero lo he recordado a
propósito de una conversación que tuve hace pocos días acerca de
los mecanismos químicos del amor.
El
amor, me decía un amigo químico, no es como lo pintan. No hay
flechazo de cupido, hay sustancias químicas viajando por nuestro
cuerpo al influjo de una mirada, una voz, una imagen...
Me
llamó la atención y traté de averiguar ¿De qué sustancias se
trata?, ¿cómo viajan?, ¿Qué se desencadena su producción?...
Esto
es algo de lo que encontré: Las sustancias químicas del amor son
las hormonas y los neurotransmisores que son generados en las
glándulas endócrinas y en las células nerviosas respectivamente y
que son transportados por los sistemas circulatorio, linfático y
nervioso.
Las
hormonas regulan las funciones del cuerpo humano, el crecimiento, el
sueño, la angustia, el deseo sexual, los estados de ánimo… se
producen en glándulas como la pituitaria, la glándula pineal, el
timo, la tiroides, las glándulas suprarrenales, el páncreas, los
testículos y los ovarios.
La
adrenalina fue la primera hormona que se conoció, la obtuvó por
primera vez, de manera pura, el japonés Jokichi Takamine en 1901.
Es interesante notar que en francés los riñones se llaman reins,
palabra que a su vez viene del latín renes. Ad renes, significa
junto a los riñones. A la adrenalina también se le conoce como
epinefrina, que es más o menos lo mismo, pero a partir de las raíces
griegas: Epi: encima, Nephros: Riñón. ¿Cómo se llamaría esa
hormona si hubiera sido descubierta o sintetizada por un hispano
hablante? (¿suprarenalina? ¿sobreriñonina?)
Los
neurotransmisores,
por su parte,
se
producen en las células nerviosas y se encargan de la transmisión
de las señales de una neurona a otra. La acetilcolina
fue
el primer neurotransmisor en ser identificado como tal, en 1921, por
el biólogo alemán llamado Otto Loewi, quien ganó el premio Nobel
en 1936, compartido con Henry Hallet Dale, que la había aislado
siete años antes. La acetilcolina interviene en la estimulación de
los músculos y en la programación del sueño REM.
Una
emoción es una respuesta de nuestro cerebro ante situaciones a las
que debe hacerse frente rápidamente (un asalto o un beso robado, por
ejemplo). Las emociones desempeñan un rol importantísimo en nuestra
comunicación general con las demás personas, no sólo la amatoria.
El gesto de un interlocutor puede informarnos del efecto que nuestras
palabras le producen, nos da pistas de su posible respuesta y nos
prepara para poder responder.
En
el amor, las hormonas y neurotransmoisores son los responsables de
que expresemos nuestras emociones, con una sonrisa o un gesto de
disgusto, con la aceleración del pulso cariaco, del ritmo de la
respiración o el sudor de las manos.
Una
mirada, una imagen, una voz pueden desencadenar la producción de
dopamina y endorfina, dos neurotransmisores que van a producir
inmediatamente sensación de bienestar y a iniciar probablemente el
proceso del amor.
La
dopamina está asociada a la motivación: prevé el placer que vendrá
y nos lanza a la acción en busca de él. La motivación será tanto
mayor cuanto más más grande sea el placer que se espera.
La
dopamina está asociada también con el gusto por lo nuevo, podría
ser la causa por la que nos embarcamos en nuevas aventuras (amorosas
y no tanto) a pesar de los riesgos que implican. Pero la dopamina no
sólo podría ser la responsable de lanzarnos a nuevas aventuras,
sino también, paradoja aparente, de hacernos no tener ojos más que
para la persona amada. La secreción de dopamina causa cambios en
nuestra atención, focalizándola en la persona amada e incluso
actuando sobre zonas del cerebro asociadas al pensamiento crítico,
inhibiéndolo, lo que nos haría idealizarla.
En
el organismo funcionan mecanismos de recompensa ante el cumplimiento
de una necesidad básica. Así por ejemplo beber produce una
agradable sensación de ya no tener sed, igualmente al cumplir con la
tarea de comer obtenemos como recompensa una sensación placentera.
Ese mecanismo de premio nos hace volver a desear las situaciones que
nos producen placer, generando un ciclo de reforzamiento.
Eso
también ocurre en el caso del amor: el placer obtenido por las
emociones que desencadena en nosotros el ser amado, será recordado
por nuestro cerebro, que nos impulsará a tratar de repetir el
proceso, generando un ciclo que hará que percibamos a nuestro
compañero como un ser deseable para el cerebro. Cuando estos ciclos
de reforzamiento se desajustan pueden ocurrir situaciones anómalas
como las adicciones, a la comida, a la bebida o al amor.
Momentos
románticos como una cena con velas, contemplar juntos el atardecer;
las caricias y los besos pueden liberar otras hormonas como la
oxitocina y la luliberina. La oxitocina es una hormona que produce
sentimientos de calma y reduce el estrés. La oxitocina es además un
participante importante en el nexo amoroso con los hijos. Se produce
en el momento del parto y durante el amamantamiento.
La
luliberina está asociada a la excitación sexual y a la preparación
para la consumación del amor.
¿Descepecionante,
enterarse de lo que pasa cuando alguien nos gusta? Quizás no tanto,
finalmente el mandato de la biología a la especie es mantenerse y el
amor es la manera de lograrlo. No sólo se trata del amor vinculado
al deseo sexual, sino también al del cuidado de las crías y al de la
responsabilidad dentro de la pareja, que está relacionado con otra
hormona, la vasopresina.
No
quisiera ponerme ni demasiado filosófico, ni demasiado cínico: (Yo
creí que me amabas de verdad, no que únicamente te producida
reacciones bioquímicas), así que prefiero terminar el texto con una
reflexión acerca de la pregunta de Carver.
Los
animales y hasta las plantas intercambian mensajes de seducción,
mediante colores o aromas. La manera como los machos de alguna
especie animal descubren a una hembra en celo es muchas veces a
partir de las feromonas.
En
los humanos no se sabe bien a bien cómo funcionan, si es que lo
hacen. Aunque se acepta que existe el órgano para detectarlas y que
el olor de cada persona es tan individual como sus propias huellas
digitales.
Algún
desconocido mecanismo químico puede estar funcionando para que nos
guste una posible pareja y no otra; dicen que esa información está
inscrita en los genes, que nos atraen personas con una estructura
genética semejante. Seguramente un día lo sabremos, también un
día entenderemos por qué mecanismo químico el viejo del relato de
Carver sufre por no ver a su compañera de tantos años. Seguramente
ese día, no muy lejano, terminaremos de entender que de lo que
hablamos cuando hablamos del amor, es de química.
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