Falta un cuarto
para la una de la tarde, el sol cae a plomo sobre la ciudad de Barcelona. Estoy
frente a la estación del metro Poblenou, buscando alguna sombra, cuando aparece
Josep Xercavins -con quien me he citado justamente ahí, para ir a comer,
aprovechando mi paso por la ciudad.
Conocí a
Josep, hace algunos años ya, en la
Ciudad de Cleveland, donde el desarrollaba estudios para
obtener su PhD, en la Case Western
Reserve University, bajo la dirección de Mihajlo (Mike) Mesarovic, estudiando
los problemas de la globalización.
Quizás fue
el nexo del idioma español. Quizás el hecho de que ambos proveníamos del mundo
de la física y en particular de la mecánica de fluidos o probablemente los
roles futuros que nuestras respectivas ciudades, México y Barcelona, tendrían en
la vida del otro; el hecho es que Josep y yo iniciamos, hará 16 años, una
amistad que aun cultivamos y que cuando las situaciones son propicias, como
este jueves, nutrimos literalmente frente a unas tapas o un menú de varios
tiempos.
Me ha explicado
Josep, que los cursos acaban de iniciar y que tendrá poco tiempo para la
comida, así que hemos decidido adelantar la hora de los alimentos y comer casi
en horario francés. A la una de la tarde estamos ya sentados en un restaurantito,
sobre la rambla del Poblenou.
Mientras
caminamos desde la estación del metro me informa Xercavins, que Poblenou era una
comunidad primero de pescadores y luego de obreros, que se fue convirtiendo en
urbana, cuando la ciudad de Barcelona se extendió hacía esa Zona, por motivo de
los juegos Olímpicos de 1992.
Llegamos,
muy rápidamente, a la rambla de Poblenou que es una avenida, que va de la Diagonal a la playa. Tiene un paseo ancho en medio, en el que se ubican las mesas de los restaurantes
y sobre el cual las personas, pasean sin prisas. Sobre las aceras están los
comercios. Justo enfrente de donde comemos hay un bazar que anuncia cualquier
objeto a dos euros. Veo desde la mesa una gran bandera catalana, a la venta.
La rambla
del Poblenou tiene el encanto de las ramblas de Barcelona, pero sin la
afluencia masiva de turistas, lo que la hace más disfrutable.
El mesero,
que resulta ser uruguayo, nos explica lo que hay para comer. Analizamos un
momento la opción de las tapas o el menú de dos tiempos, optamos por lo
segundo. Yo pido una parrillada de verduras y el hígado encebollado, el pide
una ensalada y los sonsos. Pregunto que son los sonsos y me dicen que son unos
pescados pequeños; me imagino una sardinas, por el tamaño que indica el mesero
con los dedos. Cuando los veo, en el plato, descubro que los sonsos, no son
otra cosa que nuestros charales.
¿Para tomar?
Nos pregunta el mesero. Josep, que va a dar clases, prefiere el agua. Yo pido
un vaso de vino blanco y como se estila en estos sitios el mesero trae la
botella y nos la deja. Sin el apoyo de Josep, hago lo que puedo para consumir
media botella, acompañando los alimentos.
Conversamos
de todos los temas que nos interesan: De la diada, la fiesta nacional catalana,
que se celebra el 11 de septiembre y que este año ha reunido a más de tres
millones de personas en un reclamo independentista. Hablamos de la situación
económica de Europa, de nuestros respectivos trabajos, de los amigos en común. De
los amores, de la literatura, de la universidad, de la comida, de los viajes,
de nuestros blogs... (El blog de Josep esta en
http://actglobally.wordpress.com/)
http://actglobally.wordpress.com/)
Así como la
charla se ha ido rápido, también lo ha hecho el tiempo. De repente son casi las
dos y media de la tarde, es la hora en que Josep deberá partir para estar a
tiempo en sus ocupaciones vespertinas. Nos despedimos, con un abrazo, recordándonos
los compromisos que hemos contraído. Josep camina por la rambla, rumbo al
metro, yo lo hagoen sentido contraruio, hacía la playa.
Aunque la
tarde esta calurosa, prefiero regresar a pie, por la orilla de la playa, viendo
a los turistas aprovechar los últimos días de este verano, mientras voy
reconociendo los sitios por los que pasé más temprano, en la carrera de la
mañana.
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