Casi
siempre he escrito por gusto. ¿Desde cuándo? No me acuerdo muy bien. Se que en
la secundaria y en la prepa ya hacía textos que compartía con mis compañeros,
que me gustaba mucho leer, participar en la elaboración del periódico mural y
en el grupo de teatro. No obstante, llegado el momento de elegir, ni el
periodismo, ni las letras me parecieron una opción profesional seductora. El
atractivo de las matemáticas vencía a cualquier otro. Varios años más tarde iba
a reconciliar ambos intereses escribiendo un cómic de divulgación de la
ciencia.
Esa
reconciliación de vocaciones me llevó, paradójicamente, a dejar de escribir por
gusto, pues el cómic tiene fechas de
salida y eso fija tiempos inaplazables para la entrega del guión. Así que de repente
un sábado soleado en el que las terrazas de los cafés parecen estar esperándome
para que asista a leer el periódico y conversar, me encuentro con que no puedo
hacerlo. Tengo que escribir un guión. Como
consuelo escribo en el Facebook una invocación a las musas y algunos de
mis contactos responden. Entre las respuestas un link a leer un texto sobre
Fantomas.
Acepto la
oferta y leo el texto. Su lectura me llevó a volver a pensar en mi relación de
lector con los cómics. Creo que leí todos los cómics que se publicaron durante
mi infancia y adolescencia. Leí los clásicos de Disney (sin pensar en
Mattelart, cuya existencia ignoraba). Leí otros del mismo estilo: del oso
Yogui, el conejo Buggs, La pequeña Lulú, Archi, La zorra y el cuervo, etc. De
la pequeña Lulú, me quedó con los casos de la araña, con el club de Tobi y con
la bruja Agatha y su sobrina Alicia. De La zorra y el cuervo (alusión, no
entendida en aquellos días, a la fábula de La Fontaine) conservo sobre
todo el recuerdo del enorme baúl del cuervo que decía: “Disfraces para toda
ocasión” y del que sacaba todo tipo de prendas para engañar a la zorra (en el buen sentido de la palabra).
Claro que también leía Archi sin entender la clave de su éxito con Betty y
Verónica. Bueno leía hasta los episodios de Susy, historias del corazón.
Luego
estaban por supuesto todos los cómics de superhéroes, empezando por el
clasiquísimo: Superman. De sus aventuras podría redactar un tomo completo. Algo escribí
en la columna que tenía en Revista de revistas, cuando fue la muerte de
superman. Desde su vida breve en Kriptón, su infancia y juventud en Villachica,
su trabajo en metrópolis. Su variedad de villanos, como luthor o Brainiac, que
había reducido de tamaño la ciudad de Kandor, la zona fantasma, la fortaleza de
la soledad, etc. Los amores de Supermán, estaban todos marcados por las iniciales
LL, como Luisa Lane, Lina Luna o Loris Lemar, la sirena. Pero sobretodo
recuerdo los episodios en los que se había casado con Luisa Lane y que advertían:
“Historia Imaginaria” me parecía genial que hubiera dos planos de fantasía, uno
que era “real” y otro que era “imaginaria”.
Junto con Superman
había toda una serie de otros superhéroes: los Campeones de la Justicia, cuando eran
adultos o la legión de superhéroes cuando jóvenes. Estaban muchos de quienes
después harían carrera en el cine: Linterna verde, Batman, el hombre araña, los
cuatro fantásticos, etc. Y otros que no se si hicieron película, que yo sepa,
como Aquaman, Rebotador. Otros más eran Flash y la Mujer Maravilla, que en la tele
fue la maravillosa mujer, Linda Carter.
Otros
superhéroes pero no de los campeones de la justicia eran los 4 Fantásticos, con
el hombre elástico, la mujer invisible, la antorcha humana y la mole. Luego apareció
Hulk, aunque creo que primero como serie
de televisión y más tarde como Cómic. Por supuesto, Fantomas, la amenaza
elegante, cuya evocación me puso a escribir estas líneas. Recuerdo muy bien los
sensuales dibujos de sus asistentes y sus alusiones culturales.
Y en los
cómics mexicanos recuerdo haber leído: Alma Grande, Tawa, Tradiciones y Leyendas, Don
Aniceto, Hermelinda Linda, La vida de Pedro Infante, Lágrimas, Risas y Amor, Memin,
Las aventuras de Capulina, Los Supersabios, La Famila Burrón, El Carruaje
del Diablo y hasta el libro semanal y el libro vaquero
Pero sin
duda, lugar aparte merecen Rius, Chanoc.
De Rius leí primero los Supermachos y cuando entró en problemas con Editorial
Posada y se fue, en el número 100
a los Agachados, seguí las aventuras de Calzontzin
transmutado en Gumaro. Es el único cómic del que aun conservo los número
originales.
De Chanoc
llegué a tener la colección desde el número 6. Hasta que un día, en un arrebato
de valor, los regalé. Aun me arrepiento. Ahi estaban buena parte de las
aventuras de Chanoc y su padrino Tsekub que pasaban por las selvas y mares del
sureste, deteniéndos e de vez en cuando en la cantina del Perico Marinero. También
de este cómic podría escribir, un volumen completo: Las Ninfas del bosque, Puk
y Suk, la selección de Ixtac y hasta el sabio Monsivais.
En fin, la
evocación de Chanoc es un buen punto para poner pausa a estos recuerdos sugeridos por la recomendación de leer un
texto sobre Fantomas. Terminaré parafraseando a Borges: “Que otros se jacten de
los cómics que les ha sido dado escribir; yo me jacto de aquellos que me fue
dado leer”.
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