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sábado, 9 de julio de 2011

No soy de aquí ni soy de allá.

Estoy terminando la carrera de cinco mil metros en Chapultepec, cuando siento en la bolsa de mi pantalón deportivo vibrar el celular. Mientras camino recuperando el aliento, leo el tweet que provocó el movimiento del teléfono: “Facundo Cabral abatido a tiros por sicarios en Guatemala”. Pienso muchas cosas, obviamente en quién podría querer matarlo y porqué, en si fue víctima de un ataque dirigido contra otra persona; en que la violencia y la inseguridad no son exclusivas de nuestro país… y de repente me doy cuenta que estoy tarareando: “No soy de aquí, ni soy de allá, no tengo edad ni porvenir….” Me voy instalando, acompañado de la nostalgia, en los setentas, mediados de la década.

Acabo de terminar la licenciatura y asisto a un concierto a oírlo cantar. ¿Dije cantar? No sería más propio decir declamar o quizás otros dirían predicar. Antes de cada canción empezaba a hablar y hablar y hablar…platicando historias de su abuela, de su familia y a mi siempre me quedaba la duda de si en cada presentación repetía la misma anécdota que parecía tan espontánea.   Recuerdo haberlo oído decir: “Doy la espalda al buen comentario. El hombre le hace cariño al caballo para montarlo” y luego empezar a cantar “Pobrecito mi patrón”, piensa que el pobre soy yo: “El diablo fue al mar, a escribir la historia del mundo, pero no había agua, Dios se la había bebido”.  Letras de corte anarquista, escandalizante y provocador, como señora de Juan Fernández,  que nos entusiasmaban tanto por aquellas épocas, anteriores a la globalización.
El mundo era, por aquel entonces, un sitio para soñar con recorrerlo, sin ser de aquí ni ser de allá. Yendo muy lejos en el verano, pero volviendo al calor del hogar, de la familia y de las mascotas, cuando el  frío del invierno pegara.
El mundo era un lugar lleno de tentaciones simples: una copa de vino, pasear en bicicleta, ver las estrellas, seducir en los trigales a mujeres que eran apenas algo más que la personificación del romanticismo del autor. Un lugar, era el planeta, donde los atrevidos galanes, todavía saltaban balcones y donde nos conmovíamos con el llanto de las mujeres y del mar.
Si supiera tocar la guitarrra, la afinaría y empezaría a rascar sus cuerdas, con tristeza, para que me acompañara, la música lentamente, como responso, mientras en mi cabeza los recuerdos seguirían desfilando al ritmo de:

Me gusta andar…
pero no sigo el camino,
pues lo seguro ya no tiene misterio,
me gusta ir con el verano…
muy lejos,
pero volver donde mi madre
en invierno
y ver los perros que jamás me olvidaron
y los abrazos que me dan mis hermanos.
Me gusta el sol
y la mujer cuando llora,
las golondrinas y las malas señoras,
saltar balcones y abrir las ventanas
y las muchachas en abril.
Me gusta el vino tanto como las flores
y los amantes, pero no los señores,
me encanta ser amigo de los ladrones
y las canciones en francés.
No soy de aquí… ni soy de allá
no tengo edad ni porvenir
y ser feliz es mi color de identidad.
No soy de aquí… ni soy de allá
no tengo edad ni porvenir
y ser feliz es mi color de identidad.
Me gusta está tirado siempre en la arena
o en bicicleta perseguir a Manuela
o todo el tiempo para ver las estrellas
con la María en el trigal.
No soy de aquí… ni soy de allá
no tengo edad ni porvenir
y ser feliz es mi color de identidad.
No soy de aquí… ni soy de allá
no tengo edad ni porvenir
y ser feliz es mi color de identidad.

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