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viernes, 8 de noviembre de 2019

La vigencia de Orwell. Lecturas del verano 2019. 2da parte.


Cuando terminé de leer el libro de Umberto Eco busqué, en el armario del club, otro libro para leer. Me encontré con La semilla del diablo, una novela de Margaret Atwood. Confieso que nunca había oído hablar de esta autora.
La contraportada del libro daba una breve descripción de su contenido. Se trataba -y eso fue lo que me interesó- de un proyecto de crear narraciones modernas basadas en la obra de Shakespeare. La semilla del diablo lo hacía a partir de La Tempestad.
  Leo muy poco teatro, incluso en español. Así que a Shakespeare sólo lo he leído en fragmentos. He visto algunas de sus obras, en español, en teatro y sobre todo en cine. Nunca he visto La Tempetad. Podría haber buscado un resumen de la obra en Internet, pero decidí que iba a leer La semilla del diablo sin ese referente para ver hasta qué punto el relato tenía una existencia propia.
La novela platica la historia de un director de teatro que organiza uno de los festivales más importantes de ese arte. Es una persona conocida y reconocida en el medio.  Quizás demasiado audaz en sus montajes, lo que le vale envidias y críticas de sus colaboradores.
El eficiente asistente que tiene lo traiciona, en complicidad con algunos de los funcionarios locales de la cultura, justo en el momento en el que él prepara el montaje de La Tempestad.
Esto cambia su vida completamente. Tras aislarse por varios años en una cabaña abandonada, con una personalidad ficticia, decide reinsertarse en la sociedad. Lo hace buscando empleo como director de teatro en una prisión. Su trabajo con los reos es muy exitoso y él va ganado en la consideración de las autoridades.
Llega el momento en que va a montar, en prisión, La Tempestad. Asistirán al estreno las autoridades políticas locales. Uno de quienes se confabularon con su anterior asistente para echarlo fuera del medio, ha ascendido en los peldaños de la política y es justamente quien irá a la presentación…
No teman un spoiler porque no sé qué sigue. Ya no pude seguir leyendo el libro; un día que llegué al armario a buscarlo, simplemente ya no estaba. Quizás sea un libro que pida prestado uno de estos días en la biblioteca municipal, para conocer el desenlace de la historia.
La Semilla de la Bruja traía en la contraportada una reseña de la obra de Margaret Atwood. Supe así, de la existencia de otro de sus libros: La maldición de Eva, que recoge algunos de sus textos de no ficción, uno de ellas sobre Orwell. Me dio curiosidad y lo pedí en préstamo en la biblioteca de la Barceloneta.
Es un libro fácil de leer que, a no ser por el texto sobre Orwell, no me hubiera llamado mayormente la atención. Ese texto, en cambio, me pareció muy bueno y copié algunas partes que reproduciré, aquí mismo.  Pero antes daré una breve descripción de los otros textos que componen el libro, para los que dicho sea de paso Atwood usa títulos sugerentes.
Los escritos los comento en el orden en el que aparecen en el libro, excepto el de Orwell que en el libro es el penúltimo y aquí he dejado para el final.   
La maldición de Eva, o lo que aprendí en el colegio. En este escrito, el que da nombre al libro, Atwood hace un repaso de personajes femeninos en la literatura, sobre todo la de lengua inglesa. Dos frases sacadas de este texto son:
Los héroes y los villanos tienen mucho en común. Ambos son fuertes, ambos tienen control de sí mismos, ambos realizan acciones y afrontan las consecuencias…Dios y el Diablo, comparten numerosas características.
Si no es un ángel, si resulta que una mujer tiene debilidades humanas, y la mayoría las tenemos, sobre todo si manifiesta algún tipo de fortaleza o poder, creativo o de otro tipo, entonces no se la considera humana, es peor que humana. Es una bruja, una medusa, un monstruo destructivo, poderoso y temible.
Crear el personaje masculino. En este texto, en realidad Atwood no habla mucho de crear el personaje literario, sino más bien de hombres y mujeres en las novelas. Describe estereotipos antiguos y modernos. Dice que: Hombres y mujeres razonan de manera distinta (excepto en ciencias exactas) [y que mientras que] El hombre tiene miedo [de] que la mujer se ría de él. Ella [lo tiene] de que él la mate.
Dice que a la pregunta ¿Odias a los hombres? Debe responderse: ¿A cuáles? y da como referencia sobre el tema de los personajes masculinos y femeninos en la literatura estadounidense, el libro Love & death in the American Novel de Leslie Dielder.
Las mujeres tienen sus propias experiencias con los hombres, concluye como respuesta a las críticas y preguntas sobre el comportamiento de sus personajes masculinos.  
Nueve comienzos. En este texto Atwood intenta nueve respuestas a la pregunta ¿Por qué escribo? Algunas de ellas rescatadas de su diario, en el que va anotando sus metas, el número de páginas que escribe, etc. Ninguno de los nueve comienzos realmente me atrapo. Quizás porque lo leía mientras esperaba en la fila para realizar un trámite.
Villanas de manos manchadas. Aquí Atwood se ocupa de los problemas del mal comportamiento femenino en la creación literaria. Empieza por decir que en la novela tiene que “pasar algo”, hay que crear tensión narrativa. Gracias al movimiento feminista, agrega, hay ahora nuevos espacios para las mujeres en la novela.  Habla de los arquetipos de género: de villanas fascinantes, como la madrastra de Blanca Nieves y traza un esquema de “mujeres malvadas” que se construye combinando la maldad o no, de la mujer con la de las razones para serlo. Hay la mujer mala por motivos malos, la mujer mala por motivos bueno y así las otras posibilidades.
Las mujeres malvadas son necesarias en los relatos tradicionales por dos razones, sentencia Atwood: porque existen en la vida real y porque las mujeres son seres humanos multidimensionales, por qué no habrían de serlo en su versión literaria.
La mujer indeleble. En este texto rememora Atwood dos lecturas que hizo de Al faro de Virginia Wolf. La primera de ellas siendo muy joven y de la cual no extrajo gran cosa, la segunda, realizada cuando tenía ya mayor madurez y en la cual la obra de Wolf le pareció extraordinaria. Concluye que las lecturas tienen un tiempo adecuado para realizarse.
Situaciones ridículas. Platica Atwood, en esta parte, tres historias embarazosas de su vida, en tres épocas. Las etiqueta como Historia antigua, Historia media e Historia moderna, según la época de su vida en que ocurren. Ninguna de las tres me pareció nada realmente ridículo. Ahora que escribo no tengo el libro a la vista y no recuerdo ninguna de ellas.
Carta a América[1]. Este es el texto con el que cierra el libro. Es una misiva de advertencia de Atwood a los Estados Unidos en la que expresa su descontento con la manera como se desarrolla la economía mundial y el descuido del medio ambiente.
George Orwell. Algunos nexos personales. Hasta antes de este texto el libro me había parecido que tenía cosas buenas y otras no tanto.  Este escrito me parece muy bueno por la síntesis que hace de la historia del siglo XX, a partir del análisis de dos obras maestras de la literatura de ese siglo. Dice la autora:
El siglo XX puede verse como una competencia entre las dos versiones del infierno inventadas por el hombre, el opresivo estado totalitario de 1984 de Orwell, y el sucedáneo de paraíso hedonista de Un mundo feliz, donde absolutamente todo es un artículo de consumo y los seres humanos están programados para ser felices. Tras la caída del Muro de Berlín en 1989, durante un tiempo, pareció que Un mundo feliz había triunfado, que a partir de ese momento el control estatal sería mínimo y que todo lo que teníamos que hacer era ir de compras y sonreír mucho, entregados al placer y tomar un par de pastillas si aparecía la depresión.
Pero tras el legendario ataque al World Trade Center del 11 de septiembre del 2001, todo cambio. Ahora parece que nos enfrentamos a las dos distopías posibles y contradictorias, mercado libre, mente cerrada, porque el control estatal ha vuelto para vengarse.
Copio algunas de las frases de Atwood sobre el libro de Orwell, sorprendente y desafortunadamente actuales:
En el mundo de la rebelión en la Granja la mayoría de los discursos y palabrería son mentiras tendenciosas y basura y, a pesar de que la mayoría de los personajes tienen buen corazón y buenas intenciones es fácil asustarles y hacer que cierren los ojos frente a lo que realmente está pasando.  Los cerdos usan la ideología para intimidar a los demás y luego modifican esa ideología en función de su intereses; sus trampas con el lenguaje me parecieron evidentes incluso a mi edad[2]. Como Orwell nos enseña, lo decisivo no son las etiquetas -cristianismo socialismo, islam, democracia, sino lo que se haga en su nombre.
Sobre el uso político del lenguaje abunda la escritora canadiense: El Newspeak consiste en eliminar las palabras que pueden resultar conflictivas. Ya no está permitido decir malo que ha sido sustituido por “doble, más no bueno” y en que las palabras significan lo contrario que significaban: el lugar en el que se tortura a la gente es el Ministerio del Amor, el edificio donde se destruye el pasado es el Ministerio de Información.
Los tiranos y los poderosos creen, como Lenin, que no se puede hacer una tortilla sin romper los huevos y que el fin justifica los medios. Orwell, en último extremo, hubiera creído, por el contrario que los medios definen el fin. Se puso a lado del pensamiento de John Donne, quien dijo: “Cada vez que muere un ser humano, muere una parte de mí”.
“La prosa debe ser como el cristal de una ventana”, dijo abogando por el lenguaje directo en contra de las florituras. Los eufemismos y la terminología sesgada no deben oscurecer la verdad.
Como comentarios generales de La Rebelión en la granja escribe Atwood:
Primero la dictadura del proletariado, durante la cual deben rodar muchas cabezas; luego la utópica sociedad sin clases, que por extraño que parezca nunca se materializa.  Lo que se obtiene, por el contrario, son cerdos con látigos.
Jean-Jaques Rousseau tenía razón al advertirnos que la democracia es la forma de poder más difícil de mantener.
La gente que va en contra del pensamiento oficial del momento, aquellos que señalan lo incómodamente obvio, se exponen a ser aplastados por un rebaño de airados corderos.
Sobre Rebelión en la granja y 1984 escribe:
Rebelión en la Granja describe la transformación del movimiento de liberación idealista en la dictadura totalitaria liderada por un tirano déspota y 1984 describe la vida en el interior de ese sistema. 
Menciona Atwood que su libro El cuento de la criada es en cierta manera una visión Orwelliana. No he leído el libro, pero seguramente será uno de los que pediré en préstamo en la biblioteca.
Quizás resultó un poco larga esta segunda parte de las lecturas del verano 2019… y aún queda material para una tercera. Espero no cansarlos mucho.
A suivre…


[1] Probablemente en Inglés Atwood llamó America a Estado Unidos, pero el traductor debió poner Estados Unidos.
[2] Atwood leyó el libro siendo colegiala.

domingo, 3 de noviembre de 2019

Castañada y panellets.


Ahora que Disney y James Bond han puesto de moda internacionalmente las fiestas mexicanas del día de muertos, que los pilotos de la fórmula uno catalogan el Gran premio de México como uno de los mejores, gracias al folklore de día de muertos, que da marco a la carrera. Ahora que los mexicanos nos sentimos agrandados y casi dueños de los festejos de día de muertos, es bueno hablar de cómo se celebra en otras partes esta fecha.  
De manera casi fortuita, mientras pago el café de media mañana, entablo conversación con la cajera en la cafetería de la universidad. En vez de la tradicional plática sobre el clima hablamos sobre la fecha. Hoy es la Castañada, me dice, y agrega de inmediato, con cierto pesar: aunque ahora ya también se mezcla con el Halloween.

El nombre de la Castañada me hace evocar inmediatamente a los vendedores callejeros de castañas asadas, en México. Es un recuerdo lejano del que no podría precisar ni calles, ni fechas. Me hace pensar en que las castañas (marrons) las comen igualmente los franceses en estas fechas de frio. Las castañas asadas están también, obviamente, vinculadas a la expresión: sacar las castañas del fuego.

Ya en casa, al principio de la noche, busco en la red datos sobre la Castañada. Me encuentro la siguiente información: "La Castañada es una fiesta popular catalana que se celebra la víspera del día 1 de noviembre. Proviene de una antigua fiesta ritual funeraria en Cataluña, a la que se han incorporado por un lado, la tradición católica del día de Todos los Santos y por otro, la celebración pagana de la llegada del otoño. En los últimos años, se ha incorporado también la fiesta de Halloween".

La publicó en mi facebook y me dispongo a escribir la segunda parte del texto sobre mis lecturas de verano 2019, en tanto llega la hora de cenar. Mientras estoy redactando empiezan a sonar las alertas de mensaje de facebook. La primera de esas dice: “Manda fotos, Rafa”. Contestó que no he ido a la Castañada, que estoy en casa e informo que en la acera de enfrente hay un restaurante mexicano y estos días venden pan de muerto mexicano (el pan, obviamente) y pozole.

Alguien más se suma a la conversación virtual y pregunta: “¿Pusieron ofrenda?”. Alardeando de mi grinchismo, frente a todo tipo de festejo, anuncio que no he puesto ofrenda. Me aclaran que la pregunta no era sobre si yo la había puesto, sino si lo había hecho el restaurante del que hablaba. Respondo que no sé y entonces el reportero que vive dentro de mi empieza a imponerse a mi grinch interno. Pienso que debo salir, aunque sólo sea para ver cómo lucen las calles y si hay ofrendas de muertos. 

Grabo el archivo que estaba escribiendo y voy al restaurante de enfrente, “La Güerita mexicana”. Efectivamente hay un altar de muertos. Saco la foto, que me pidieron y me dirijo a “La fábrica del taco”, otro restaurante de comida mexicana que está a unas cuadras de la casa.

Rumbo al restaurante topo con una panadería con grandes ventanas. Sobre el vidrio se lee:  Panellets Pinyons  i vabiats. Dentro de las vitrinas hay unas muñecas con forma de bruja y muchos panes.  En realidad son como galletas o dulces mexicanos, parecidos a los macarrones de leche y cocadas. Los hay de avellana, de coco, de frambuesa y algunos tienen nombre.  Se lee, por ejemplo: Panellets d’ossos de Sant[1]

Fuera de la tienda frente a la vitrina una señora, en silla de ruedas, espera a sus familiares que hacen compras dentro del local.  Me ve tomar la foto y nos sonreímos mutuamente. Le pregunto por la costumbre de los panellets   El panellet es un dulce que debo probar, si no lo conozco, me dice. Le pregunto cuál me recomienda y sin dudar me dice: el clásico es el de almendra. Me platica que se suelen llevar como ofrenda a las tumbas de los difuntos. He bajado sin dinero y únicamente a tomar las fotos, así que los panellets tendrán que esperar otra oportunidad para que los pruebe.

Me despido de la mujer de la silla de ruedas y tomo camino nuevamente al otro restaurante mexicano. Dentro hay también una ofrenda de muertos, la retrato y veo que tiene una foto del Chavo del ocho. Le pregunto a la dependiente por qué está esa foto en el altar. Me contesta en un tono absolutamente didáctico y con un acento inconfundiblemente argentino: porque está muerto y se ponen las fotos de los muertos. Ya sé, le digo con mi inconfundible acento mexicano, pero se ponen las fotos de los miembros de la familia. ¿Es de tu familia?, le digo de broma.  Es de la familia de todos, me contesta, con sentido del humor y nos reímos los dos.

Voy de regreso a casa por dinero. Finalmente la noche que pensaba pasar en casa escribiendo se ha convertido en una noche para salir a pasear y ver cómo se celebra la Castañada en las calles.  Camino rumbo a la Ronda de la Universidad, en el cruce de Manso con Conde de Urgell están los vendedores de castañas asadas y boniato (camote) asado. La nostalgia me vence, compro una docena de castañas y me las voy comiendo mientras camino.

Al llegar a la plaza de la universidad encuentro las tiendas de campaña de los estudiantes que han entrado en paro como protesta por las sentencias de la semana anterior. De vez en cuando me topo con brujas y monstruos que deben ir en busca de algún sitio donde divertirse. En la calle de Pelayo doy vuelta a la derecha y sigo caminando hacía las ramblas. Aparecen, saliendo del metro Cataluña, un grupo de brujas. Sobre las ramblas hay también grupos de turistas disfrazados, camino tratando de ver si hay restaurantes que anuncien un menú especial, pero no encuentro ninguno. Llego hasta la calle de Paralelo y doy vuelta, para cerrar el círculo y volver a casa a cenar.

Al día siguiente la llamada de unos amigos mexicanos propone cenar en “La Güerita mexicana”. Tengo ganas de probar el pan de muerto. Hay un menú de dos tiempos para la cena: Pozole, tacos y tamales. Se pueden escoger dos de las tres opciones. Después hay chocolate y pan de muerto. Pido pozole y comparto tacos y tamales, con los amigos. El pan de muerto es de tamaño individual y está, como toda la cena, sabroso. Pagamos la cuenta, no me parece caro: 16.50 € por persona.

Van pasando los días de muertos y no he probado los panellets. Hoy, dos días después, decido ir nuevamente a la Pasteleria (pastisseria) Bonastre, la que tiene los aparadores decorados con brujas, duendes y dibujos de calabazas. 
Entro y pregunto cómo se venden los panellets, ¿por kilo o por unidad? Por unidad, me dicen. Pido dos de almendra, que son los que me habían recomendado. Veo uno muy parecido a una cocada, es un panellet de coco, pido también dos. Al lado hay otro redondo, que es de yema. Igualmente pido dos. Pregunto por los de hueso de santo y pido otros dos. Ocho panellets 6.20 €.

La dependiente los acomoda en una charola de cartón que protege con un papel en el que esta impreso el nombre de la pastelería, pone un armazón con tiras de cartón para proteger el dulce de los panellets, del papel con el que los va a cubrir. Finalmente ata todo con un cordel. 
 Al llegar a casa deshago, con un poco de pena la envoltura, y pruebo los panellets. El de almendra me parece efectivamente muy bueno, el de coco sabe exactamente como la cocada, el de yema tiene gusto a limón y el hueso de santo sabe entre almendra y piñón. Es difícil decir con precisión a qué sabe cada uno porque son muy dulces y el sabor que predomina es el del azúcar. 
No soy muy proclive a los postres, ni a los pasteles, ni a los dulces, pero quería probar los panellets y conocer las costumbres locales para el festejo del día de muertos en Barcelona antes de que filmen una película de James Bond en Cataluña y cambien las tradiciones. 
Por cierto, la segunda parte de las lecturas del verano 2019 quedará para una próxima ocasión. 




[1] Panellets de huesos de santo.