Siempre me
ha gustado el tema del deporte como metáfora de la vida. Tanto usando los
deportes individuales, donde el esfuerzo en solitario es necesario para
alcanzar el éxito; como los deportes de conjunto que nos enseñan que hay metas
que requieren del trabajo en conjunto.
A ese tema
del deporte como metáfora de la vida esta dedicado el libro de Murakami “De que
hablo cuando hablo de correr”. Creo, como su autor, que el libro va más allá de
una crónica de competencias y entrenamientos de carrera, ciclismo y
natación, para tratar de dar, a los
lectores, una visión filosófica de la vida.
Murakami,
en mi caso, lo logra. Aunque no se qué
efecto pueda tener el libro en quienes no corren, no nadan y no hacen ciclismo.
No por que lo que dice no sea interesante, sino porque a lo mejor para llegar a
esa parte, los lectores, tendrían que saltarse las páginas que describen las
competencias y el entrenamiento.
¿Qué tanto
comparte un lector, que no ha hecho esfuerzos como los que narra Murakami, que
la fuerza vital para realizar un trabajo profesional se nutre de la fortaleza física y espiritual que da el
ejercicio?
El libro
esta escrito entre 2005 y 2006, con un epílogo del 2007. Es decir con su autor, que nació en 1949, a punto de cumplir 60
años y me parece que es la cercanía a esa cifra simbólica lo que detona la
reflexión del deporte como metáfora de la vida y la redacción del libro.
El mismo
Murakami lo dice varias veces a lo largo de la obra: ya no tiene la misma
fuerza física, ya no hace los mismos tiempos que hacía en el Maratón, esta
entrando en una etapa de disminución de su energía vital. Todo esto se refleja
en su vida de escritor o al menos podría reflejarse y eso hace muy clara su
conciencia de la muerte.
Dice por
ejemplo: “A estas alturas, estoy seguro de que, por mucho que me esfuerce, ya
no conseguiré correr como antaño, cosa que aceptaré sin reparos. No me resulta
agradable, pero es lo que tiene envejecer. Del mismo modo que yo desempeño mi
papel, el tiempo desempeña el suyo. Y éste lo hace con mucha mayor fidelidad y
precisión que yo. A fin de cuentas, el tiempo ha venido avanzando sin descanso
desde el momento mismo de su aparición (que, por cierto, me pregunto cuándo se
produjo). Y, a quienes tienen la suerte de librarse de morir jóvenes, se les
privilegia con el preciado derecho a ir envejeciendo. Les aguarda el honor de
su progresiva decadencia física. Hay que aceptar este hecho y acostumbrarse a
él.”
Desde el
punto de vista de la estructura, el libro esta formado por nueve pequeñas
crónicas y un epílogo. El hilo conductor es, más o menos, la preparación de su
autor para volver a correr el maratón de Nueva York.
Uno se
entera, al avanzar en la lectura, que Murakami corrió en 1996, cien kilómetros y que las secuelas de ese
tremendo esfuerzo fue la pérdida del entusiasmo por la carrera, no obstante lo
cual siguió practicándola. En el momento que escribe el libro, esta recuperando
el antiguo entusiasmo por la carrera y espera hacer un buen tiempo en Nueva
York.
Describe
sus entrenamientos en Hawai, los kilómetros que él corre cada mes, el clima que
hace, el sufrimiento y el placer de la carrera. Los sucesivos capítulos, que
van llevando a la carrera de Nueva York, aprovechan para platicar el recorrido
de la ruta original del maratón en Grecia o sus entrenamientos en Harvard,
donde pasó un año como profesor visitante.
Cuando
platica sobre sus carreras matinales, a la orilla del río Charles, aprovecha
tanto para hablar de sus entretenimientos a la hora de correr; como fijarse si
una cierta persona que encuentra diario repite su vestimenta, hasta deducir por
la manera en que unas jóvenes corren, dejando flotar al aire sus orgullosas
colas de caballo, la manera como ocurre el relevo generacional.
Murakami
dice en el epílogo que el libro es algo así como unas memorias, que sería
exagerado llamarlo una autobiografía, pero que es más que un ensayo: “...me
apetecía tratar de ordenar, a mi manera, y utilizando como mediador el hecho de
correr, mis ideas sobre como he vivido durante los últimos veinticinco años, en
tanto que novelista y en tanto que persona normal y corriente.”
Primero
supe de Murakami como corredor que como novelista, No creo que a él le importe
mucho, pero supongo que si se lo dijera se sentiría halagado. La razón es que
él debe considerarse un buen novelista y pensar que como corredor haya
alcanzado (al menos conmigo) más reconocimiento que como novelista debería
hacerlo sentir muy bien.
Como una
consecuencia de ésta lectura compré y espero leerlo, más o menos pronto, su
libro de cuentos: “Sauce ciego, mujer dormida”.
Como
colofón diría que: “De que hablo cuando hablo de correr” es una lectura fácil,
agradable e ilustrativa; también motivadora.
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